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Verso Libre

La necesidad política de ser progresista

La palabra progreso está, junto a la política, la verdad y la bondad, en el cubo de la basura. No faltan motivos. Al pensar en la vida, los seres humanos pueden fallar cometiendo errores o maldades, y la historia reciente ha cometido, al pensar en el futuro, muchos errores que han sacado de nosotros el lado más oscuro de la maldad.

La sociedad con aspiraciones democráticas comprendió que eran necesarias palabras como libertad, igualdad y fraternidad. Luego, al pensar en ellas y negociar con la realidad, la ilusión pudo desembocar en una guillotina, un invento técnico que hacía menos cruel la ejecución de los condenados. La técnica se hermanó así con el terror.

El sueño socialista comprendió que la libertad no era sólo una aspiración individual, sino el desarrollo de un contrato cívico capaz de crear un marco justo de posibilidades y derechos comunes, un verdadero escenario para la igualdad. Luego, al pensar en la organización política del socialismo, se generó una idea del tiempo muy peligrosa, presumiendo que el futuro imaginado podía dejar sin derechos al presente. Los comisarios estalinistas dejaron de discutir sobre el futuro para ordenar, desde el futuro, una sociedad marcada por la represión. La igualdad quedó hermanada con el terror.

La eficacia capitalista llevó la técnica y la ciencia a unas dimensiones admirables. Los avances abrieron el horizonte del conocimiento y las comunicaciones. Se dispusieron a dignificar la vida humana. Luego, cuando la economía y el poder recordaron su vieja alianza, el conocimiento desembocó en la mirada y en el dedo sin culpa de un piloto que, desde la altura, arrojaba una bomba atómica sobre una ciudad en la que sucedía la vida, es decir, carreras infantiles, cuerpos viejos, horarios de trabajo, enfermos, sábanas, vientres, personas amándose.

Es normal que la melancolía se haya legitimado como un instinto de conservación y un largo ejercicio de conciencia en nuestro mundo. El tiempo no es un camino lineal hacia la felicidad porque nos han acostumbrado a los progresos bárbaros: las posibilidades bárbaras de conocimiento se convierten en un camino hacia la barbarie. El mundo productor de la modernidad en el siglo XXI, con su poder tecnológico, nos devuelve a un capitalismo propio del siglo XIX gobernado por la ley del más fuerte.

Es, además, una ley sin dueño. Ya sé que los beneficiarios económicos tienen nombre y apellidos. Nunca ha habido tanta acumulación de riqueza en tan pocas manos. Pero esos afortunados sólo son dueños a medias de un proceso que los desborda en el vértigo tecnológico que ha sustituido el mundo del trabajo por la especulación y la invisibilidad. La dueña de la librería que acaba de cerrar en mi barrio era responsable de su negocio, una comerciante a la que le gustaba quedar bien por propio interés y por arraigo en la vecindad. El ser invisible que factura millones al día por un portal de ventas en internet se contenta con hacerse millonario en un año sin necesidad de pensar en el futuro. Pertenece a un mundo de usar y tirar.

Estamos a tiempo

Por eso nos corresponde a los demás pensar en el futuro. Esta modernidad de progresos que hoy se llama el futuro sustituye a la ciudadanía por una audiencia de consumidores. Es insostenible no sólo por lo que afecta a los comercios de barrio, sino por la existencia del planeta. Mal vamos si la economía se hace incompatible con la democracia y con la vida.

La tentación es pensar que nada tiene arreglo. Pero la tarea es volver al relato humano que se detenga a meditar en un progreso melancólico, sin los mandatos de la productividad absoluta y con confianza en las leyes ordenadoras que impidan la separación de la historia y la vida. Hay que negarse a que el futuro sea un lugar quimérico desde el que se puedan borrar los derechos humanos del presente, porque esta dinámica en realidad deja al presente sin futuro.

La política hace falta más que nunca, una política ilustrada que no separe la razón del corazón. Y viceversa. Tenemos que inventar un nuevo progresismo que negocie y llegue a acuerdos desde la vida cotidiana. Se trata de batallar contra la perversión de la vida dictada por un futuro sin dueños. Progreso, política, verdad, bondad, libertad, igualdad, fraternidad, futuro, naturaleza, justicia… Las palabras no son del todo nuestras, pero están a nuestra disposición.

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