La vida suele ser una negociación. Deseos, realidades, miedos y esperanzan tienden a equilibrarse en una dinámica de riesgos y prudencias que nos permite responder a las demandas de la existencia. La madurez no simplifica todos los conflictos, porque a veces resulta prudente arriesgarse y a veces es la prudencia la que se convierte en un riesgo. Lo que sí aconseja la madurez es el ejercicio de una conciencia precavida, un equipaje necesario en épocas de tensión y de crisis.
Algunos momentos históricos se definen por una tensión revolucionaria. La literatura conserva testimonios de situaciones en las que vibraba la posibilidad de avanzar de manera rápida a favor de los sueños sociales. Las voces de César Vallejo, María Teresa León, Pablo Neruda, Federico García Lorca, Clara Campoamor, Luisa Carnés o César M. Arconada contagian con frecuencia la tensión revolucionaria en muchas de sus páginas anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Las ilusiones parecían estar al alcance de la mano.
Otros momentos históricos se definen por la conciencia de pérdida. El reto no parece entonces transformar la realidad, sino evitar que se deshaga lo conseguido. Creo que estamos viviendo uno de esos tiempos y que flota en el aire una tensión democrática. La sociedad digital provoca una verdadera mutación en nuestra forma de relacionarnos con el mundo y entre nosotros.
No se trata de asumir la nostalgia paralizadora de que cualquier tiempo pasado fue mejor, negándose a los cambios históricos. Pero si uno analiza algunas claves decisivas de la sociedad democrática (dignidad laboral, derechos sociales, control del dinero, justicia social, información decente, autoridad de la política…), surgen motivos muy serios de preocupación que impiden cantar el himno de la modernidad y de la superstición tecnológica. Los pensadores que avisan de un regreso decimonónico a la ley del más fuerte parece que tienen más argumentos que los que anunciaban un acercamiento natural a formas de comunismo democrático gracias a las transformaciones tecnológicas.
En situaciones de tensión democrática cobra especial importancia la negociación con uno mismo, el protagonismo de una conciencia precavida. Mis inquietudes me invitan a sentir y razonar sobre dos ejes:
- La necesidad de recuperar una prudente autoridad institucional.
- La necesidad de arriesgarse en propuestas económicas avanzadas que defiendan la igualdad como único futuro.
El neoliberalismo desatado desacredita de muchos modos la autoridad política capaz de regular los marcos de convivencia. Prefiere tener las manos libres a la hora de buscar sus beneficios. La consecuencia cultural de esta inercia ha sido la apropiación por parte del pensamiento reaccionario de las miradas críticas de voluntad progresista que señalaban las deficiencias y los límites de las instituciones democráticas. Por eso es decisivo fundamentar de nuevo la autoridad en el Estado democrático, insistiendo en que el respeto a las instituciones es el único marco de convivencia capaz de controlar el relato de los más fuertes y la manipulación de las indignaciones populares.
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Claro que esa nueva autoridad institucional sólo será posible si la ciudadanía comprueba que las leyes y las normas son un amparo, una defensa de su dignidad frente a las inercias incontroladas de un mundo de negocios en los que impera el egoísmo como costumbre y la explotación descarnada como futuro. Si el instinto de supervivencia se ve forzado a vivir fuera de los marcos institucionales, la sociedad estará condenada a soportar como único futuro este horizonte de racismo, falsas noticias e identidades totalitarias que vemos extenderse en el mundo.
Supongo que cada cual tiene sus estrategias de conciencia precavida para afrontar las negociaciones con la realidad. Yo vivo esta tensión democrática buscando apoyo en la defensa de las instituciones frente al asalto contra el Estado de la economía y en la apuesta política radical a la hora de defender los derechos humanos, la dignidad laboral y la política fiscal que asegure una justicia social necesaria.
Hay mil detalles sobre los que discutir, pero conviene fijar las perchas en las que colocar nuestra ropa de verano, otoño, invierno y primavera.
La vida suele ser una negociación. Deseos, realidades, miedos y esperanzan tienden a equilibrarse en una dinámica de riesgos y prudencias que nos permite responder a las demandas de la existencia. La madurez no simplifica todos los conflictos, porque a veces resulta prudente arriesgarse y a veces es la prudencia la que se convierte en un riesgo. Lo que sí aconseja la madurez es el ejercicio de una conciencia precavida, un equipaje necesario en épocas de tensión y de crisis.