¿Todavía a vueltas con el amor? Manuel Cruz
La nieve del Sur
Paso este fin de semana en Granada, mi ciudad. Junto a la familia y los amigos, me gusta disfrutar de las viejas costumbres. Aprovechando el sol de invierno, voy a comer a uno de los merenderos que hay en la Vega, bajo los picos de Sierra Nevada. Para mí es un escenario de tranquilidad en el que se unen la tierra fértil, el cielo azul de Andalucía y la silueta blanca de los picos en el horizonte. Las alturas con mucha nieve del Mulhacén y el Veleta me han enseñado desde niño que no hace falta irse a Francia o Alemania para buscar el frío de la razón. En el Sur de Europa, como en el Norte, hay buenas nieves, buenas razones y buenos tomates.
Estar en la tierra de mi infancia me provoca tranquilidad. No sé si es un sentimiento común, o si a otras personas les provoca tensiones y recuerdos impulsivos, pero a mí me concede una sensación de quietud, un tiempo sosegado. Recuerdo a mi madre sentada con felicidad en la silla de algún merendero, echando aceite y un poco de sal sobre un plato de tomate con atún. Mi padre prefería la morcilla, que tampoco está nada mal, pero dominaban en la mesa los ojos felices de mi madre ante el tomate. Heredero de aquellos recuerdos, pido tomate con atún, echo aceite y un poco de sal, dejo que caiga sobre mí el sol de invierno y me siento feliz.
Saber vivir entre la nieve y el sol es un ejercicio granadino que me recuerda las siempre necesarias relaciones entre la razón y el corazón. Quien no sabe equilibrar lo que está unido en la vida, provoca muchas situaciones de barbarie. La razón sin corazón convierte al progreso en un camino de contaminaciones, ofensas y destrucción masiva. El corazón sin la razón acaba en fanatismos, linchamientos y redes sobrecargadas de discursos proclives al odio.
La razón sin corazón convierte al progreso en un camino de contaminaciones, ofensas y destrucción masiva. El corazón sin la razón acaba en fanatismos, linchamientos y redes sobrecargadas de discursos proclives al odio
Mientras venía al merendero, en la radio del coche, he oído las antipáticas declaraciones de Ségolène Royal, la socialista francesa, sobre el tomate español. La demagogia política da malos resultados y está fuera de lugar en una Europa, tan española como francesa, que necesita configurar un relato de sentimientos y razones democráticas capaz de oponerse a la amenaza de la extrema derecha y sus manejos con los falsos nacionalismos.
Confieso que buena parte de la tranquilidad con la que ahora recibo el sol y disfruto de los tomates bajo un paisaje de nieve se la debo a la situación política española. Por debajo del ruido y los esfuerzos de desestabilizar las instituciones, mi país puede reaccionar a los malos vientos con tranquilidad, porque hay una realidad económica y humana que favorece los valores de igualdad y libertad propios de una democracia social. Tuve que esperar a cumpir 60 años, sí, mucho tiempo, para estar cómodo y tranquilo en una situación política que no se entregase ni a la prepotencia de las élites, ni a la soberbia de los puros, y procurase hacer política, en la medida de sus posibilidades, en favor de la gente. Después de tantos años de falta de identificación con los gobernantes, hoy disfruto de los tomates, el aceite y la sal. Nos salvamos, el socialismo español no acogió en su vientre el capitalismo desmedido de alguien semejante a Emmanuel Macron o a Manuel Valls, y por eso, y porque se han controlado los errores de personajes políticos como doña Ségolène, expareja de François Hollande, tenemos hoy un gobierno de izquierdas.
Pero confieso también que me inquietan las próximas elecciones europeas, las consecuencias que puede tener para España la victoria de una derecha aliada con la extrema derecha. Por eso me preocupan los enredos incomibles de Ségolèn, su soberbia familiar que crea discordias entre naciones y compañeros políticos, y facilitan que pueda sucumbir, en manos del fanatismo, el mayor ámbito de dignidad política que queda en el mundo.
Deberíamos tener más cuidado con nuestras recetas de cocina.
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