Las organizaciones y la sociedad

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Rajoy está en el poder. Donald Trump está en el poder. Italia se descompone en forma de circo. El capitalismo está volcado en una avaricia extrema que ejerce con más impunidad cada vez y con unos Estados que trabajan a su servicio, desregulando los amparos públicos y regulando las normas de favor para los bancos y las multinacionales. Esto es lo que hay.

Bueno… hay otras cosas. Creo que merece la pena considerar también que, en esta agitación insaciable de la impunidad capitalista, la derecha sigue acumulando poder y las organizaciones de izquierdas, los sindicatos y los partidos que todavía buscan una capacidad de intervención en la realidad acaban siendo el chivo expiatorio. Se ven sometidos a agresivas campañas de desprestigio. Parece que su única defensa en momentos convulsos pasa por adoptar un perfil bajo mientras cruza el huracán o poner su vela allí donde sopla el viento sin capacidad para protagonizar una meditación colectiva.

En el deseo de la izquierda que pretenda intervenir en la realidad, y en su obligación de no ser una simple quimera de buenas intenciones, resulta imprescindible detenerse a pensar la articulación del tejido social y de las organizaciones políticas o sindicales. Creo que buena parte de lo que está ocurriendo procede de un primer error: la desconexión de las cúpulas de los partidos de izquierdas, integradas en las esferas oficiales, del mundo real de la gente. Eso ha dañado de manera grave a la socialdemocracia europea; pero no sólo a ella, porque el fenómeno ha afectado a organizaciones menos fuertes. Hay direcciones expertas en provocar y ganar batallas fraticidas para asegurarse el control interno en la izquierda de la izquierda, aunque eso suponga el alejamiento de un horizonte social más amplio.

Pero creo que ahora estamos sufriendo un segundo error, una tentación suicida: pensar que la movilización social puede prescindir de las organizaciones políticas y sindicales. Si el primer error conduce a una pérdida de poder social, el segundo nos empuja a la ley del más fuerte, al desamparo ante el totalitarismo neoliberal que ejerce el poder mediático. La mezcla de los dos errores está poniendo el mundo en manos de personajes como Donald Trump o como los variados sustitutos de Berlusconi.

Me llama la atención que una parte de los medios, bien acompañados como siempre por el infantilismo izquierdista, hayan querido analizar la magnífica movilización social del 8 de marzo como si se tratase de un fracaso de los sindicatos mayoritarios. Hay personas acostumbradas a opinar sobre la clase obrera sin haber visto un obrero en su vida o sin haberse parado ni un segundo en meditar sobre las condiciones del mundo real y la situación de las fuerzas del trabajo en la economía especulativa. Tampoco analizan las consecuencias de unas leyes laborales de rotundidad capitalista que hacen muy difícil defender a los obreros de la prepotencia empresarial. Los sueldos miserables se mezclan hoy con la libertad de despido. Y, en estas condiciones, es muy grave arriesgar una soledad propia o la vida cotidiana de la gente en muchos centros de trabajo. La cuestión se agrava si consideramos la feminización de la pobreza y la explotación de la mujer en sectores muy desamparados.

Los sindicatos minoritarios que convocaron 24 horas de huelga, además de querer apropiarse de un movimiento feminista triunfante por su transversalidad, debieran tomarse en serio un dato: su huelga no fue seguida de manera real ni siquiera en las empresas donde tienen representación sindical. Hay dos errores clásicos de la izquierda: el acomodarse sin dar la batalla o el infantilismo de darla donde está perdida de antemano.

El debate feminista puede ser abordado desde puntos diversos. El patriarcado es ya una estructura muy incómoda en una sociedad en la que buena parte del dinero, el consumo y las audiencias tienen rostro de mujer. Como existe el machismo económico real, se debe aprovechar esta nueva dinámica. Cualquier paso hacia la igualdad de género que venga por ahí me parece una buena noticia, como fue una buena noticia que los partidos socialdemócratas decidieran defender los derechos civiles feministas para compensar su abandono de otras luchas sociales. Peor hubiera sido su parálisis completa, ya que no estamos en condiciones de rechazar ningún avance. Perola izquierda no puede olvidarse de su necesidad de integrar la lucha por la igualdad de género con su lucha por la igualdad económica.

La obligación de ser intransigente

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Ya sé que voy contra corriente, pero me parece que los sindicatos mayoritarios han acertado en su forma de pensar el 8 de marzo: 1) No han querido apropiarse de una lucha feminista transversal. 2) Han articulado la participación obrera en las reivindicaciones con paros de dos horas y miles de asambleas, dinámica que ha permitido un aire de triunfo del pensamiento feminista en el ámbito laboral. Y 3) Han movilizado a la sociedad para contribuir a la asistencia masiva en las manifestaciones.

Vuelvo a repetir: si malo ha sido que las cúpulas organizativas de la izquierda se hayan separado de la gente durante años, peores van a ser los movimientos sociales separados de unas organizaciones imprescindibles en la izquierda democrática.

Y me voy a repetir una vez más lo siguiente, para enseguida corregirme: no hay mayor aliado de la derecha que un tonto de izquierdas. Esta vez lo voy a decir de otro modo, porque me incomodan los intelectuales elitistas que se pasan la vida despreciando a la gente: vamos a guardarnos de los que van de listillos porque no suelen saber de lo que hablan.

Rajoy está en el poder. Donald Trump está en el poder. Italia se descompone en forma de circo. El capitalismo está volcado en una avaricia extrema que ejerce con más impunidad cada vez y con unos Estados que trabajan a su servicio, desregulando los amparos públicos y regulando las normas de favor para los bancos y las multinacionales. Esto es lo que hay.

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