Reforma fiscal y el virtuosismo parlamentario Pilar Velasco
La primavera
Pocas veces permite la vida una solución sencilla a sus problemas. Buscar afirmaciones fáciles supone casi siempre una manera de evitar la observación de aquello que no nos gusta, dejando a un lado el análisis de todo lo que va en contra de nuestros deseos y nuestros intereses. Que la cultura no es un adorno se demuestra cada vez que vivimos una situación de crisis grave. Resulta tan necesario actuar como ser precavido. La cultura sirve para asumir y valorar la profunda complejidad del mundo en el que somos.
Cuando el optimismo es pura ingenuidad de una conciencia irresponsable, conviene ser precavido ante el pesimismo, porque su negación desemboca con facilidad en actitudes cínicas, apuestas por la indiferencia y excusas para la falta de compromiso. Como nada tiene arreglo, caemos en la tentación de asumir los resultados indomables de la oscuridad. Pero no siempre la razón humana debe desembocar en el pragmatismo injusto o la renuncia. El poeta Antonio Machado encontró en la vitalidad de su conciencia ética un modo de esperar la primavera en los momentos más tormentosos. Mientras la aviación enemiga bombardeaba los campos y las ciudades para sembrar el espanto, quiso escribir un soneto a la primavera, más fuerte que la guerra en su tarea infatigable de conseguir que florezca la tierra.
Machado murió en el exilio el 22 de febrero de 1939. Morir exiliado no supone quedarse fuera de juego. Las palabras y la imagen de Machado han permanecido vivas en los momentos más difíciles de la historia de España y en las mañanas soleadas y pacíficas del invierno. Me acordé del soneto de Machado el pasado 22 de febrero, mientras paseaba las calles de Segovia y visitaba los lugares machadianos con los amigos de la Academia de San Quirce, herederos de la antigua Universidad Popular. A Segovia llegó Machado en 1919, allí trabajó, se comprometió con la voluntad cívica de los movimientos republicanos y subió al balcón del ayuntamiento el 14 de abril de 1931.
El deseo republicano de unir las instituciones a la vida de la gente fue una apuesta democrática contra la España Oficial, gobernada por instituciones huecas. Tan peligrosas son las instituciones que pierden el respeto a los pueblos, como los pueblos cuando pierden el respeto a las instituciones. También son peligrosas en la poesía unas formas alejadas de la verdad sentimental o unos sentimientos incapaces de ponerse en forma. Lo supo Machado muy pronto y procuró que sus palabras y su intimidad se equilibraran con el idioma del pueblo y con las ilusiones colectivas. De hecho, la primavera celebrada bajo los bombardeos franquistas era inseparable del olmo seco, capaz de aprovechar las lluvias de abril y el sol de mayo para dar hojas verdes después de la muerte de Leonor.
Ahora el crimen es en Ucrania. Y siento necesidad de solidarizarme y no abandonar a las víctimas, pero con la precaución de no abandonarme a la pasión bélica o al cinismo de los negociantes
También lo comprendió María Zambrano, otro recuerdo imprescindible mientras paseábamos por las calles de Segovia. Durante las guerras, se producen heridas intelectuales. Frente a los racionalismos pragmáticos que acababan en bombardeos, cámaras de gas y discursos bélicos, María Zambrano leyó a Galdós y Machado en busca de una razón poética. Resultaba difícil caer en el optimismo o abandonarse al pesimismo, pero los poemas de Machado y Misericordia de Galdós le permitieron seguir cultivando la esperanza, es decir, el compromiso personal con un futuro humano propio de los que no quieren renunciar a sus valores y su conciencia.
Razón poética: frente al invasor, frente al imperialismo, frente a los negociantes de las armas, frente a los puros que se refugian en su nada, frente a los que se aprovechan de los muertos y los vivos para diseñar sus intereses en el mundo, frente a las pasiones militares y la desvergüenza humana, es posible esperar la primavera. El crimen fue en Granada, escribió Machado en recuerdo de García Lorca. Ahora el crimen es en Ucrania. Y siento necesidad de solidarizarme y no abandonar a las víctimas, pero con la precaución de no abandonarme a la pasión bélica o al cinismo de los negociantes.
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