Prometer, jurar y otras palabras

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Cuando queremos ser sinceros, no está de más detenerse a pensar y decidir nuestra situación ante la verdad. No es una tarea fácil, porque vivimos en una época poco favorable a darse tiempo a sí misma y porque el concepto de verdad está muy desacreditado. La historia es larga, pero corta como un cuchillo. Lo sentía Ángel González.

El juramento supone una afirmación de perpetuidad. Las cosas son así y no de otro modo, deben borrarse las dudas, los quizás y el depende. No resulta extraño si recordamos que la afirmación del juramento pone a Dios o a sus criaturas como testigos. La promesa, al contrario, es un acto más bien humano, sin vocación de dogmas ni de esencias inmutables. La persona que promete asume la voluntad de darse a alguien o adquiere la obligación de hacer algo. Aunque las palabras se las lleve luego el viento, su toma de postura ante la verdad es diferente a la que retumba en las bóvedas del juramento.

La verdad es que da miedo ser devotos de la verdad. Antonio Machado explicó su larga sombra de una forma precisa al abrir su Juan de Mairena: "La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Agamenón: conforme. El porquero: no me convence". La verdad de Agamenón sirve para legitimar la esclavitud de su porquero. Ese ha sido el gran eje del pensamiento contemporáneo con Marx, Freud, Nietzsche, el feminismo, la deconstrucción o la mirada anticolonial. La cultura de la sospecha resulta más que razonable.

Pero la soberbia de la sospecha, mientras alimenta la necesaria conciencia crítica, puede caer en la tentación de olvidarse de la creatividad: una voluntad de darse para procurar alternativas. Me temo que en esa corriente navegamos. El neoliberalismo radical transforma la libertad individual en la ley del más fuerte y la conciencia crítica en el desprestigio de cualquier promesa, ilusión o compromiso colectivo. El cinismo del todo da igual salta con mucha agilidad a la orilla del nada tiene arreglo, una forma de dejar a Agamenón y al porquero en su lugar perpetuo.

El regeneracionismo de Joaquín Costa se encarnó en la famosa consigna "escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid". Le debo muchas horas de estudio y de alegría a Michel Foucault, pero cada vez siento más la necesidad de decirme o de prometerme para mi uso diario un deseo de "escuela, despensa y doble llave al sepulcro de Foucault". La épica de los antisistema se ha convertido en una buena aliada de los que necesitan liquidar el prestigio de las instituciones públicas y los bienes comunes para desregular el Estado. Los bufones del nuevo Agamenón se visten con los andrajos de la antiverdad.

El mundo anda mal, no es bueno ni justo y todas las noches la luna se mancha de sangre y se escucha aullar al lobo del vacío. No es extraño que nazcan ahora, y desde muy diversas perspectivas, voces que reclaman un nuevo protagonismo de la verdad buscando viejas alianzas con el saber filosófico, los credos religiosos o las identidades nacionales. Todas ellas quieren excluir a la verdad de la curvas y los hitos del relato humano.

Un optimismo con sentido común

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Cuando el viento sopla fuerte, los pies cambian sus zapatos por raíces en el deseo de arraigarse. El problema es que aceptar la verdad del juramento implica cerrar con ingenuidad y peligro los conflictos del vivir y del pensar. El no me convence del porquero machadiano es un equipaje imprescindible para regresar al compromiso de las promesas.

El mundo tecnológico ha alimentado con sus aceleraciones y sus borraduras de la memoria la cultura de la posverdad: demagogia que funda realidades falsas, palabras de las que no se responsabiliza nadie debido al torbellino de lo efímero. Una alternativa ética pasa por aceptar las grietas de las esencias para defender verdades modestas, sin las mayúsculas de la perpetuidad, con las que merezca la pena comprometerse. Albert Camus sabía que la tarea del intelectual no es creerse en posesión de la verdad, sino comprometerse a no mentir. Sus verdades se hacen al andar como el camino machadiano. Son verdades colectivas, acordadas y ambiciosas, un verdadero compromiso con el ser de las cosas, aunque se sostengan en el diálogo, en el aprendizaje de la escucha, en la palabra del otro. Quizá sea ese el modo de prometernos a nosotros mismos una nueva relación con las mayúsculas.

Así lo escribió el poeta en uno de sus proverbios: "¿Tu verdad?. No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya guárdatela".

Cuando queremos ser sinceros, no está de más detenerse a pensar y decidir nuestra situación ante la verdad. No es una tarea fácil, porque vivimos en una época poco favorable a darse tiempo a sí misma y porque el concepto de verdad está muy desacreditado. La historia es larga, pero corta como un cuchillo. Lo sentía Ángel González.

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