Verso Libre
La vieja anormalidad. Nos debemos un abrazo
Más convencido que nunca en mis ideas, me pongo a escribir y me muerdo la lengua. Me confío a un tono de serenidad, calma, reposo, sosiego y tranquilidad. Luis el tranquilo, se ríe el espejo de mi despacho. Y yo le recuerdo a un viejo amigo, el catedrático Fernando de los Ríos. En una sesión parlamentaria, afirmó con la paciencia de su humanismo socialista que en España la educación es un valor revolucionario.
Luis el tranquilo se modera porque la situación no es catastrófica, como repiten los heraldos de la crispación, pero sí es difícil. Y es difícil no porque después de la pandemia debamos enfrentarnos a una nueva normalidad, sino porque tenemos que responder a la anormalidad de siempre. Este virus feo, evangelista y sentimental, tan agresivo como las viejas epidemias medievales, ha puesto en evidencia la realidad anterior a la pandemia. Si me pido moderación es para que los gritos y ataques de nervios no me distraigan de la firmeza necesaria para defender las cosas que ya estaban en juego. Como la moderación tiene que ver con la elegancia, y la elegancia con la capacidad de elegir, me quedo con cuatro cosas de antes y ahora, es decir, de esa nueva normalidad que se juega parecerse o no a la vieja anormalidad.
1.El debate de la libertad. El neoliberalismo ha jugado a confundir la libertad con el debilitamiento del Estado y la ley del más fuerte. Borrar las regulaciones que marcan la convivencia justa es el requisito que desde el golpe de Estado de Chile en 1973 han pretendido extender por el mundo los especuladores que amasan fortunas humillando a la economía productiva. Una libertad que sólo afecta a la especulación. Basta ver las series policíacas de televisión o leer los estudios sobre los filtros en las redes sociales, para saber que nuestra realidad está más controlada que nunca por cámaras y bases de datos. La pandemia ha demostrado la necesidad de consolidar los espacios públicos y la autoridad del Estado. Ha descubierto también la histeria de los liberales que no soportan ni siquiera la autoridad del Estado para defender la vida de sus ciudadanos agredidos por una epidemia. Frente al barullo, nos defienden las reglas. Por eso ahora tenemos el mismo reto que antes: conseguir que la libertad democrática le devuelva al Estado la legitimidad para defender la justicia, la igualdad, el trabajo decente y la sostenibilidad de nuestras sociedades y nuestro planeta. Y para esto la dignidad de un periodismo libre es fundamental. Libre de censuras, pero libre también de sus dependencias de los poderes económicos.
2. Los derechos humanos. La degradación de las condiciones de vida en las sociedades neoliberales ha provocado que la defensa de los derechos humanos sea un privilegio de las clases acomodadas. La vida precaria invita al miedo, al odio, al desprecio del extranjero, llevando la ley del más fuerte a los pliegues más miserables de la sociedad. Ser español o alemán es un privilegio que se defiende frente al turco o el subsahariano, pero no un orgullo y un compromiso para construir una sociedad justa. El espectáculo de la policía norteamericana y del racismo contra los negros nos debe hacer pensar en nuestras fronteras y en una dinámica que crea racismo al crear miseria.
Una forma de pensarse
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3. Europa. El panorama internacional es desolador. Antes de la pandemia daba miedo mirar hacia los dirigentes de China, Rusia, EEUU y Brasil. Necesitamos construir una Europa solidaria consigo misma, defensora de los derechos humanos y los valores ilustrados, derechos y valores que merecen una segunda oportunidad, porque sin ellos el mundo avanzará hacia la barbarie. La Europa social, frente a los totalitarismos o las degradaciones democráticas, era antes el reto, y lo es ahora.
4. Y el Patriotismo. De lo más llamativo estos días ha sido ver en Europa a políticos de la derecha española exigiendo controles y dureza en las ayudas para España. Y me he vuelto a acordar de Galdós: "En España es un hecho constante la realidad de lo contrario, o que cosas y personas actúen al revés de sí mismas". La bandera de España en el balcón no puede servir para atacar a España en Europa por motivos electoralistas o para evitar que las grandes fortunas paguen impuestos y conviertan Madrid en un paraíso fiscal. A Europa debemos ir con la conciencia de que nuestra fiscalidad se debe parecer cada vez más a la francesa, la alemana o la sueca. Esto, claro, vale para cualquier bandera de las que vemos en los balcones. Soy patriota porque mientras el carlismo y sus herederos gritaban viva la iglesia, muera la nación, escritores como Galdós, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, María Lejárraga, Federico García Lorca, María Zambrano, Rafael Alberti y María Teresa León (¡dos comunistas!) dedicaron su vida y a veces la dieron por España, es decir, por la dignidad de la gente que vivía y trabajaba en su patria.
Son cosas de la nueva normalidad que me preocupaban ya en la vieja anormalidad . Y para defender con firmeza estas ilusiones conviene hoy el sosiego, la tranquilidad y la solidaridad dispuesta a no dejarse distraer por polémicas que buscan una crispación ocultadora. Nos debemos un abrazo.