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Cremita para la mafia

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Cifuentes no dimitió ante la indignación ciudadana cuando se destapó que su título universitario era fraudulento, y que tirando de ese hilo aparecían otros como el suyo. No dimitió por vergüenza de su propio partido al conocer la trama Púnica, la Gürtel, el caso Lezo, y otros tantos escándalos que este ha regado por toda la geografía nacional. Al parecer, Cifuentes no tenía miedo a la prensa ni al electorado, aunque su figura, pese a los retoques en quirófano y las cremas antienvejecimiento, estaba ya muy erosionada.

La puntilla que ha quebrado la dura piel de la líder del PP de Madrid ha sido una nimiedad, una minucia en comparación con los escándalos hiperbólicos que conocemos de su partido: hurtó unas cremas antienvejecimiento en Eroski siendo vicepresidenta de la Asamblea de Madrid. Y ahora sí, dimisión fulminante.

Por mucha presión que hayan ejercido los periodistas —demostrando, por cierto, que este oficio sigue vivo y con señales de avance real—, por mucho que la redacción de eldiario.es haya sembrado el terreno para esta dimisión con su impecable gestión del caso, lo que finalmente ha tumbado a Cifuentes por desgracia no ha sido la prensa libre ni la opinión pública: ha sido la mafia. Ha sido alguien capaz de acceder a un vídeo de seguridad y guardarlo siete años para filtrarlo en el momento oportuno. Alguien (o algo) que no lo publicó inmediatamente por conciencia cívica, ni siquiera por afán de lucro o notoriedad. Algo cuyo afán es muy superior, que opera a otro nivel.

Regocijo y jolgorio

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Este insólito giro de la trama desata inevitablemente un chorro de interrogantes. ¿Por qué una vicepresidenta roba cremas en pleno inicio de campaña? La hipótesis de la necesidad o la urgencia caen por sí solas, ¿podemos hablar de cleptomanía, o de un estilo de vida degenerado? ¿Damos ya por probado que el PP está infecto de una moral enferma sobre lo ajeno? ¿Existe vacuna ante estas élites desenfrenadas? Cifuentes “renuncia” a la presidencia, pero, ¿renunciará también como presidenta del PP madrileño? ¿Devolverá el acta de diputada?

Más interrogantes surgen pensando en el relevo. ¿Colaborará Ciudadanos por fin con Podemos y el PSOE para desalojar la podredumbre que nos gobierna desde la Puerta del Sol y levantará alfombras cuanto antes? ¿A quién van a investir ahora? ¿En serio van a pedir a esta misma mafia que elija a “un candidato honrado… digo yo que alguno tendrán” (dice Rivera)? ¿A esta organización, imputada toda ella como partido, y con todos sus tesoreros imputados o en prisión? ¿Estos que proclaman una “nueva etapa” (Rajoy, hoy mismo) ante cada rana que sale de la charca? ¿Cuánta “nueva etapa” puede soportar la autoestima política de los madrileños, que hemos sufrido décadas de robos económicos y políticos, tamayazos, recortes, privatizaciones, rescates de autopistas ruinosas y mentiras a quemarropa, antes de abandonarnos definitivamente a la postpolítica y la impotencia, al desinterés por la gestión de este cortijo? ¿Van Rivera y los suyos a seguir sosteniendo esta vergüenza también a nivel estatal, ejerciendo de crema antienvejecimiento que redime de su ocaso a la mafia?

Cada minuto que pasa sin alcanzar un acuerdo de regeneración en Madrid está retratando a Ciudadanos en su papel de nueva carcasa para viejos cacicazgos. Se dicen regeneración, pero de facto apuntalan al bipartidismo de siempre allí donde lo necesita: en Andalucía a la Susana de los ERE, en España al Rajoy del “Luis, sé fuerte”. Y en Madrid, piden al mismo árbol del que salieron Esperanza Aguirre, Ignacio González y Cristina Cifuentes que les de otra manzana, a ver si esta por fin sale buena. Falta de fe y optimismo no se les puede achacar, desde luego.

Cifuentes no dimitió ante la indignación ciudadana cuando se destapó que su título universitario era fraudulento, y que tirando de ese hilo aparecían otros como el suyo. No dimitió por vergüenza de su propio partido al conocer la trama Púnica, la Gürtel, el caso Lezo, y otros tantos escándalos que este ha regado por toda la geografía nacional. Al parecer, Cifuentes no tenía miedo a la prensa ni al electorado, aunque su figura, pese a los retoques en quirófano y las cremas antienvejecimiento, estaba ya muy erosionada.

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