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Qué ven mis ojos

La democracia consiste en saber perder, no en ganar a cualquier precio

“Nadie ejerce con más violencia su poder que quien teme perderlo”.

Si una mitad de la democracia consiste en votar y la otra en admitir los resultados, en España tenemos un problema, porque cada vez hay más personas que no lo hacen, que no respetan la segunda condición, que creen que vale más ganar a cualquier precio que saber perder. Hay unas elecciones, un partido las gana, pero sin alcanzar una mayoría, y lo primero que hacen sus jefes nada más bajar del balcón y poner los pies en la tierra es descalificar cualquier suma que no acabe con su candidato en la Moncloa. Otra formación, pierde o logra menos apoyos de los que esperaba, y deja caer en el primer micrófono que le acercan a la boca a sus representantes que los ciudadanos han cometido un grave error o desliza ciertas sospechas acerca de la limpieza y la neutralidad del proceso. En muchos medios de comunicación, de un signo y otro, da lo mismo si se trata de periódicos, televisiones o emisoras de radio, se batalla por tierra, mar y aire contra los grupos que no coinciden con sus líneas editoriales o empresariales y desde sus tribunas se amenaza, se conmina, se pone gente a los pies de los caballos, se descalifica, se lanzan verbos en tiempo imperativo... En las mesas de debate, más de uno y más de dos confunden expresar opiniones con soltar consignas; y alguno que otro, más que un analista parece un forofo, un comisario político, un propagandista o, aún peor, un correveidile. En la jungla de internet, abundan personas que dan la impresión de patrullar la red con un cuchillo entre los dientes, para lanzarse en tromba contra quien se atreva a no estar de acuerdo en mayor o menor grado, a marcar distancias, a establecer límites o poner peros, a defender su independencia. Por desgracia, todo se ha vuelto, al parecer, blanco o negro, lo cual siempre es un peligro: donde no hay matices, se multiplica la oscuridad; donde no hay lugar para la disidencia, no puede imperar la razón. Vencer no es convencer con tres letras menos, es una clase de triunfo donde la razón ha sido sustituida por la fuerza, una manera de imponerse que deja a su espalda heridas, perdedores, deseos de venganza y cuentas pendientes: nada con lo que se pueda mirar hacia el futuro sin ver nubes cargadas de rayos y truenos en el horizonte. “Con el otoño / llegó el fin del mundo. / Dejó una pluma de fénix / en la almohada. / A solas, barro el ring”, dice uno de esos humillados y ofendidos con ganas de revancha en Insectos, el nuevo libro de poemas de Lara López, recién publicado por la editorial Papeles Mínimos. Donde han pisado los avasalladores, no vuelve a crecer la hierba.

Todo esto no deja de ofrecer una gran paradoja, dado que estamos en un país donde una y otra vez se pone de ejemplo la Transición y se alaba sin freno a sus protagonistas, que tienen categoría de súper héroes justo por su capacidad para negociar, entenderse, renunciar a algunos de sus principios para que otros no se queden atrás, tener la valentía de ceder y la habilidad necesaria para llegar a acuerdos“Tiempos raros. / difíciles, / de los que se podría hablar / si llamaras de nuevo”, escribe Lara López. ¿Quién hace eso aquí y ahora, tanto entre los que ocupan los asientos del Congreso y del Senado como entre quienes deberían vigilarlos desde la neutralidad, tratando de ser objetivos en la medida de lo posible y a la vez que defienden sus intereses? Los primeros han llegado a tal degradación que, en el PSOE, sin ir más lejos, es evidente que lo que estarán deseando las baronesas y barones derrotados por Pedro Sánchez es que sus próximos resultados sean aún peor que los dos anteriores, para tratar de volver a serrarle las patas a su silla de mando en la calle Ferraz. No son compañeros de viaje, son conspiradores. No quieren la unidad que pregonaban, sólo una división que les deje el lado grande en las manos. Son parte de la tripulación, pero no están ahí para remar, sino preparando un motín. En cuanto a los segundos, parece que antes, cuando alardeábamos de ser notarios de la actualidad, lo que se quería decir es que estábamos aquí para dar fe, no para exigirla; algo que, en estos momentos, ya no se ve tan claro. Habría que hacer algo y tendríamos que hacerlo todos. Absolutamente todos.  Si no, el panorama que quede será parecido a este: “Malas inversiones. / Locales arrasados. / Carteles que anuncian futuros / que ya no.”

Son tiempos viciados, una época en la que ya no es que se quiera algo tan legítimo como triunfar sobre el adversario, sino que se le quiere hacer invisible, negarle un sitio, recluirlo en un gueto. Es una estrategia desesperada, porque una mentira repetida mil veces no se puede convertir en verdad, tal y como sostienen los cínicos; pero un silencio guardado mil veces, tampoco. La gente es cada vez más difícil de engañar. Esa debería ser una gran noticia. A quienes no se lo parezca, esos son los auténticos enemigos. Y los más peligrosos.

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