El Gobierno ha anunciado a grandes rasgos los planes que tiene para recordar lo que ocurrió en 1975 y 1936 respectivamente. La reacción de las derechas (PP+VOX) no ha sido decepcionante. Por lo visto convendría guardar silencio sobre un período en el que se hundieron todas las esperanzas que despertó la Segunda República a su inicio y que no se liquidaron hasta el final de una larga dictadura. Nos mantuvo alejados de Europa hasta que se cumplieron las “previsiones sucesorias” (en román paladino, el fallecimiento del dictador). En el primer caso del estallido de la guerra civil nos separan ya casi cien años. Del segundo, medio siglo.
¿Cuál será el porcentaje de españoles y españolas que recuerde el primer acontecimiento? Me atrevo a pensar que ni con los dedos contados quedará alguno. Tampoco serán millones los que recuerden el segundo, más próximo.
En ambos casos ha transcurrido ya el tiempo suficiente para poder explorar el pasado con visión histórica. Hay distancia, fuentes y se han sucedido tres o cuatro generaciones de historiadores españoles y extranjeros. Sin embargo continúan abundando los viejos mitos acuñados por los vencedores como si en realidad el tiempo no hubiera transcurrido.
Es un caso próximo al bochorno o a la desvergüenza oír a ilustres políticos (de ambos sexos) despotricar como si vivieran en años próximos a buena parte de la casi interminable dictadura. De sus soportes mediáticos en periódicos, revistas, publicaciones online y de sus seguidores en las redes mejor ni hablar. Como si el tiempo no hubiera pasado. Como si las pasiones no se hubiesen calmado.
El caso español es casi único en Europa. Los franceses, cierto es, trataron en los años que siguieron a 1945 de tender el velo sobre la derrota, Vichy y sus tropelías. Cuando en los años sesenta un historiador norteamericano, Robert Paxton, echó luz sobre aquel período en base a documentación alemana provocó una escandalera. Hoy, en general, se ha asumido. Incluso el FN (rebautizado en RN) busca alejarse de sus orígenes.
Más complicado es el caso italiano, en el que derecha neofascista está ya en el poder, aunque la reivindicación total del Duce todavía no se ha alcanzado.
En Alemania, después de 15 años de silencio tras 1945 y de perdones masivos a los integrantes de las huestes hitlerianas, los historiadores y las autoridades emprendieron labores de limpieza aunque demasiado tarde. El resultado, que pareció muy estimable, está hoy en entredicho. De Austria poco hay que decir. De participar en el genocidio pasó a ser considerada como la primera víctima de la expansión nazi.
Los norteamericanos, que habían abandonado a los republicanos a su suerte, pasaron de una actitud bastante fría a un estrecho abrazo al “Centinela de Occidente” y el Ministerio de Defensa español todavía protege la documentación militar de las negociaciones de 1952-1953 como secreto de Estado.
De la República española pocos se acordaron, salvo México, y el régimen de Franco siguió en su condición de paria (excepto para poder realizar con él negocios nada despreciables).
La reacción a la reciente exposición del presidente del Gobierno es más que un error: es una demostración de estupidez
Para mí, como historiador de la República, de la guerra civil, del primer franquismo y de la sumisión a los dictados que venían de allende los mares como si España fuera un Estado cipayo (la expresión no es mía: la utilizaron el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado y el embajador Carlos Fernández Espeso), la reacción a la reciente exposición del presidente del Gobierno es más que un error: es una demostración de estupidez, estulticia y cobardía.
No mirar al pasado es cerrar los ojos ante el futuro. Las próximas elecciones, cuando toquen, quizá las ganen el PP y VOX, o tal vez no, pero salvo que dinamiten todos los master drives de todos los archivos y Ministerios (parece que ya lo hizo uno, muy encomiado hoy por sus seguidores, con los de la Moncloa) el análisis de la documentación existente no cambiará demasiado lo que los historiadores, españoles y extranjeros, de tres generaciones hemos ido desvelando.
Además, ya no se trata hoy solo de archivos. Hay otras pruebas más duras, más consistentes: las “fosas del olvido” donde yacen los “olvidados”: hombres, mujeres, niños. Una exposición, ya cerrada, sobre las víctimas enterradas en el cementerio de Paterna, próximo a Valencia, constituyó un ejemplo sobresaliente de lo que puede hacerse a la hora de recuperar, en alguna medida, lo que ocurrió en aquella región de España tras la VICTORIA. No fue la única.
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Angel Viñas y Guillem Martínez Molinos publicarán este año próximo uno de los secretos mejor guardados que facilitó la victoria de Franco y lanzarán un desafío a militares y civiles que ocultan sus proclividades de derecha bajo una supuesta objetividad.
El Gobierno ha anunciado a grandes rasgos los planes que tiene para recordar lo que ocurrió en 1975 y 1936 respectivamente. La reacción de las derechas (PP+VOX) no ha sido decepcionante. Por lo visto convendría guardar silencio sobre un período en el que se hundieron todas las esperanzas que despertó la Segunda República a su inicio y que no se liquidaron hasta el final de una larga dictadura. Nos mantuvo alejados de Europa hasta que se cumplieron las “previsiones sucesorias” (en román paladino, el fallecimiento del dictador). En el primer caso del estallido de la guerra civil nos separan ya casi cien años. Del segundo, medio siglo.