Ha llegado el verano, las vacaciones, el periodo del año más deseado y necesario de desconexión con la rutina. Estos días en los que buscamos descansar, fluir, descalzarnos y desprendernos de al menos algunas obligaciones físicas y emocionales agotadoras. Cambiar de aires, de ritmos, de hábitos y de perspectivas, no necesitar mirar el reloj, son condiciones necesarias para la buena salud del cuerpo y de la mente. Ojalá todo el mundo pudiera disfrutar de este oasis espacio-temporal que son las vacaciones, aunque bien sabemos por la última Encuesta de Condiciones de Vida que el 33,1% de la población española no puede permitirse salir de vacaciones fuera de casa ni siquiera una semana al año.
Conocer lugares distintos. Observar y tratar de entender, e incluso cuestionar, dinámicas establecidas en hábitats ajenos a los que nos son cotidianos; o cotidianos pero que el resto del año nos son invisibles porque no estamos en las horas en los que se producen; preguntarnos por qué las cosas funcionan de una manera aquí y de otra manera allá; contrastar, aprender, buscar y encontrar los parecidos y las diferencias. Como cantaba Julie Andrews en Sonrisas y Lágrimas: “These are a few of my favourite things.”/ “Estas son algunas de mis cosas favoritas.”)
Con el verano y las vacaciones también llego yo con esta tribuna, cual Grinch, para dejar unos datos de cosas mundanas que quizá desconocíais y que bien pueden convertirse en tema de conversación con vuestra gente en alguna sobremesa, aperitivo o paseo a la orilla de la playa. Dejo datos e, implícitamente, algún reto.
Quizá ya lo sabéis. Yo no lo sabía con precisión hasta documentarme para redactar estas líneas; por eso lo comparto. Habréis notado que últimamente es habitual que en muchos establecimientos comerciales nos pregunten si queremos bolsa cuando realizamos una compra. Nos lo preguntan, además de porque se ha convertido en una fuente adicional de ingresos para el establecimiento –luego hacemos juntas unas estimaciones-, porque esa bolsa, que sería absolutamente prescindible si lleváramos la nuestra propia, es una externalidad negativa de nuestros imprescindibles actos de compra.
Si queremos bolsa, hoy tenemos que pagar por ella, y no tanto para cubrir el coste que le pueda suponer al establecimiento proporcionárnosla, que también, sino para compensar al menos parcialmente los efectos nocivos de nuestra falta de previsión, de nuestra despreocupación, de a estas alturas del partido, nuestra desidia. Y es resultado del Real Decreto 293/2018, de 18 de mayo, sobre reducción del consumo de bolsas de plástico que, gracias a que somos parte de la Unión Europea, tenemos la obligación de adoptar.
En el escenario conservador, responder con un sí a la pregunta ¿quiere bolsa? representa 228 millones de euros al año, cifra astronómica pero que solo compensa parcialmente el daño que causa.
Este Real Decreto crea el Registro de Productores (concretamente, de fabricantes de bolsas con o sin asa, hechas de plástico, proporcionadas a los consumidores en los puntos de venta de bienes o productos, lo que incluye la venta online y la entrega a domicilio). También establece varias obligaciones sobre la información que los productores deben proporcionar, en particular, el número y las características de las bolsas de plástico que han introducido en el mercado español cada año (espesor, si son o no compostables, composición, si pueden o no ofrecerse de forma gratuita).
Gracias a este Registro en el que informan actualmente unos 115 fabricantes, que además de ser interactivo y muy asequible en su uso está disponible a un clic, sabemos que en 2022 en España fueron más de 7.930 millones de bolsas de plástico las que se pusieron en circulación. Miles de millones de bolsas de plástico que de forma casi instantánea se convierten en residuos. Es una cantidad tan descomunal que precisa ser traducida a una unidad de medida que nos permita visualizarla (en “campos de fútbol”): bolsas suficientes para que cada habitante de este planeta pudiera recibir una al año, o para que quienes habitamos en España recibamos 170 bolsas al año, una cada dos días. Ocho millardos de bolsas de plástico al año que juntas pesan 97.000 toneladas, equivalentes a 350 Airbus A380, de esos con capacidad para transportar a más de 500 pasajeros.
Somos adictos a las bolsas de plástico. Es un hecho acreditado con datos. Cierto es que cinco años atrás y de acuerdo con los datos del MITECO donde se aloja el registro mencionado eran más de 11.000 millones las bolsas de plástico que necesitábamos en nuestras vidas, un 30% más de las que utilizamos hoy. Esto está muy bien, es el camino, pero hoy las bolsas son más gruesas y pesan más: han pasado de pesar 7,7 gramos la unidad en media en 2017, a 12,2 gramos en 2022.
Y aquí la estimación de trazo grueso prometida: el 57% de los casi 8.000 millones de bolsas puestas en circulación no se pueden entregar al consumidor si no media un pago, que es además regulado: entre 5 y 30 céntimos por bolsa, según sus características. El 43% restante, bolsas finas utilizadas principalmente como envase primario para alimentos a granel, son aún gratuitas, a pesar de su aún más corta vida útil. En el escenario conservador, responder con un sí a la pregunta ¿quiere bolsa? representa 228 millones de euros al año, cifra astronómica pero que solo compensa parcialmente el daño que causa.
Yo no quiero bolsa, gracias. ¿Y tú, quieres bolsa?
Ha llegado el verano, las vacaciones, el periodo del año más deseado y necesario de desconexión con la rutina. Estos días en los que buscamos descansar, fluir, descalzarnos y desprendernos de al menos algunas obligaciones físicas y emocionales agotadoras. Cambiar de aires, de ritmos, de hábitos y de perspectivas, no necesitar mirar el reloj, son condiciones necesarias para la buena salud del cuerpo y de la mente. Ojalá todo el mundo pudiera disfrutar de este oasis espacio-temporal que son las vacaciones, aunque bien sabemos por la última Encuesta de Condiciones de Vida que el 33,1% de la población española no puede permitirse salir de vacaciones fuera de casa ni siquiera una semana al año.