El machismo es cultura, no conducta, y es esa cultura machista la que facilita los elementos y argumentos necesarios para que los hombres que lo decidan lleven a cabo las conductas que forman parte de la violencia sexual y de género, sin que la respuesta social e institucional sea proporcional a la gravedad y magnitud de esta violencia. Por eso se habla de “cultura de la violación”, concepto que fue desarrollado en EE.UU. a principios de los años 70 dentro de la segunda ola del feminismo.
Quienes no entienden, o no quieren entender, la relación entre cultura y violación pueden responder estas preguntas a ver qué conclusión obtienen:
- Por qué los hombres violan a mujeres y niñas y las mujeres no violan a los hombres.
- Cómo es posible que las mujeres sufran más violencia sexual en sus relaciones de pareja (7%) que fuera de ellas (6%) (FRA, 2014)
- Por qué el 65,7% de los agresores sexuales que atacan a mujeres y el 75,3% de los que agreden a niñas son conocidos, tal y como recoge el informe del CGPJ sobre las sentencias dictadas por el Tribunal Supremo en 2020.
- Por qué se duda de la credibilidad de las mujeres cuando denuncian la violencia sexual que sufren.
- Por qué hasta el año 1989 se consideró la violencia sexual como un delito contra la honestidad, es decir, contra el honor, un honor que miraba más a la familia y a sus hombres que a las mujeres y a su libertad sexual.
- Cuál es la razón para que un 72,2% de la sociedad crea que la violencia sexual es consecuencia de la provocación de las mujeres, y un 8’5% las culpe directamente a ellas. (CIS, julio 2017)
- Qué factores existen para que sólo se denuncie un 8% de toda la violencia sexual que se comete en nuestro país (Macroencuesta 2019).
- Por qué el porcentaje de condenas en los casos denunciados se mueve entre el 5 y el 40%.
- Qué factores inciden para que en lugar de disminuir la violencia sexual aumente con nuevas formas protagonizadas fundamentalmente por hombres jóvenes, como está sucediendo con las violaciones grupales y la sumisión química.
- Por qué en los seis primeros meses de este año se han cometido dos feminicidios sexuales.
- Qué hace posible que como respuesta de la justicia se acepte un pacto entre las partes de una violación (agresor y víctima), como ha ocurrido este verano en la Audiencia Provincial de Málaga y la de Murcia, por el miedo de las víctimas a la respuesta del proceso judicial.
- Por qué el 96% de todas las víctimas de trata con fines de explotación sexual son mujeres y niñas (Eurostat, 2015), y son hombres los que consumen prostitución para ver satisfechas sus necesidades de poder a través del sexo.
- Por qué la violencia sexual es un arma de guerra en todos los conflictos bélicos.
Como se puede apreciar con esas referencias, la violencia sexual no depende de características particulares, ni de la conducta de determinados grupos de hombres, ni de los factores relacionados con ciertos contextos; su dimensión y circunstancias atraviesan todos los espacios de la sociedad para presentarse de las formas más diversas, pero siempre con elementos comunes:
- El agresor es un hombre y la víctima una mujer prácticamente en el 100% de los casos.
- La sociedad cree que hay factores en la conducta de las mujeres y en los lugares donde se encuentran que precipitan la violencia sexual.
- La misma sociedad, cuando ya se ha producido la violencia sexual, resta credibilidad a las mujeres que la sufren y da justificaciones a los hombres que las agreden.
- Estos elementos hacen que la mayor parte de esta violencia no se conozca y permanezca en la zona invisible de la realidad.
La violencia sexual es una conducta frecuente, tanto que en el último año la han sufrido unas 359.000 mujeres, que juega con las referencias de la cultura androcéntrica para que se lleve a cabo
Los trabajos de Liz Kelly en 2005 demostraron que los elementos alrededor de la violencia forman parte de lo que describió como “cultura del escepticismo” y “cultura de la culpabilización”. La autora y su equipo pusieron de manifiesto que los elementos de la cultura actúan para negar y dudar de la violencia sexual (escepticismo), y que luego, cuando el caso es tan objetivo que no se puede cuestionar, se buscan argumentos y razones para culpar a la víctima por lo ocurrido (culpabilización).
Todo ello explica por qué la violencia sexual es una conducta frecuente, tanto que en el último año la han sufrido unas 359.000 mujeres (Macroencuesta 2019), que juega con las referencias de la cultura androcéntrica para que se lleve a cabo y para que después la mayor parte de ella, concretamente el 92%, no sea conocida al no ser denunciada, y para que de la parte que se conoce sólo se condene un porcentaje bajo. Una situación que demuestra el papel de la cultura que convive con la violencia sexual al invisibilizarla para luego hacer creer que lo invisible es inexistente, cuando la realidad es muy distinta, tanto que el 13,7% de las mujeres de nuestro país ha sufrido algún tipo de violencia sexual (Macroencuesta 2019).
La cultura de la violación es una realidad. Sin los elementos de una cultura androcéntrica que culpabiliza, minimiza, oculta y niega esta violencia y a sus responsables, no sería posible que se produjera desde la invisibilidad y el anonimato.
El PP debería preguntarse si con sus decisiones promueve o va en contra de la cultura de la violación, y, por ejemplo, ver cómo influye en una u otra consecuencia no apoyar una ley integral que protege la libertad sexual, y busca atender a las víctimas y actuar sobre las causas sociales que la originan, o que su Coordinador General, Elías Bendodo, hable del “efecto llamada” de esa ley, o que su directiva llegue a pactos y gobiernos con partidos de ultraderecha que niegan la violencia de género.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
El machismo es cultura, no conducta, y es esa cultura machista la que facilita los elementos y argumentos necesarios para que los hombres que lo decidan lleven a cabo las conductas que forman parte de la violencia sexual y de género, sin que la respuesta social e institucional sea proporcional a la gravedad y magnitud de esta violencia. Por eso se habla de “cultura de la violación”, concepto que fue desarrollado en EE.UU. a principios de los años 70 dentro de la segunda ola del feminismo.