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Sobre ser ‘queer’, las siglas y los derechos de todas

Quedan apenas unos meses para que la ley de matrimonio igualitario celebre su veinte aniversario. Entonces, uno de sus grandes impulsores, Pedro Zerolo, afirmó que por primera vez España llegaba puntual a su cita con la igualdad. Antes de que el Congreso de los Diputados le diera luz verde —con el voto en contra del PP, excepto de Celia Villalobos— la norma tuvo que sufrir las críticas de la derecha, que llegó a decir que era un atentado que destruiría la familia tradicional. Célebre, y con el tiempo más bochornosa aún, la frase de Ana Botella en la que aseguraba que una pera y una manzana nunca darían como resultado dos manzanas. Lo cierto es que casi dos décadas después, podemos asegurar que España hoy es un país infinitamente más justo e igualitario gracias a la aprobación de esa ley nacida en el gobierno de Zapatero.

Durante el congreso federal del PSOE que se ha celebrado este fin de semana se ha marcado la hoja de ruta ideológica que seguirán los socialistas en los próximos años. De entre todas las propuestas que se han aprobado, dos han eclipsado a las demás. La que se oponía a incluir —no a eliminar, como se ha tratado de hacer creer— en el acrónimo LGTBI las siglas Q+ y la que presentó la delegación de Guadalajara para que ninguna persona de sexo masculino pueda participar en las categorías destinadas a mujeres en el deporte. Las dos salieron adelante. Ambas merecen una reflexión.

Sobran los insultos y el lenguaje bélico. Ensucian el análisis, crean ruido y en tiempos de bulos y fake news contribuyen a la desinformación

Actualmente la palabra queer es un paraguas que se usa para agrupar otras diversidades sexoafectivas e identitarias que no tienen cabida en el acrónimo LGTBI. Su uso es un paso más en el terreno de la inclusión y de la conquista de derechos. Igual que durante años fue suficiente hablar de ‘Orgullo gay’ y hoy esa denominación se queda corta, hay identidades disidentes, como las personas no binarias, que no se sienten representadas en esas siglas. Si tenemos en cuenta que tres de cada diez personas del colectivo están en riesgo de pobreza en España, tratar de borrar su existencia no parece la mejor forma de combatir la discriminación que sufren. Lo que no se nombra, no existe. Lo hemos repetido centenares de veces.

El feminismo nunca ha rehusado el debate. Es una teoría política transformadora, por lo que lleva el análisis y la reflexión incrustados en su ADN. Hay quien considera que el género es una identidad y quien cree que es opresión. Es debatible también asumir que los postulados de la teoría queer son feministas. Pero ninguno de esos argumentos puede negar la existencia de las personas trans o queer. Por eso, sobran los insultos y el lenguaje bélico. Ensucian el análisis, crean ruido y en tiempos de bulos y fake news contribuyen a la desinformación.

Respecto a la segunda enmienda, cabe preguntarse qué sentido tiene su aprobación si, según la redacción a la que hemos tenido acceso los medios, no cambiaría absolutamente nada. La ley permite la modificación del sexo registral y son las federaciones las que deciden —en ocasiones de manera tremendamente injusta— si una mujer trans puede competir o no. ¿Por qué, entonces, reabrir una herida que se inició con la tramitación de la norma y que parecía ya superada? Más de un año después de su entrada en vigor, y a pesar de los bulos de quien vaticinaba cambios registrales en tromba, el fraude de ley es anecdótico. Dejemos de embarrarlo todo: la presencia de las mujeres trans en el deporte merece un debate sosegado, alejado de imprecisiones o medias verdades.

Mientras tanto, y en paralelo a este debate dentro del feminismo, este lunes la ultraderecha impregnaba de odio el Senado. En la cumbre antiabortista celebrada con el beneplácito del PP se oían declaraciones como las del exministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, que comparaba el derecho al aborto con la esclavitud o de otros ponentes que reclamaban la creación de leyes antiLGTBI para proteger a los niños. Por increíble que resulte, se ha celebrado una convención de líderes ultras de todo el mundo en una institución pública para cargar contra las políticas feministas y de derechos humanos que tanto trabajo ha costado conseguir. Demos la batalla ahí, porque son esos discursos que niegan cualquier avance en igualdad los que hay que combatir.  

Antes de la aprobación de la ley de matrimonio igualitario, Pedro Zerolo tuvo que escuchar cómo dirigentes del PP aseguraban que la unión de personas del mismo sexo era ofensiva para la sociedad, por lo que se podía llamar de cualquier forma, pero nunca matrimonio. Zerolo no cejó en su empeño y, gracias a él, el reloj de la igualdad se puso en hora en España. Los reaccionarios nos quieren divididas, no dejemos que sean ellos los que retrasen la conquista de nuestros derechos.

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