El 16 de noviembre de 1989 el Batallón Atlacatl, del Ejército salvadoreño, entró con nocturnidad y alevosía en la Universidad Centroamérica “José Simeón Cañas” (UCA), de San Salvador, y asesinó a los jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Juan Manuel Moreno, Amando López, Joaquín López, a la trabajadora doméstica Julia Elba Ramos y a su hija Celina, de 15 años. El óctuple asesinato volvió a demostrar el carácter sanguinario del Ejército salvadoreño, que durante los 12 años de guerra ejerció una brutal e indiscriminada represión contra poblaciones enteras provocando miles y miles de muertos ajenos al conflicto. El asesinato generó una profunda conmoción en todo el mundo. La pregunta que viene haciéndose desde entonces es sobre la implicación y la responsabilidad de Alfredo Cristiani, presidente de El Salvador de 1989 a 1994, en tamaño crimen. La fiscalía de El Salvador ha ordenado su detención, pero se encuentra fugado de la justicia desde 2021.
Hoy quiero hacer memoria del pensamiento de Ignacio Ellacuría, rector de la UCA cuando fue asesinado y prestigioso teólogo y filósofo hispano-salvadoreño de la liberación, cuya obra está inspirando numerosas investigaciones y propuestas políticas, económicas, sociales y culturales alternativas. Colaboré con él desde 1979 hasta su asesinato en numerosos proyectos de investigación, congresos y obras colectivas. En 2019 tuve el privilegio de participar en el Simposio celebrado en San Salvador con motivo del 30 aniversario de su asesinato. Las conferencias del Simposio fueron publicadas en 2021 por Tirant lo Blanch en una edición que dirigimos Héctor Samour y yo bajo el título Ignacio Ellacuría. 30 años después. A continuación, voy a ofrecer una síntesis de las principales aportaciones de Ignacio Ellacuría en los diferentes campos de reflexión en los que trabajó: teología, filosofía, ciencia política, ciencias sociales y derechos humanos, reconocidas todas ellas por intelectuales, políticos, científicos sociales y personalidades académicas mundiales.
En la teología cabe destacar la gran importancia que concede al lugar social desde dónde se reflexiona y para quiénes se reflexiona. Él y sus colegas de la teología de la liberación lo hicieron desde las mayorías populares oprimidas de América Latina y, en general, desde los pueblos empobrecidos por el modelo capitalista de tendencia neoliberal y por el colonialismo, todavía vigente.
Ellacuría pensó la realidad histórica como el ámbito por excelencia de la emancipación humana de los diferentes sistemas de dominación
Ellacuría es una de las figuras más relevantes en la revolución metodológica y epistemológica de la teología de la liberación con su método de la historificación de los conceptos teológicos para evitar caer en el idealismo y la ideologización. En el centro de su reflexión sitúa la praxis histórica transformadora. Su contribución es especial en el paso del paradigma centroeuropeo desarrollista al paradigma de la liberación. Cabe destacar en este terreno sus aportes al pensamiento decolonial, desarrollado posteriormente por el proyecto Colonialidad-Modernidad de Aníbal Quijano, Walter Mignolo, Enrique Dussel, Santiago Castro-Gómez, María Lugones y Ramón Grosfoguel, y las Epistemologías del Sur, de Boaventura de Sousa Santos.
En cuanto a sus aportaciones filosóficas, Ellacuría pensó la realidad histórica como el ámbito por excelencia de la emancipación humana de los diferentes sistemas de dominación: colonialismo, capitalismo, fundamentalismos, racismo epistemológico, modelo científico técnico de desarrollo de la Modernidad, depredador de la naturaleza. Así lo pone de manifiesto en su obra Filosofía de la realidad histórica (Trotta, 1990). No buscaba el dato histórico en una perspectiva positivista, en otras palabras, no pretendía hacer una mera historiografía convencional para describir acontecimientos del pasado, sino que buscaba intervenir en la realidad histórica que, desde su concepción filosófica, es dinámica, abierta, unitaria, compleja y esperanzada, característica esta última en sintonía con la filosofía de la esperanza de Ernst Bloch, de la que era excelente conocedor. Una realidad con nudos y redes sobre los que hay que actuar para modificarla desde sus “goznes estructurales”.
En el campo sociopolítico de los derechos humanos, frente a las proclamas abstractas, falsamente universalistas e ideologizadas del bien común, Ellacuría sostenía que lo que se da en la realidad es el mal común, que es el estado real del mundo en el que la mayoría de la humanidad –mayorías populares– se encuentra estructuralmente mal y vive sin poder satisfacer las necesidades básicas. El mal común se origina a partir de las estructuras injustas que dificultan una vida humana digna y se plasma en una injusticia institucionalizada en la cultura dominante, las leyes, las costumbres, las ideologías y en el resto de las dimensiones de la vida social. Frente al mal común así definido, surge el bien común como exigencia negadora de la injusticia estructural e institucionalizada, y referente de la teoría y la práctica de los derechos humanos.
Esto llevó a Ellacuría a considerar que las elementales exigencias contenidas en el programa de los derechos humanos son una necesidad para posibilitar la actualización histórica del bien común. En la situación determinada por el mal común y en la tensión que ella provoca con el bien común deseado fundamenta la exigencia de los derechos humanos como un reclamo concreto de la necesidad de hacer realidad el bien o de alcanzar históricamente el bien común.
En el campo de las ciencias sociales, las reflexiones de Ellacuría son también muy relevantes al enfatizar la necesidad de analizar los hechos sociales dentro de su contexto histórico y considerarlos como momentos de una totalidad sociohistórica desde la que adquieren su verdadero significado. Señala, además, la importancia del lugar desde el que se hace ciencia de la sociedad y de la historia. En el contexto de una sociedad conflictiva, el lugar desde el que es posible mayor objetividad es el de las víctimas de los sistemas sociales y económicos, pero sin caer en el victimismo, que paraliza las energías utópicas.
Finalmente, Ellacuría fue uno de los primeros intelectuales en señalar, hace más de cuarenta años, la tendencia globalizadora de los procesos económicos y sociales que estaban ocurriendo a nivel mundial y en llamar la atención críticamente sobre las consecuencias negativas de la globalización neoliberal para las mayorías populares del entonces llamado Tercer Mundo y hoy llamado con más precisión Sur Global.
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Juan José Tamayo es profesor emérito de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid.
El 16 de noviembre de 1989 el Batallón Atlacatl, del Ejército salvadoreño, entró con nocturnidad y alevosía en la Universidad Centroamérica “José Simeón Cañas” (UCA), de San Salvador, y asesinó a los jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Juan Manuel Moreno, Amando López, Joaquín López, a la trabajadora doméstica Julia Elba Ramos y a su hija Celina, de 15 años. El óctuple asesinato volvió a demostrar el carácter sanguinario del Ejército salvadoreño, que durante los 12 años de guerra ejerció una brutal e indiscriminada represión contra poblaciones enteras provocando miles y miles de muertos ajenos al conflicto. El asesinato generó una profunda conmoción en todo el mundo. La pregunta que viene haciéndose desde entonces es sobre la implicación y la responsabilidad de Alfredo Cristiani, presidente de El Salvador de 1989 a 1994, en tamaño crimen. La fiscalía de El Salvador ha ordenado su detención, pero se encuentra fugado de la justicia desde 2021.