Nos despertamos en estas mañanas tórridas que suceden a las noches tropicales que sufrimos con una palabra que resalta sobre las demás: el liberalismo. No sé si es el letargo inevitable de la canícula o que aún no me he tomado el segundo café de la mañana, pero yo al menos no entiendo nada.
Se señala como liberales a personas que han criminalizado a niños y niñas no acompañados cuyos padres y madres han tenido que renunciar a ellos para que tengan una vida digna. Se despide con afecto a quienes ridiculizaron la opción sexual de los que no comparten la suya; a quienes tratan de imponer su fe, a los que niegan a escolares su propio derecho a tener una formación e información plural que les permita conformar su criterio y su voluntad. Ahora son liberales los que no reconocen el derecho de las mujeres a no sufrir violencia por el hecho de serlo, a seguir vivas.
Pues no, señores, no son ustedes liberales ni lo han sido nunca. Pisotean con descaro la memoria de la historia y naturaleza de un pensamiento político que por más que esté alejado del mío en la medida en que no contempla las desigualdades sociales y económicas y por tanto no se plantea su corrección, no deja de merecer el respeto suficiente para que les digamos: no, no es cierto. No pueden atribuirse el recuerdo de quienes hace ya casi cuatro siglos apostaron por la tolerancia, el laicismo, la libertad y la separación de poderes y el respeto democrático.
Esta derechita que no quería ser cobarde, ahora se esconde en definiciones que les quedan muy lejos, a cuatro siglos de distancia
No han hecho ustedes nada de eso, ni siquiera lo han argüido en su trabajo político. Han abordado las cuestiones esenciales de país ignorándolas, desde el negacionismo como posición básica: negacionismo de las crisis climáticas, de la pandemia y las vacunas, de la violencia de género, de la diversidad nacional y cultural del país, y hasta de la propia idea de Europa. Esta derechita que no quería ser cobarde, ahora se esconde en definiciones que les quedan muy lejos, a cuatro siglos de distancia. Entiendo su desconcierto ante un batacazo electoral innegable, las luchas intestinas del poder como objetivo personal, pero no nos tomen el pelo, no han luchado frente al yugo arbitrario, sino que nos han intentado adocenar a todas. El pacto entre seres humanos iguales y libres que dio origen a las sociedades liberales ustedes lo llaman autoritarismo estatal, la Constitución como norma básica no la respetan, sino que la combaten, la apología de los derechos individuales se reduce a la preponderancia de los suyos, la mejora del nivel de vida colectivo se transforma en su propio nivel de vida, metonimia política debería llamarse: la parte por el todo.
Siempre se puede manipular el relato, describir el liberalismo como puramente económico, claro. Si esta facción supuestamente liberal que se desgaja defendía el mercado, la no interferencia del Estado, la “meritocracia”, ¿qué defienden sus correligionarios no liberales?, ¿el estatalismo?, ¿la intervención pública?, ¿el reparto de la riqueza de la nación? Difícil de creer.
Dijo el recordado Alfredo Pérez Rubalcaba que en España enterramos muy bien. Sigámoslo haciendo, pero no reinventemos la realidad, la historia, ni la calidad democrática y firmeza ética de los comportamientos.
Nos despertamos en estas mañanas tórridas que suceden a las noches tropicales que sufrimos con una palabra que resalta sobre las demás: el liberalismo. No sé si es el letargo inevitable de la canícula o que aún no me he tomado el segundo café de la mañana, pero yo al menos no entiendo nada.