Por qué (no) quieres ser gorda en Navidad

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Llevo unos largos meses acudiendo diariamente a una unidad de trastornos de la conducta alimentaria para poderme recuperar de un TCA que la violencia política que sufrí por ser gorda y feminista agravó hasta el punto de perder las ganas de vivir. Hace un año no hubiera podido escribir esta frase. Hoy lo hago deseando tomar el aperitivo con mis amigas. La vida vuelve. Viva la sanidad pública. Viva el feminismo que devuelve a la vida.

Más allá de mi proceso de recuperación, del que seguro tendré mucho más que contar, este camino me ha llevado a reflexionar sobre qué pasa con el aspecto o forma de los cuerpos para que sean motivo de las más crueles formas de violencia. Vamos, que si hay algo que he aprendido es que el problema no era mi cuerpo, no era por ser gorda. No soy yo, es la sociedad. No soy yo, es tu marco teórico. O mejor dicho, el problema lo tenemos todos. ¿Pero qué problema? ¿Por qué molesta tanto la gordura?

Quizás haya que comenzar por dar un paso atrás para tener mejor perspectiva, poner el zoom en 0.5. El problema parte de que las críticas, por ejemplo, al cuerpo de Lalachús y tantas otras mujeres antes por, literalmente, no entrar en el canon de belleza, es que no se quedan en los exabruptos polarizados de las redes. La gordofobia, como el racismo o el machismo, responden a la metáfora del iceberg. Nos llegan sus formas más salvajes, la punta que sobresale del agua. Nos llega que se ha cuestionado la posibilidad de que una mujer gorda pueda presentar las campanadas. Nos llegó que los mismos que cuestionaron esto entendieran que Itziar Castro merecía morir por el cuerpo que tenía. Lo que no vemos es lo que sostiene toda esa violencia. Y en la raíz del problema, en la parte del iceberg que se queda debajo del agua, está toda la sociedad. Y ahora que es Navidad y vamos a intentar ponernos guapos y comer un montón merece especialmente la pena poner atención sobre esto.

La Navidad implica que muchas personas que no se querrían juntar por el afecto que se tienen se vean obligadas a ello. Para otro día reflexionamos sobre el peso que la familia y la religión siguen teniendo en España. Hoy vamos a quedarnos simplemente en analizar qué hacemos cada uno de nosotros en un día de Nochebuena si ponemos el foco en este asunto. Digo lo de que la gente que no se tiene afecto pasa tiempo conjuntamente porque quizás sea esta falta de empatía una sencilla (que no simple) causa que explique por qué durante las fiestas nos encontramos con que son muchas las formas de violencia que se recrudecen en torno a la mesa.

Solemos hablar de las habituales. El machismo expresado en el cuñadismo, el para cuándo los hijos, o ya cocina la abuela, o cuando seas padre comerás huevos, lo hemos analizado antes, ¿pero qué pasa con la gordofobia? (Amable recordatorio, poner la mesa o cortar turrón no es corresponsabilidad en los cuidados, es una broma de mal gusto. Otro amable recordatorio: se ha debatido mucho estos días sobre si misoginia y gordofobia son la misma cosa. El feminismo lo resolvió hace tiempo, como siempre. Vamos que si además de ser gorda o cualquier otra cuestión –como negra, discapacitada, pobre o trans– eres mujer, la discriminación que sufrirás será peor. Esto se llama interseccionalidad. Si no tienes sobrepeso y te parece que todo es misoginia, quizás lo que tienes es privilegio no revisado, amiga. Fin del asunto).

A esta Navidad le pido belleza feminista, de cuerpos con pliegues, arrugas, lunares, canas, ausencias y empatía

Vamos a repasar un día de fiestas. Te vas a tomar el vermú. Si eres mujer probablemente con más probabilidad te preocupe tu aspecto hoy. Haces tu mejor intento, mechas y maquillaje y estrenos mediante, y vuelves a la plaza de tu pueblo, sea cual sea tu edad, con el peso de la juventud. De pronto alguien hace el comentario a otra:

– Ay, estás muy delgada, eh.

–Sí, tía. Este año me ha ido genial el ayuno. No ceno y hago medias maratones.

–Estás guapísima, a ver si me pongo yo también, ¿eh cariño? Propósito de año nuevo.

Es francamente impresionante cómo nuestra sociedad ha normalizado equiparar belleza a delgadez, cómo se ha normalizado premiar la delgadez como una cuestión que solo tiene que ver con el esfuerzo personal que cada uno hace y por tanto con la falta de voluntad del otro. No podemos dejar de mencionar aquí los datos que conocíamos esta semana por parte del Ministerio de Consumo que relacionaban pobreza y sobrepeso en la infancia. Tampoco, claro está, la disponibilidad del tiempo. Para nada sorprende que hasta hace bien poco los gimnasios fueran lugares de hombres.

No cabe mencionar en este artículo el boom de los medicamentos para adelgazar, el culto a la delgadez extrema de las influencers que directamente promocionan programas de dieta en los cuales te animan a tomar suplementos para tener menos hambre y así poder conseguir tus objetivos, niñas que se maquillan con 9 años, móviles que sólo fotografían ya con filtro de belleza, entrenador, coach, nutricionista, psicólogo, estilista, maquillador, estilista, peluquero, CM, repre y, por supuesto, el que te ponga pelo o te lo quite, los dientes blanco y la piel sin arrugas. ¿Cuántas profesiones ha creado el capitalismo para hacernos creer que llegaremos a ser tan bellos como nos propongamos? Tengamos presente que esta acumulación de capital estético no es saludable. Es más bien lo contrario, es un derroche, probablemente poco sostenible, y seguramente una horterada.

Ni el deporte compensatorio ni restricciones alimentarias son salud. Hacer tanto crossfit hasta que te hagas pis encima porque te destrozas el suelo pélvico no es salud. La cultura de la dieta no es salud. Por supuesto que una alimentación equilibrada y el ejercicio físico son saludables, eso es incuestionable. Pero sí es necesario debatir sobre lo que se considera hoy moderado, equilibrado o saludable.

Pongamos algunos ejemplos. Esa misma conversación sobre el triunfo de la delgadez irá bañada en alcohol. Es sorprendente cómo asumimos en defensa de la salud la crítica al cuerpo de quien usa una talla 44 en vez de una 40, pero sin embargo, nos parece perfectamente normal hacerlo bebiendo cerveza, vino, ginebra y lo que caiga todos estos días. Las consecuencias del alcohol en nuestro cuerpo, aunque quizás sean inapreciables en una conversación de barra de bar, son devastadoras para nuestra salud. ¿Cómo es posible que en defensa de un cuerpo saludable no haya mucha más gente preocupada por la cantidad de alcohol que se va a beber estas navidades en España?

Superado el aperitivo, llegas a casa. Probablemente haya un reparto de cartas ancestral en el cual ni participaste pero según el cual o eres de aquellos a los que se permite comer o los que se le castiga por ello. Es sencillo. Siempre hay en las familias alguien a quien se le dice cosas como: ¿Solo vas a comer eso? ¿De verdad no quieres más? –y también a quién se le insiste en: ¿Vas a echarte más? ¿De verdad vas a comerte también eso?–. Y claro que en este reparto hay misoginia y patriarcado. Ese reparto de cartas viene de entender que el hombre tiene que salir de casa y trabajar, necesita energía y por tanto más comida. Y la mujer debe quedarse en casa a cuidar y ser bonita, para lo cual aparentemente no se necesita energía, porque el cuidado no es un trabajo, y no se necesita comer para ello. Si lo piensas con detenimiento, que a un hombre simple le echen más comida en el plato que a ti es una chorrada.

Como sociedad no hemos aceptado aún la inevitabilidad de la diversidad corporal

Todo esto irá bañado en una buena salsa de cultura de la dieta española, contradicción pura. Probablemente, en tu mesa de Navidad va a haber una mujer que se ha encargado de comprar y cocinar todo lo que vais a comer. Seguro habrá cosas como turrón, embutidos, quesos, alcohol, pan. Seguro ella misma piensa que comer todo eso le va a suponer tener que ponerse a dieta en enero. Salir a caminar mucho al día siguiente. No desayunar, no cenar. Si es necesario vomitar, usar laxantes. Y sobre todo, este esfuerzo por mantener su figura le da la legitimidad para repartir cartas sobre lo que se puede y no se puede hacer en la mesa con la comida.

En otras ocasiones, habrá un padre que critica que se coma pan, un cuñado que no quiere azúcares, y seguro, SEGURO, alguien, del modo que sea, terminará comentando algo de tu aspecto esos días. El problema de todo esto es que no solo sufre aquí quien recibe los comentarios. Quien no se permite comer un trozo de turrón y en alto le dice a quien sí se lo come en su familia que no lo haga porque va a engordar, no sólo ejerce violencia contra el otro, sino y sobre todo, contra ella misma.

Muchas de estas actitudes forman parte de la cultura de la dieta que alimenta los trastornos de la conducta alimentaria que sufrimos muchas personas. Y también las distintas formas de violencia estética que se ejercen contra muchas personas en estas fiestas, de manera particular, la gordofobia. Por ello, el problema no solo tiene que ver con que se critique a una mujer gorda en la TV o en política. El problema es que como sociedad no hemos aceptado aún la inevitabilidad de la diversidad corporal y nos empeñamos en disciplinar a todas aquellas personas que nos parece que no encajan en ella, y muy especialmente, a nosotras mismas.

A esta Navidad le pido reflexión sobre el papel que cada uno de nosotros jugamos en que la norma sea la gordofobia y no la aceptación de la diversidad. Si no eres capaz de hacerlo con tu cuerpo, o con el cuerpo de las personas desconocidas, hazlo con los cuerpos de aquellas personas que amas. Los cuerpos están llenos de defectos, son defecto. ¿Querrías que se criticara la piel arrugada y vieja de tu abuela, las pecas de tu novia, los dientes a medio nacer de tu hijo? ¿Qué más te da que debajo de la mesa en Navidad haya una talla 38 o una 50? Que si nos queda algo de espíritu navideño sea el del respeto. Y si nada de esto lo has entendido, te pido al menos que nunca, en ninguna circunstancia, comentes el aspecto físico o la forma de comer de nadie. No tienes ni idea del daño que puedes estar haciendo. Y sobre todo, y como siempre, a esta Navidad le pido feminismo. Sé amable contigo misma. Nada de lo que vales tiene que ver con lo que pesas. A esta Navidad le pido belleza feminista, de cuerpos con pliegues, arrugas, lunares, canas, ausencias y empatía. Y por Angela Davis o el Jesucristo al que le reces, cómete el maldito turrón. ¡Feliz Navidad!

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Ángela Rodríguez es exsecretaria de Estado de Igualdad.

Llevo unos largos meses acudiendo diariamente a una unidad de trastornos de la conducta alimentaria para poderme recuperar de un TCA que la violencia política que sufrí por ser gorda y feminista agravó hasta el punto de perder las ganas de vivir. Hace un año no hubiera podido escribir esta frase. Hoy lo hago deseando tomar el aperitivo con mis amigas. La vida vuelve. Viva la sanidad pública. Viva el feminismo que devuelve a la vida.

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