No es venganza

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La distancia a la realidad no se mide en kilómetros, sino en desconocimiento, por eso podemos afirmar que estamos a “años-sombra” de la violencia de género, teniendo en cuenta que la velocidad de las sombras duplica a la de la luz.

Ha vuelto a ocurrir con el asesinato de Olivia y Anna en Tenerife a manos de su padre, Tomás Gimeno, y las justificaciones que surgen de manera consciente o inconsciente, pero siempre necesarias para integrar lo ocurrido dentro de la realidad que nos alquila el machismo, y de la que se cobra su alquiler cada mes. Por un lado, están los comentarios sobre la “locura” del padre, como ya comentamos en el artículo “No lo puedo entender”, y por otro, las referencias indirectas a la responsabilidad de la propia madre cuando se dice que el padre mató a sus hijas “por venganza” hacia ella.

No es venganza. Actuar por venganza quiere decir, tal y como recoge el diccionario de la RAE, que la mujer ha ejercido un daño previo sobre él, y la madre de Olivia y Anna no ha ejercido daño alguno sobre su exmarido Tomás Gimeno. Separarse de un hombre no es dañarlo, ni agredirlo, ni nada; es, simplemente, actuar de acuerdo con sus sentimientos, autonomía y libertad.

La vida de las mujeres no puede interpretarse sobre lo que los hombres perciben o sienten, ni sobre lo que la sociedad androcéntrica considera. Al final este planteamiento que habla de “crimen por venganza” no es tan diferente al del párroco Fernando Báez que culpó a la madre, Beatriz Zimmerman, de lo ocurrido por “haber sido infiel y haberse separado”, pues en el fondo es situar la decisión de matar a las hijas en el teórico daño percibido por el asesino para justificar que actuó “por venganza”.

La sociedad es mucho más machista de lo que pensamos, y no lo es por el machismo exhibido, que ya es mucho, sino por el machismo aceptado con el silencio y la pasividad. Un machismo que se manifiesta hasta cuando teóricamente se cuestionan las consecuencias más graves del machismo, como ocurre cuando se sitúa la responsabilidad de la violencia que sufren las mujeres en lo que ellas hacen o dejan de hacer.

Sucede, por ejemplo, cuando tras el asesinato de una mujer lo primero que se dice junto a la noticia del crimen es si había o no había denunciado, o cuando se comenta que había vuelto con el agresor, o que retiró la denuncia, o, como vemos ahora, que el agresor actuó “por venganza” hacia la madre, es decir tras un “daño previo de la mujer hacia él”. En todas estas expresiones hay una transmisión inaceptable de la responsabilidad a las mujeres que sufren la violencia.

El machismo no solo determina la realidad, sino que, como se aprecia, también le da significado para que todo tenga sentido dentro de su modelo de sociedad. Un modelo que presenta a las mujeres como malas y perversas en esencia bajo el mito de la “Eva perversa del Paraíso”, y a los hombres como seres buenos y honrados, incluso como referentes de los cuidados que no ejercen, hasta el punto que el Código Civil utiliza como referencia al “buen padre de familia”, no a la “buena madre”, a pesar de que esos buenos padres estén ausentes de las tareas domésticas, maltraten a 1.678.959 niños y niñas dentro de la violencia de género, aproximadamente el 20% de nuestra infancia, y asesinen de media cada año a cinco hijas e hijos en ese mismo escenario.

El lenguaje viene a ser como un diván donde se manifiesta gran parte del “inconsciente colectivo” de una cultura machista que reconoce su culpa en la desigualdad y su violencia, y por eso trata de ocultarla tras la normalidad y las justificaciones al uso. Ya tenemos suficiente con quienes utilizan las palabras para negar la violencia de género, no podemos caer en la trampa de usar las justificaciones que el machismo impone a través de expresiones normalizadas cuando van cargadas de intención para mantener su modelo, y dentro de él la idea de perversidad y culpabilidad de las mujeres que actúan sobre los hombres honrados y buenos padres de familia, para luego decir que cuando ellos asesinan lo hacen “por venganza”.

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Y si todo ello es inadmisible, más aún que fuentes oficiales de la investigación hayan descrito el asesinato de Olivia y Anna como “la venganza de un celópata” uniendo las dos justificaciones, la de la “locura” de él y la de la “responsabilidad” de ella.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

La distancia a la realidad no se mide en kilómetros, sino en desconocimiento, por eso podemos afirmar que estamos a “años-sombra” de la violencia de género, teniendo en cuenta que la velocidad de las sombras duplica a la de la luz.

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