Ideas Propias
La nueva Inquisición
Llamar bruja a una diputada en el Congreso no significa que la magia y los hechizos han entrado en el Parlamento, sino que ha regresado la Inquisición para hacer de la democracia su ordalía particular en la que quemar a los herejes de sus ideas.
No es nada casual que el diputado de ultraderecha que ha llamado bruja a la diputada socialista Laura Berja sea un especialista en Derecho Canónico, y que, por tanto, conozca con detalle el funcionamiento y procedimientos del Tribunal del Santo Oficio, que desde 1478 y durante cuatro siglos ejerció en España de forma inquisitorial para controlar la moral, los valores, las creencias y el orden social decidido. Y para lograrlo actuaban contra quienes se apartaban de sus posiciones, especialmente contra las mujeres por el significado de su doble rebeldía: por actuar en contra de ese orden y moral, y por rebelarse sobre su condición de mujer al adoptar iniciativas que les estaban prohibidas por no formar parte de los papeles reservados para ellas.
Llamar bruja a una mujer, antes y ahora, significa situar su conducta en su condición y entender que esa condición se debe a una maldad que busca alcanzar sus objetivos en contra de la comunidad para alterar el orden, no por medio de la razón, sino de la perversión. Lo vemos a diario cuando el machismo y su ultraderecha no dan razones contra la Igualdad, y se limitan a presentarla como un ataque a los hombres, a la familia, a los valores, a la vida... llevado a cabo por “feminazis”, o sea, por las “brujas” de antes disfrazadas hoy de ciudadanas libres que actúan a plena luz del día y con las pócimas y hechizos de sus argumentos.
La respuesta de la diputada Laura Berja en Twitter ha sido clara y gráfica: “Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”, una frase utilizada por el feminismo para expresar la continuidad histórica entre quienes hace siglos quemaban a las mujeres por su libertad e iniciativa, y los que ahora se comportan del mismo modo utilizando ataques que actúan como iniciadores de la hoguera pública, para que otros aumenten el fuego con el oxígeno de unas palabras y silencios que actúan como carburantes de la llama.
Las brujas, para quienes hacen de las instituciones su Inquisición, son aquellas mujeres libres, independientes, con voz propia, y con criterio y conocimiento para romper los límites históricos impuestos, y desenmascarar a quienes de manera interesada se han apropiado de la realidad para excluir de ella a todas aquellas personas consideradas inferiores por el hecho de ser diferentes, de manera muy especial a las mujeres por ser ellas la referencia sobre la que gira toda su construcción cultural.
La razón para comportarse de ese modo es muy sencilla, si las mujeres son iguales a los hombres lo de los hombres no puede ser superior a lo de las mujeres, y, en consecuencia, las oportunidades, el trabajo, las responsabilidades, los tiempos, el poder... deben compartirse de forma igual. Por eso odian la Igualdad, porque es la que les quita los privilegios a los hombres, y la que cambia la construcción cultural androcéntrica para que la normalidad no sea cómplice de la realidad, ni camuflaje para ocultar la violencia, la discriminación y el abuso que ejercen.
La ultraderecha se comporta como la Inquisición: actúa a partir de una mentira necesaria que se hace real a través de un proceso que empieza llamando brujas y feminazis a las mujeres, para luego continuar con la tortura social levantada sobre el ataque, la discriminación y la exposición pública con el objeto de que una parte de la sociedad también las lapide y fustigue. Y, finalmente, las condena a la hoguera del daño, el rechazo y la violencia machista en sus diferentes formas, con el argumento de que son ellas las que provocan las conductas violentas que realizan los hombres.
Toda esta estrategia de la ultraderecha busca los mismos objetivos que la Inquisición: primero la expulsión de todas aquellas personas que consideran “extranjeras” o no merecedoras de los elementos que definen su nación, después la represión de cualquier iniciativa que incida sobre su modelo, luego continúa con la censura directa de todas las ideas, propuestas, acciones... que se presentan como alternativas o contraste a sus posiciones, y, finalmente, termina con el desarrollo de toda una serie de acusaciones falsas contra las personas que hayan podido traspasar los filtros impuestos, para así reducir la realidad a su pequeña cápsula.
Durante siglos la Inquisición asesinó a miles de mujeres en toda Europa de la manera más cruel posible, y lo hizo en público para aleccionar al resto y conseguir que el miedo fuera parte del combustible con el que hacer desaparecer la Igualdad, y borrar a las mujeres que se rebelaban contra las ataduras de los roles, tiempos y espacios definidos por el machismo. Pero como muy bien dice Laura Berja, no lo consiguieron, y las hijas, nietas y bisnietas de aquellas mujeres han mantenido la Igualdad por encima de las hogueras, la convivencia sobre la exclusión y la democracia sobre la tiranía.
Porque hoy, en una democracia, no hay mayor “herejía” que no aceptar la pluralidad y la diversidad que definen la sociedad. Frente a esa “herejía democrática” no se necesitan “santos oficios” ni inquisición alguna, bastan la conciencia crítica y la educación que ellos niegan para que no se pueda descubrir el inmenso vacío que hay detrás de sus enunciados y propuestas.
Derogación del machismo
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Sus miedos son los miedos de siempre, pero hoy la sociedad es valiente y se parece más a la sociedad de mañana que a la de ayer. Y del mismo modo que en su día se acabó con la Inquisición, también acabará el modelo inquisitorial de la ultraderecha y los socios que la acompañan en su “caza de brujas”.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.