Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
Política, negación y responsabilidad
La responsabilidad ante los hechos que forman parte de la realidad no sólo depende del resultado, también está relacionada con los medios adoptados para evitar que ese resultado se produzca. Por ejemplo, la valoración de la respuesta profesional ante una persona que fallece en un Servicio de Urgencias por un infarto de miocardio no es la misma si el enfermo es atendido con todos los medios disponibles y siguiendo los protocolos establecidos y el tratamiento recomendado que si al llegar el enfermo directamente se dice que no es un infarto y no se recurre a los medios necesarios para alcanzar el diagnóstico del problema isquémico. Al final lo que se concluye es que se trata de un “problema cardíaco” y se adoptan medidas generales dirigidas al tratamiento de esa conclusión diagnóstica.
En los dos casos el resultado es el mismo, una persona enferma fallece en Urgencias tras ser atendida. Los dos han contado con una respuesta profesional, pero mientras que la primera se centra en el problema real que presenta el enfermo y son las circunstancias de la enfermedad las que impiden que la actuación clínica sea positiva, en el segundo la respuesta, que también se lleva a cabo por profesionales y se centra en una patología, fracasa porque el problema al que se dirige no se corresponde con la realidad.
Hace casi doscientos años ya lo dijo el criminalista francés Alphonse Bertillon: “sólo se ve lo que se mira y sólo se mira lo que se tiene en la mente”. Si no se tiene en la mente la violencia de género con sus factores y características, difícilmente se podrá ver, como mucho se observarán algunos elementos comunes con otras violencias, pero no la violencia de género. Y eso hará que, probablemente, se fracase en su detección y en la atención, protección y recuperación de las mujeres que la sufren.
En los próximos cuatro años, según los datos estadísticos disponibles sobre la evolución de la violencia de género, es muy posible que entre 160 y 200 hombres asesinen a sus parejas o exparejas, y que más de un millón de mujeres y niñas sufran una agresión sexual, por centrarnos en dos de las manifestaciones más graves de la violencia que viven las mujeres.
¿Quién va a ser responsable de esas consecuencias desde el punto de vista político, además de cada uno de los agresores desde el punto de vista criminal?
Nadie duda de que el responsable primero será el agresor que asesine o agreda sexualmente, pero también habrá responsabilidad política si no se ponen los medios suficientes para que esas agresiones no ocurran, o si las medidas que se adopten no están centradas en la realidad de la violencia de género y se dirigen a otros tipos de violencia, máxime si dicha respuesta se hace como consecuencia de la negación de la primera, no por un error propiciado por las circunstancias de los casos.
Y negar la violencia de género, es decir, no considerar todos los factores sociales y culturales existentes en sus motivaciones y objetivos, es una grave irresponsabilidad política que debe tener sus consecuencias. Porque son esos factores sociales los que llevan a que haya hombres que entiendan que pueden ejercer la violencia contra las mujeres bajo las justificaciones aportadas por los mitos y estereotipos creados por la propia cultura, y que luego hasta llegan a culpabilizar a las mujeres de la violencia sufrida, porque ellas con su actitud han dado lugar a un “divorcio duro”, o porque desde su libertad han decidido romper con el violento, o porque en lugar de callarse han denunciado la violencia que han sufrido.
¿Qué ocurriría si se produjera una nueva ola de la pandemia por Covid-19 y desde el Gobierno se negara y no se pusieran en marcha medidas de prevención (mascarillas, distancia de seguridad, lavado de manos…), de detección (test y análisis de PCR), y de atención (tratamiento, hospitalización e ingreso en UCI)?... ¿Habría responsabilidad, aunque en muchos casos las personas enfermas se recuperaran con medidas generales?
Las mujeres que voten a quienes niegan la violencia de género y a quienes pactan con ellos deben ser conscientes de la instrumentalización que están haciendo con sus vidas, un ejemplo más de la cosificación que la cultura machista hace de ellas
Claramente, sí habría responsabilidad, no sólo política, sino que, probablemente, también la habría penal. Y esa misma responsabilidad es la que debe haber si se niega la violencia de género que sufren las mujeres y se mezcla con otras violencias bajo la idea de “violencia intrafamiliar o doméstica”, y no se ponen en marcha las políticas adecuadas para abordarla sobre sus elementos y características específicas.
El desarrollo de medidas centradas en la violencia de género no garantiza que no se produzca ningún caso, como la política sanitaria no evita que la gente fallezca por enfermedades, ni las medidas de tráfico impiden los accidentes, pero la responsabilidad no será la misma si se hace o no se hace. La realidad es mucho más compleja y multicausal, sobre todo cuando en violencia de género nos referimos a un comportamiento estructural que nace de las propias normas de convivencia que nos damos, bajo el argumento de ser recursos disponibles para los hombres con el objeto de mantener el orden definido por la cultura androcéntrica dentro de la relación de pareja o familiar, corrigiendo o castigando a la mujer que lo altere. Diez mil años de machismo no se van a resolver con 19 años de Ley Integral, pero con iniciativas adecuadas sí se puede avanzar cada día para su erradicación, como lo demuestran el incremento de las denuncias en un 15,1% y el descenso de los homicidios de mujeres por violencia de género en un 20,9% (comparación informes del CGPJ años 2007-2011 y 2015-2019).
Una transformación social y cultural que también ha dado lugar a que desde las posiciones más recalcitrantes del machismo ahora tengan que negar la realidad de la violencia de género para defender su modelo de sociedad androcéntrico que la ocasiona. Es la única forma de perpetuarlo y de mantener los privilegios de los hombres y el poder centrado es sus estructuras tradicionales. Nadie niega por negar, sino para afirmar su modelo.
Por todo ello, además de la sociedad en general, las mujeres que voten a quienes niegan la violencia de género y a quienes pactan con ellos deben ser conscientes de la instrumentalización que están haciendo con sus vidas, un ejemplo más de la cosificación que la cultura machista hace de ellas. Y deben saber que entre los millones de mujeres y niñas que van a sufrir algún tipo de violencia de género en los próximos cuatro años también estará alguna de ellas, de sus hijas, hermanas, madres y amigas; como lo estarán las hijas, hermanas, madres y amigas de muchos hombres que votarán desde su irresponsabilidad el negacionismo de la violencia machista. ¿Qué dirán cuando ocurra, que es violencia intrafamiliar? ¿Podrán mirarlas a la cara?
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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