Reforma fiscal y el virtuosismo parlamentario Pilar Velasco
El PP en el país de las maravillas
Siempre me ha gustado la conversación que, en la obra de Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas, la protagonista entabla con el gato de Cheshire.
Alicia le pregunta al gato:
- “¿Podrías decirme, por favor, ¿qué camino debo seguir para salir de aquí?
– Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar –dijo el Gato–.
– No me importa mucho el sitio… –respondió Alicia.
– Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes –concluyó el Gato.
En nuestra asfixiante vida política, especialmente agobiante si del Parlamento hablamos, el Partido Popular también busca salir de su papel de oposición, por cualquier camino, aunque, a diferencia de Alicia, sabe adónde quiere ir: La Moncloa. A eso obedecen, pienso, las retorcidas sendas que ha ido diseñando para lograr ese objetivo. Me parece, además, que dentro de la formación hay demasiadas facciones que tiran en direcciones divergentes, con lo que se puede explicar esa imagen de improvisación que a veces transmiten, caminando por senderos diferentes.
Esto es lo que ha debido pasar con la querella contra el PSOE presentada por el partido de la oposición por supuesta financiación irregular, sin base ni fundamento, inadmitida en la Audiencia Nacional, que debía obedecer al intento de enfangar a los socialistas en los males que los populares protagonizaron, para hacer ver que son peores que ellos. El refranero tiene un buen lema en ese sentido: “Cree el ladrón que todos son de su condición”. Frase que incluyo en este artículo como ejemplo de sabiduría del pueblo y sin ánimo de levantar ampollas ni apuntar a nadie con el dedo. Esta peregrina iniciativa, lo que sí demuestra es que la herida inferida por la sentencia en el caso Gürtel, en el que se le señaló como partido beneficiario de la corrupción, sigue siendo una herida abierta para algunos. Probablemente será por lo que queda todavía queda por llegar en las varias decenas de asuntos pendientes.
El camino que el PP ha tomado obedece a demasiados intereses. Casi tantos como militantes, simpatizantes y adheridos aguardan, con santa indignación, a que los que hoy son de Núñez Feijóo (no sabemos si el líder se mantendrá hasta el final), lleguen al poder y sus coadyuvantes consigan el cargo que merecen. En estos casos no podemos hablar de vocación de servicio público, pues ya se está viendo que el respeto a las instituciones les importa un bledo a todos, sino de pura y dura depredación de los sitios que ahora ocupan “los otros” en distintos lugares de la Administración y en las empresas públicas.
La importancia del marketing –mal entendido como comunicación– está dejándose notar en esta larga travesía por el desierto de la derecha, que debe invertir los ahorros y la financiación que puedan conseguir de quienes les apoyen en pagar asesores y alentar a determinados medios informativos para establecer un relato que se plasma en el papel, se vocea en las tertulias y salta de los digitales a las redes sociales hasta la saciedad. No les debe salir barato, pero todo vale y no hace falta ajustarse por completo a la realidad, ni mucho menos a la veracidad. El bulo y la mentira se han instaurado en el ADN de la derecha y se extienden por doquier, sin apenas cuidar las apariencias. “El que pueda hacer algo, que lo haga”, frase lapidaria de Aznar que el portavoz parlamentario del PP, Miguel Tellado, remachó en directo en una emisora de la órbita ultra hace menos de una semana: “Nuestra obligación es acabar con este Gobierno lo antes posible. Y lo vamos a hacer con todos los medios a nuestro alcance. Y si los medios son los judiciales, también lo vamos a hacer” (ni más ni menos). En todo caso, si las cosas salen bien, el premio valdrá la pena.
La justicia, apoyando
Tal empeño funciona en base a un concepto publicitario básico: repetir un eslogan a los cuatro vientos acaba calando. Establecer una serie de supuestos hechos sin pruebas que atacan en la línea de flotación del rival acusándole de haber matado a Manolete funciona para crear una nube tóxica de dudas que acaban convirtiéndose en “certezas” en el imaginario popular y que, con la tenacidad de la gota de agua, hace que se horaden las convicciones incluso de los más sensatos, al punto de dar pie a un interrogante, por pequeño que sea.
Ahí también entra el rencor: Si te metes con mi hermano, por muy presidente del partido que seas, te vas a la calle. Si atacas a mi novio, prepárate con lo de tu esposa y el resto de tu familia, y si entra algún elemento judicial no afín a mis intereses a enmendarme la plana, que se prepare, que se va a ver de patitas en la calle con la inhabilitación per sécula seculorum. Así se las gastan, porque todo vale y nadie se atreve a pararles los pies.
Y porque –esto me duele– la justicia ha tomado el gusto a entrar en política hasta el punto de convertirse, en determinados casos, en “cómplice” necesario para avanzar en este mundo proceloso en el que el fango se distribuye por doquier, si bien es verdad que en una sola dirección. No viene de ahora –ya se vio en 2010 en mi persona–; se afianzó con el procés y se ha ido extendiendo como el aceite sobre nuestros intereses cotidianos o, mejor dicho, los suyos. Ahora se diría que hay barra libre.
El PP vive en un país de las maravillas, en un mundo en que solo existen ellos y su necesidad de gobernar
Un caso perverso
El caso del fiscal general del Estado resulta especialmente perverso. Álvaro García Ortiz es un excelente profesional. Tiene una personalidad tranquila, sin alharacas. Puede confundir a sus enemigos, que le toman por débil, cuando en absoluto lo es. Tiene bien amueblado su negociado y sabe cual es su función. Y desde luego, a diferencia de otros fiscales generales de hace años, no es un hombre que con la autoridad del cargo quiera ejercer el poder. Él tiene como objetivo desarrollar su función con honradez y dedicación. Por ello, lo que le están haciendo no es solo injusto, sino depravado.
Pero no olvidemos que esta dinámica ya comenzó con su predecesora, Dolores Delgado, a la que, desde el minuto uno, se atacó sin misericordia, se la denunció, se le revocaron nombramientos de forma inverosímil, se la ha perseguido después con resoluciones tan carentes de motivación como plenas de intenciones de eliminación. Y todo ello, sin haber tenido en cuenta lo que la justificaba en cada uno de esos momentos judicialmente cuestionados: su currículum impecable como fiscal de larga data al servicio de todos nosotros. El problema de estos dos fiscales generales es que son progresistas, no se han acomodado en el pesebre de la derecha, y eso se paga.
Me preocupa porque veo como se ha ido adaptando la sospecha a la falta de pruebas. Si la nota de prensa no puede ser motivo para “cornear al objetivo”, alguien podría pensar que se está dando un rodeo para llegar a la misma conclusión con los correos. Que se hubiera publicado previamente su contenido en un medio, y el fiscal general los solicitara después, debería tener importancia.Totum revolutum. Ya saben: la presunción de inocencia y la necesidad de indicios solventes y racionales quedan para otros a quienes sí se les aplica la propia doctrina de la Sala Segunda. Lo lógico era devolver la causa al juez inferior para que siga haciendo su trabajo.
El tribunal
¿Qué hará el tribunal? En otros tiempos hubiera dicho con absoluta convicción: “hacer justicia”. Ahora, no sé. El hecho de que Manuel Marchena esté ahí aun cuando su retirada obligada como presidente de la Sala está próxima, no me inspira –como se pueden imaginar– ninguna tranquilidad. No se puede olvidar aquel whatsap del ínclito Cosidó a sus compañeros diputados, cuando para justificar el acuerdo con el PSOE sobre el Consejo General del Poder Judicial soltaba la famosa frase: “Controlando la sala Segunda (del Supremo) desde detrás”.
Cuando el PP o alguien vinculado a esta opción ideológica necesita algo, hay actores en la justicia española a los que no les cuesta nada ofrecerse como solución a los problemas que aquellos puedan tener y, posteriormente, recibir el premio en forma de posición o puestos estratégicos de relevancia, sea en el Tribunal Supremo, en el Tribunal Constitucional o en cualquier otro organismo en el que sean precisos sus servicios. La estrategia del PP en el ámbito de la justicia viene de muy atrás, siendo una de las más necesarias, relevantes y en la que siempre han acertado para el mantenimiento o la recuperación del poder, único y permanente objetivo de esta formación política.
Locura
Todo ello no obsta para que en este cruce de vías y senderos haya temas de presuntas tropelías, delincuencia y mucha desvergüenza, como pueda ser lo referido al denominado Koldo y sus secuaces (que ya veremos cómo sigue), quienes hacían y deshacían al parecer bajo el paraguas del ministro Ábalos, repudiado por el PSOE como sana reacción cuando se conocieron los hechos. Desde ahí, el histrionismo popular también se dirige en varias direcciones porque no pueden evitar referirse a uno de los temas que, no sabemos por qué, más les interesan en este país y para este país: Venezuela. Ya saben, las famosas e inverosímiles maletas de oro de la vicepresidenta venezolana que a estas alturas tienen un carácter de desmesurada fábula, casi al nivel de la propaganda franquista sobre el muy buscado oro de la República española. Hablan, gritan, atacan sin mesura y convierten en un tema de política interna lo que ocurre en otra nación seleccionada por intereses políticos propios. Incluso algunos se querellan contra el expresidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, al que injurian, ni más ni menos que como autor de crímenes de lesa humanidad. El juez, en este caso, ha archivado recientemente esa querella, pero el ruido queda en el “debe” del Gobierno, al que aún siguen considerando ilegitimo desde 2018.
Así, ponen a caldo al señor Ábalos, quien quizás tenga un problema de distracciones personales al estilo Casanova, y haya dejado hacer a un conseguidor y a un amigo de los contratos públicos, ambos parece que carentes de escrúpulos. Ello no le quitaría responsabilidad. Lo malo es que tal posible acción enfanga al Gobierno y a las instituciones, y provoca desánimo y enfado en la sociedad. El PP se frota las manos y utiliza el caso, aún sin juzgar, aplicando su experiencia adquirida en la manipulación y el descaro para ventilar la suciedad en dirección a los otros.
Mientras tanto, el PP se sume en estas guerras, ajeno a lo que preocupa al ciudadano: a las necesidades del país; a los conflictos bélicos; al drama que estamos viviendo de las poblaciones acosadas por las bombas y la hambruna; a la inquietud por nuestros cascos azules; al sufrimiento de los menores que recalan como pueden en España…
Viven en su propio país fantástico en el que todo se consigue si se saltan las fronteras de la verdad ya que el fin justifica los medios. ¿Cómo se lo cuento? El PP vive en un país de las maravillas, en un mundo en que solo existen ellos y su necesidad de gobernar. El gato de Cheshire se lo explicó muy claramente a Alicia: “No estoy loco, mi realidad es diferente a la tuya”. Y así estamos.
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Baltasar Garzón es jurista y autor, entre otros libros, de 'Los disfraces del fascismo'.
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