Salir del túnel del tiempo

La nuestra es una historia de superación de problemas de fondo y largo recorrido muy graves. Sin embargo, es también una historia de ausencias, de vacíos y de silencios, en la que no hemos conseguido desterrar todos nuestros fantasmas. El suelo de nuestro pasado es endeble, pende todavía de un hilo. El recuerdo implica un esfuerzo por ordenar aspectos inconexos, pero también exige una operación de limpieza, de distanciamiento con el relato tradicional. Una operación encubierta en el caso de los historiadores, que, a pesar de todo, no amortigua en nada su dureza. Sabemos lo que pasó o hemos logrado ordenarlo casi todo. Conocemos su evolución, pero no su impacto entre la inmensa mayoría de la gente. Comprender cómo se interiorizó y cómo ha sido transmitido generacionalmente, en su conjunto, el pasado reciente, sigue siendo misión imposible. Se necesita un acercamiento personal, introspectivo, que sitúe el ayer en la comprensión de los problemas de las sociedades actuales. La cuestión radica en la atribución de las culpas, pero también en la dificultad de asumir aspectos de recuerdos enfrentados como muestra claramente nuestro caso. Una gran parte de la culpa sigue oculta, apenas ha salido a la luz. Uno de los significados de la guerra civil más compartidos incide en su ruptura política y social, pero apenas sabemos nada de la reinvención del pasado familiar que aún no ha revelado su verdadero rostro. Por eso es tan terrible que la última generación reciba la versión tradicional de los hechos en formato virtual y la haga suya de forma viral. No es su responsabilidad, es cierto. Se ha transmitido, a lo largo de todo este tiempo, de generación en generación, en el seno familiar y de forma desigual, motivando una clara falta de referentes comunes.

El silencio con el que se vio obligada a convivir la sociedad española se inició desde el comienzo de la guerra. Las familias fueron implicadas en ella hasta niveles insospechados, hecho que marcó su condición vital en la “posguerra”

De modo que la historia ha llegado hasta nosotros a través de la transmisión de un relato heredado, estereotipado y compartido. Un relato que se construyó en una época muy difícil y que seguimos renunciando a comprender. La experiencia de la guerra y de la posguerra muestra ese gran vacío colectivo del que procedemos. Su alcance masivo, su prolongación en el tiempo y su potencial destructivo sirvieron como un aglutinante de desgracias, que se han mantenido a través de una visión pesimista de la historia española. Eso y todo lo que la gente tuvo que hacer para sobrevivir fue silenciado por sus propios protagonistas, por culpa, por imposición, por miedo y por vergüenza, además de otras muchas razones, sobre todo, económicas. Ese silencio impuesto, reproducido desde lo familiar, tiene unos efectos que apenas hemos empezado a explorar. Es una condición terrible que afecta y condiciona forzosamente a la memoria actual. Esa es una labor pendiente, otra más, desandar y comprender el camino que deja sin resolver las incógnitas personales. Los primeros recuerdos de aquellos niños, como mis padres o los tuyos, no ha salido del túnel en el que se encontraba hace ya casi un siglo. La cuestión, pasa por saber qué usos hacemos de ella en la actualidad. El silencio con el que se vio obligada a convivir la sociedad española se inició desde el comienzo de la guerra. Las familias fueron implicadas en ella hasta niveles insospechados, hecho que marcó su condición vital en la “posguerra”. Este es un punto crucial para entender por qué la memoria oficial logra confundirse todavía con la familiar. Fue codificada y transmitida en el amplio repertorio de violencias que sufrió la población civil desde el propio golpe de estado. Su rápida extensión se impuso por todas las vías para asegurar la cohesión de la población “propia” al tiempo que se arrebataba la del “enemigo”. 

Sacar del olvido esa parte, con los materiales de archivo que disponemos, nos lleva de nuevo a explicar, a comprender a regañadientes, una versión que no conocemos y hemos dejado pasar. Renunciamos a ello. Si no entendemos esto, nunca sabremos cómo se empezaron a transmitir aquellos recuerdos, cómo se fueron adecuando a las pautas, políticas, sociales y culturales, que no siempre se sincronizaron con la recuperación de la democracia. Hay un eslabón perdido, reconstruido con lo que había a mano en cada momento, testimonios orales, fotos, cartas, audios…..y archivos, por eso son tan necesarios, para mantener la exigencia de recobrar una historia a la que ya no podemos llegar. Sus restos siguen vivos en un presente que agita aún sus claves emocionales. La necesidad de comprender las historias familiares, contra su largo proceso de olvido y apropiación, desactiva su utilización política en la batalla por el relato que nada tiene que ver con ellas ni con su historia. Para ello, primero la sociedad tiene que considerar justo y necesario condenar la dictadura, y superar el modelo de reconciliación impuesto por el franquismo. Comprenderlo, explicarlo, no conmemorarlo. De este modo, el conocido “deber de memoria” puede facilitar el conocimiento de nuestro pasado reciente y su difícil proceso de articulación. Pero también puede ser una trampa, que se enreda políticamente en el presente, bajo la promesa de futuro.

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Gutmaro Gómez Bravo es Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid.

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