Solsticio de regocijo

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Ian Gibson

Si el solsticio de invierno siempre suscita alivio, por la garantía de la paulatina vuelta de la luz y la promesa de la estación florida de Don Luis de Góngora, lo hace más que nunca este año. Por lo menos en mí. Y es que el Congreso se ha pronunciado, Sánchez y los suyos han prevalecido (por mucho que al PP le parezca injusto) y, si no hay una catástrofe, todo indica que el milagro de una España de progreso se va a poder consolidar a lo largo de los próximos cuatro años, no obstante todos los estorbos, impedimentos y tejemanejes que orquesten las derechas para impedirlo (que las orquestarán). 

Hay que decir que la hipocresía, codicia y miserabilidad de las mismas quizás nunca han sido tan patentes como ahora. Y uno se pregunta cómo es posible que no haya todavía por estos pagos un partido conservador moderado, civilizado, antifascista, dialogante, capaz de cooperar, como oposición leal, con gobiernos legítimos de otro signo cuando a estos les toca el turno en el poder. Da rabia. ¿Murió o no murió Franco en 1975, casi hace medio siglo? ¿La Constitución no es de 1978?  

Sigo con atención las declaraciones de Abascal en el Congreso y fuera, así como los nefastos resultados de los pactos que Vox ya ha conseguido con el PP en cinco autonomías (por cierto, ¡vivan los calzoncillos, tan pecaminosos ellos!). Los exabruptos y diatribas del mismo adalid son a menudo no solo lamentables sino incompatibles con cualquier pretensión democrática. ¡Si se trata de un facha hecho y derecho y no lo oculta! Su más reciente advertencia, y luego su intento de minimizarla, ha sido del todo repugnante. Como tantos otros, Abascal, pese a su presumida valentía, sale por peteneras cuando le pillan con las manos en la masa, alegando que han sacado de contexto sus palabras, manipulando, tergiversando. ¡Si él es un ángel! ¡Un católico de verdad! ¡No desea que se cuelgue por los pies a nadie, que se le haga daño a nadie! Y luego tiene la cara de trasladarse a la Italia de Meloni, donde sí colgó el pueblo al dictador, y entonar luego, ante las críticas, su “donde dije digo digo Diego”. 

En realidad son los hipócritas religiosos de siempre a los que, con la metáfora de tumbas blanqueadas por fuera y llenas de podredumbre por dentro, se refirió, según el Evangelio, el mismísimo Jesucristo

Si a mí me produce el solsticio un alivio especial este fin de año es sobre todo por la esperanza de que se vaya a poder llevar por fin a buen término, a lo largo del próximo cuatrienio, la exhumación de los muchos miles de víctimas del régimen de Franco todavía tiradas, como animales, en fosas comunes y cunetas. Régimen cuya criminalidad nunca están dispuestas a admitir y asumir las derechas. ¡Qué sintomático de todo ello la reaparición el otro día del tétrico exministro del PP Jaime Mayor Oreja, el que en su momento nos aseguró que vivió bajo el franquismo con tranquilidad!  Invitar al individuo a arremeter contra las izquierdas actuales en horario lectivo, ante 300 alumnos de 14 a 17 años del colegio concertado de Cristo Rey, fue un abuso intolerable. Durante su diatriba, Mayor Oreja no dudó incluso en cuestionar, a estas alturas, la autoría yihadista de la matanza del 11-M, señalando, cómo no, a ETA, cuando hoy todo el mundo sabe a ciencia cierta que no fue obra de la banda criminal. Tal ha sido el escándalo que los mismos responsables del colegio se han cuidado de retirar de las redes el vídeo del acto. 

No puedo dejar de mencionar, una vez más, algunas de las vilezas acerca de los asesinados por el franquismo que hemos tenido que escuchar durante los últimos años. Pablo Casado sobre la “fosa del abuelo”, que le tenía harto; el chismoso Rafael Hernando, siempre celebrando sus propias ocurrencias, alegando que las familias solo buscan a sus muertos cuando hay de por medio una subvención; el abyecto Ortega Smith y la obscenidad de lo que dijo de las Trece Rosas, sin luego pedir perdón y recordándonos que en España hay libertad de expresión (hace unos días se le vio el mismo talante de bully en Ferraz); Feijóo sobre la exhumación de Queipo de Llano, el mayor asesino de andaluces de todos los tiempos, a principios de noviembre de 2022 (“Creo que la política debe centrarse en los vivos y dejar a los muertos en paz”); Mariano Rajoy, jactándose de no haber gastado un euro en Memoria Histórica y de haber cerrado la oficina de atención a las familias de las víctimas nada más llegar a la Moncloa; el grave insulto a los fusilados de La Almudena perpetrado por Almeida y los suyos; la acusación por parte de Isabel Ayuso, en junio pasado, según la cual el Gobierno de Pedro Sánchez “hace campaña” con las exhumaciones del Valle de los Caídos.  En fin, la lista de barbaridades sería larguísima, todas cometidas por gentes que se consideran, seguramente, buenos católicos pero que en realidad son los hipócritas religiosos de siempre a los que, con la metáfora de tumbas blanqueadas por fuera y llenas de podredumbre por dentro, se refirió, según el Evangelio, el mismísimo Jesucristo. 

Y para ir terminando este desahogo. Hace poco el energúmeno Donald Trump dijo alto y claro: “Los inmigrantes están envenenando la sangre de nuestro país”. Hay que estar desquiciado cuando, por más señas, tu propia gente llegó hasta su Tierra de Promisión americana desde Europa. Me recordó instantáneamente la obsesión española secular con la pureza de la sangre y la fatuidad de Aznar al decir, en los felices tiempos de su amistad y colaboración bélica con Bush: “Ningún musulmán me ha pedido nunca perdón por haber invadido mi país”. ¡En 711! Pensé entonces: ¿y los españoles que “descubrieron” América? ¿Alguna vez uno de los “conquistadores” pidió perdón a los allí nacidos por haber hecho lo mismo a partir de 1492?

España, lo sigo pensando, podría ser uno de los territorios más civilizados del mundo, dada la mezcla de culturas, sangres, idiomas y genes que hay aquí. Si no lo es todavía se debe, en gran medida, a la renuencia de las derechas a asumir la verdadera historia del país y a reconocer la criminalidad del régimen de Franco. Lo lamento profundamente. Pero me niego a tirar la toalla, recordando que, según el refrán, “nunca es tarde si la dicha es buena”. 

Feliz 2024, hasta donde sea posible, a todos y todas. 

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Ian Gibson es hispanista, especialista en historia contemporánea española, biógrafo de García Lorca, Dalí, Buñuel y Machado. Su último libro, autobiográfico, lleva el título de 'Un carmen en Granada' (editado por Tusquets). 

 

Si el solsticio de invierno siempre suscita alivio, por la garantía de la paulatina vuelta de la luz y la promesa de la estación florida de Don Luis de Góngora, lo hace más que nunca este año. Por lo menos en mí. Y es que el Congreso se ha pronunciado, Sánchez y los suyos han prevalecido (por mucho que al PP le parezca injusto) y, si no hay una catástrofe, todo indica que el milagro de una España de progreso se va a poder consolidar a lo largo de los próximos cuatro años, no obstante todos los estorbos, impedimentos y tejemanejes que orquesten las derechas para impedirlo (que las orquestarán). 

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