Talibanes sin fronteras

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Los talibanes han tomado Kabul, pero ya hace tiempo que llegaron a España.

Sólo hay que ver la segunda acepción de la palabra “talibán” en el Diccionario de la Lengua Española, definido como “fanático intransigente”,fanático intransigente para entenderlo.

Estamos rodeados de “talibanes” que desde su fanatismo machista y su intransigencia ideológica atacan directamente a las mujeres, cuestionan las medidas dirigidas a lograr algo tan esencial como la igualdad y critican y actúan contra el feminismo como movimiento y pensamiento que impulsa la transformación de una cultura androcéntrica basada en la desigualdad en una cultura levantada sobre la igualdad.

La ultraderecha, sola o en compañía de la derecha, ataca al feminismo y a las propuestas que hace en nuestro país, al tiempo que dice que no hacen lo suficiente para resolver la situación que viven las mujeres en otros países, especialmente en los países musulmanes. Y ahora, cuando tras la toma del poder por los talibanes en Afganistán desde el feminismo se pide que se adopten medidas para impedir que las mujeres sean sometidas a toda la violencia del régimen, ridiculizan las iniciativas y critican a quienes las proponen. Un ejemplo más de su incoherencia y de su estrategia de criticar a los grupos que cuestionan su modelo de sociedad y privilegios: si hacen algo porque lo hacen, y si no lo hacen porque no lo hacen. Muy propio de “fanáticos intransigentes”.

La ultraderecha se ha convertido en los “talibanes de la democracia” por ese fanatismo e intransigencia que muestra en cualquiera de los países donde tiene presencia institucional. Pero no son fanáticos de la igualdad, ni de la libertad, ni tampoco intransigentes con la injusticia social; los “talibanes de la democracia” han levantado su “emirato” sin fronteras sobre dos pilares fundamentales: la lucha contra el multiculturalismo y el ataque contra la igualdad. Y, en consecuencia, dirigen su violencia contra las mujeres y el feminismo por amenazar su modelo androcéntrico, y contra las personas extranjeras y sus culturas por “atentar” contra lo que han decidido que es nuestra cultura e identidad.

Ellos que tanto aprecian sus raíces y su historia, ellos que consideran sus valores más sólidos y por encima del resto, lo que en verdad revelan con su actitud es la mentira de sus ideas y la falacia sobre la que se sustentan, al temer que la convivencia con minorías de diferentes culturas pueda hacer desaparecer la suya. Es la doble falacia de su argumentación, pues no son superiores ni existe amenaza alguna, por ello tienen que inventarla para alimentar el miedo social.

Estas razones hacen que la defensa de su cultura androcéntrica se base en la imposición de sus ideas, valores y creencias, y en el control rígido de las costumbres para hacer del hábito ley y de la tradición normalidad. Una normalidad cómplice para señalar a cualquier persona que se salga de ella y luego castigarla (muy especialmente a las mujeres), con todos sus elementos formales e informales, que van desde las desigualdades y la discriminación hasta la violencia directa contra las mujeres y los grupos considerados “ajenos” (inmigrantes, personas de otras razas, orientación sexual, ideas, creencias, cultura...).

Y todo ello se defiende lo mismo aquí que en Afganistán, salvando la distancia en kilómetros y en años, pues en los dos lugares impera el modelo androcéntrico desde el que se quiere retroceder hacia posiciones anteriores. La diferencia está en el grado de machismo aceptado como normalidad, pero la respuesta es la misma: discriminación de las mujeres, control social y familiar, violencia y ataques de todo tipo... en cada lugar con el grado necesario para someterlas a la situación social y cultural del país.

El fanatismo y la intransigencia de los talibanes sin fronteras de hoy es el mismo de siempre ajustado a las nuevas circunstancias y contextos. Hace 90 años las mujeres no podían votar en España, y ellos se oponían a que lo hicieran; hace 46 no podían trabajar sin el permiso del marido o del padre, y ellos estaban de acuerdo; hace 40 no se podían divorciar, y ellos no permitían que se divorciaran... Y todavía hoy su presencia en la política y en la toma de decisiones es minoritaria, su participación en el mercado laboral viene definida por la precariedad, la brecha salarial, el desempleo, el acoso... y dentro de las relaciones de pareja sufren una violencia de género que asesina a 60 mujeres de media cada año sin que la sociedad levante su voz más allá de los minutos de silencio, y con una ultraderecha que niega esa violencia asesina y critica las políticas de igualdad.

Por eso se presentan como los guardianes del orden e intérpretes de lo normal, para ser ellos los que decidan qué y quién es aceptado. En ese sentido, las palabras del portavoz de los talibanes tras la toma de Kabul han sido muy gráficas: Vamos a respetar los derechos de las mujeres, dentro de los límites del Islam...”. Pero quien decide esos límites son ellos, no la religión, de ahí las grandes diferencias entre los países y las personas que la practican. Una situación no tan lejana a lo que ocurre con la ultraderecha cuando decide qué es la patria, cuál es nuestra cultura, cómo tenemos que relacionarnos en sociedad y cuál debe ser el papel de hombres y mujeres.

Y todo ello no es un error, es parte de la estrategia de los “talibanes sin fronteras del machismo”. Porque ellos siempre están preparados para regresar.

"La calle es mía"

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PD. Los que puedan entender que es un exceso hablar de "talibanes" a la hora de plantear la situación de la desigualdad en España, deberían preguntarse si es aceptable que se compare al feminismo con el nazismo cuando hablan de “feminazismo y feminazis”.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

Los talibanes han tomado Kabul, pero ya hace tiempo que llegaron a España.

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