Acaba de estrenarse en Netflix la tercera temporada de Black Mirror. La componen seis nuevos episodios que suceden a los siete incluidos en las dos temporadas precedentes. La angustiosa sensación que Black Mirror nos traslada tiene que ver con algunas de las herramientas en las que se apoya. La serie siempre se sitúa en el futuro, pero a diferencia de lo que la ciencia ficción nos ha ofrecido convencionalmente, nos presenta un futuro especialmente cercano, casi visible con levantar nuestra mirada. Charlie Brooker, el creador y escritor de la serie, nos dibuja una inquietante visión del mundo que viene, siempre con el entorno tecnológico como elemento condicionante. Es más una visión de mañana, que del mañana. Así lo reconocemos en los personajes, las tramas y las ambientaciones. Y ahí radica la base de la angustia que genera. Todo es ciencia ficción y, sin embargo, todo es reconocible. Todo es verosímil.
La serie llegó en 2011 haciéndose notar, como un puñetazo en el hígado. El primer episodio presentaba un argumento legendario en la historia de la ficción televisiva. Nunca jamás nadie se había atrevido a hacer una apuesta semejante. Narraba cómo la princesa del reino de la Gran Bretaña era secuestrada. Para ser liberada, el Primer Ministro debía fornicar con un cerdo y el acto tenía que retransmitirse en directo por las televisiones.
Esa primera temporada estuvo compuesta por tres escasos episodios, seguidos en 2013 por otros tres y un especial navideño el año pasado. Una frecuencia raquítica que ni España, ni Estados Unidos conocen, pero no tan extraña en el Reino Unido. La televisión británica mantiene desde hace décadas unos modelos de programación realmente peculiares. En el terreno de la ficción, subsisten en el prime time históricos seriales que llevan varias décadas en antena. Coronation Street está en la rejilla de la cadena privada ITV desde 1960. East Enders, en la BBC, se emite desde 1985. Junto a estas ofertas basadas en la estabilidad máxima y la fidelidad de la audiencia, las programaciones incluyen cotidianamente programas con no más de media docena de episodios al año. Se trata de producciones siempre muy bien cuidadas, con elevados presupuestos y con un estándar incomparable con el nivel de nuestra industria. Sólo en un mercado como el británico puede entenderse el nacimiento en 2011 de una serie de sólo tres episodios por año, con formato de Antología. Es decir, cada capítulo es una historia independiente, como si de tres películas distintas se tratara. Hablamos de series que no se unen por un argumento que continúa, sino por un rasgo o temática común. En este caso, la pesadilla de la influencia creciente de la tecnología en la sociedad futura.
La serie empezó a emitirse en Channel 4, una cadena con pretensiones de innovación y modernidad, que en cierta medida sirvió de inspiración en el nacimiento de laSexta. Black Mirror funcionó extraordinariamente bien en sus dos primeras temporadas. Llegó a ganar en Estados Unidos el Emmy a la mejor mini-serie internacional en 2012. El principal problema del proyecto era su elevado costo y el deseo de su creador, Charlie Brooker, de contar con un presupuesto aún mayor, para poder abordar guiones más ambiciosos. Así que la cadena les pidió a los productores que buscaran dinero en Estados Unidos. Se movieron en el mercado americano y no sólo encontraron más financiación, sino que acabaron aceptando una oferta de Netflix para firmar directamente con ellos, como nuevo canal de distribución. De esta manera, la serie ha dado el salto a una audiencia global, mucho más numerosa y selectiva. A través de Netflix, igual que en España, podemos ya descargar la serie en casi todo el mundo a la vez, salvo en China, Corea del Norte, Crimea y Siria.
Charlie Brooker es un tipo difícil de encuadrar, por su capacidad para desenvolverse en diferentes campos de la comunicación. En 1998, con 17 años, trabajaba en la revista PC Zone, encargado de un cómic, cuando creó una viñeta, con imagen real retocada, titulada El Zoo de la Crueldad, de Helmut Werstler en la que unos niños cortaban la cabeza a orangutanes, como terapia recomendada por el supuesto psicólogo Werstler para reconducir la violencia de los humanos hacia los animales. La viñeta satirizaba la crueldad con los animales exhibida en los videojuegos de Tomb Raider, pero su impacto fue tal que la revista fue retirada de algunas cadenas de kioscos. Criado en una familia cuáquera, aunque es hoy ateo, eligió el bachillerato artístico dedicarse al cómic, aunque no era especialmente dotado para el dibujo y, más tarde, no consiguió licenciarse en medios de comunicación porque no se admitió su trabajo de fin de carrera sobre los videojuegos. En aquella época, este contenido no se admitía como centro de una investigación universitaria.
A pesar de estos tropiezos iniciales, su trayectoria ha sido deslumbrante. Ha ejercido brillantemente como periodista, como presentador, como guionista y como creador de programas. Ha ganado premios de lo más variopintos, como el de mejor columnista del año en 2009, por sus artículos en The Guardian. Es la quintaesencia de la inteligencia punzante británica, capaz de combinar a la perfección el estilo del gentleman y el del punk. Su personal estilo crítico y destructivo siempre deja huella en sus múltiples trabajos, como la producción televisiva Cómo la televisión arruinó tu vida, que él mismo presentaba.
La mayor parte de su actividad profesional la ha desempeñado en el mundo de la televisión. Desde 2006, crea toda una serie de programas en torno al término Wipe (limpiar, pasar un trapo) aplicado a diversos asuntos como la información (Newswipe), la televisión (Screenwipe) o los videojuegos (Gamewipe). Son muy populares sus resúmenes del año realizados bajo el título de Charlie Brooker’s Wipe. En Youtube hay abundante material disponible.
Su salto a la ficción tuvo un muy peculiar tránsito. En 2008 consiguió sacar adelante un proyecto de lo más chocante. Se trata de una serie de zombies rodada en la casa original donde se grababa el programa Gran Hermano. Evidentemente dio que hablar. Se llamaba Dead Zone.
Pero el gran salto estaba por llegar. Brooker tenía la sensación de que dentro de la ficción en general, faltaba algo. Cuando veía alguna serie televisiva, observaba cómo la gente se seguía comportando como hace años. Sin embargo, eso no era lo que veía al salir a la calle, donde todo el mundo va mirando su teléfono móvil. Explica que concibió Black Mirror como una caja de bombones.Black Mirror Un surtido en el que no adivinas qué sabor será el siguiente, “pero sí sabes que será un chocolate muy negro”, remata. Sobre el porqué del nombre, Brooker se ríe explicándolo: “adoro el título, es perfecto, porque me encanta cuando el espectador termina de ver la serie, pasan los títulos de crédito, y acaba viendo su cara reflejada en el espejo negro en el que se transforma la pantalla. Es bastante terrorífico.”
Sobre las ficciones que le han inspirado, en la parte de terror cita Night Gallery, serie americana de los primeros setenta, y en la parte tecnológica menciona Twilight Zone, también por su carácter sombrío, devastador, en el que pasan cosas horribles. Como el viejo episodio en el que el personaje es el único humano vivo y quiere morir. Encuentra una enorme biblioteca y eso le anima. Su razón de vivir será leer todo lo que antes no pudo. Y cuando coge su primer libro, se le caen las gafas y se le rompen. “Ese tipo de cosas son las que quiero ver más a menudo en televisión”, explicaba Brooker, en una charla organizada por el British Film Institute. Su intención era crear algo que hiciera decir a los espectadores: “¿Qué coño es esto?”, frente a las series más naturalistas. Para conseguirlo, mezcla tortuosas pesadillas con un toque absolutamente reconocible, que nos hace meternos en la encrucijada que viven los personajes.
Con el peculiar modelo de producción con el que trabajan, mucho más espaciado de lo habitual, Brooker puede permitirse introducir una variedad de tonos que evitan caer en la monotonía. Hay episodios menos tenebrosos, más luminosos en su reflexión. Tal y como explica, “no queremos arrojar al espectador siempre a un pozo de desesperación, también queremos lanzarle bizcochos calientes en su caída”.
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Uno de los capítulos de esta tercera temporada que está causando más ruido mediático es Nosedive (Caída en picado). Aunque Brooker es guionista solitario de muchos episodios, en este contó con una extraña pareja de colaboradores en la escritura, los norteamericanos Michael Schur y Rashida Jones. Él, creador de la telecomedia Parks and Recreation y guionista en The Office. Ella, actriz en ambas series, cantante, hija de Quincy Jones, modelo ocasional y que nunca antes había escrito para una ficción. Rashida Jones, fan absoluta de Black Mirror, abordó a Brooker y, según ha contado a Entertainment Weekly, “le obligué a ser mi amigo”. Ella le había oído quejarse de tener que escribir esta temporada más de lo habitual y se presentó como solución a su problema. Tras tanta insistencia, Brooker adjudicó al dúo un capítulo centrado en la angustia provocada por la necesidad permanente de ser popular, en un mundo en el que cada interacción con los demás llega a ser puntuada. Dirige este episodio color pastel, pero absolutamente indigesto, Joe Wright, realizador de películas como Orgullo y Prejuicio o Expiación. Este es el nivel de las colaboraciones.
Brooker no anda escaso de ideas. Ya está escribiendo la cuarta temporada, y para su mente inquieta y como él mismo la describe, “con 360 grados de preocupación, preocupación por todo”, cualquier anécdota cotidiana puede ser un preciado combustible. Hace poco cogió un coche de Uber y el conductor maldecía a uno de sus clientes anteriores. “Pensé que era posible que supiera dónde vivía, que le hubiera dejado en su casa y fuera a matarle”.
Advertencia final. Black Mirror no es una serie para atracones. No más de un capítulo por noche. Cada uno de los episodios es un mazazo. Necesita ser digerido después del visionado. Y, a ser posible, tener la posibilidad de comentarlo con alguien. Aunque mejor no a través de las redes sociales. Seguro que corres el riesgo de jugarte la vida.
Acaba de estrenarse en Netflix la tercera temporada de Black Mirror. La componen seis nuevos episodios que suceden a los siete incluidos en las dos temporadas precedentes. La angustiosa sensación que Black Mirror nos traslada tiene que ver con algunas de las herramientas en las que se apoya. La serie siempre se sitúa en el futuro, pero a diferencia de lo que la ciencia ficción nos ha ofrecido convencionalmente, nos presenta un futuro especialmente cercano, casi visible con levantar nuestra mirada. Charlie Brooker, el creador y escritor de la serie, nos dibuja una inquietante visión del mundo que viene, siempre con el entorno tecnológico como elemento condicionante. Es más una visión de mañana, que del mañana. Así lo reconocemos en los personajes, las tramas y las ambientaciones. Y ahí radica la base de la angustia que genera. Todo es ciencia ficción y, sin embargo, todo es reconocible. Todo es verosímil.