La exhumación de los restos de Francisco Franco, que se ha celebrado (pocas veces mejor dicho) el día en que escribo este comentario, con todo lo que la ha rodeado, vuelve a traer a la cabeza una cuestión presente en nuestra historia desde hace más de doscientos años. ¿Por qué ese empeño de algunos militares en intervenir en cuestiones que son meramente civiles? ¿Por qué han intervenido con tanta presencia y frecuencia en los asuntos puramente civiles y políticos en la historia de nuestro país? ¿Y por qué una parte importante de la sociedad ve con normalidad, incluso diría que con agrado, la intervención militar en asuntos meramente civiles y políticos?
Ese empeño no es una tentación lejana. Recientemente un grupo de militares de alta graduación retirados y alguno en la reserva hacían público un escrito reivindicando, al menos aparentemente, la figura “militar” del dictador. Menos importantes en su significación pero igualmente indicativos de esa voluntad intervencionista son los diferentes mensajes que han circulado por las redes sociales redactados por individuos que dicen ser militares instando a una intervención del Ejército en el conflicto de Cataluña. Incluso como reacción al Tsunami Democràtic presuntamente nacido en las filas más aguerridas y violentas del independentismo catalán, circulaban mensajes de un autoproclamado Tsunami Español, integrado, según sus palabras y algunas informaciones periodísticas, por militares, dando un ultimátum al Gobierno (con día y hora) para que interviniera con energía (debe leerse con fuerzas militares) en Cataluña o si no, pasado el plazo, intervendrían ellos. Inaceptable en cualquier democracia desarrollada del mundo. Incluso una parte de la sociedad civil insta a que “se lleven los tanques a Cataluña”, asumiendo que el ejército se encuentra legitimado para este tipo de actuaciones. Hemos visto memes de todo tipo con trenes que portaban tanques o material militar “con destino a Cataluña”.
El Ejército está preparado para luchar contra otro Ejército. Dedicar al Ejército, que carece de la necesaria preparación, a la represión de disturbios de orden público sólo puede acarrear más problemas que soluciones. Sin contar con que cualquier “ocupación” militar reviste la forma de dictadura, como desgraciadamente sabemos en España.
Podríamos achacar esa visión “normalizada” de la intervención del ejército en cuestiones civiles a los prácticamente cincuenta años que, con el breve paréntesis de los nueve de la República, vieron en el siglo XX las tierras de España. Se dice pronto. La mitad del siglo España se ha regido por dictaduras. Y lo cierto es que al menos los doscientos últimos años de historia de nuestro país están salpicados de intervenciones militares y pronunciamientos. Desde que los cien mil hijos de San Luis restauraron en el trono a Fernando VII, han sido numerosos los pronunciamientos militares. Incluso muchos de los primeros ministros en los reinados del propio Fernando VII o de Isabel II, cuya subida al trono y mantenimiento en el mismo se dirimió en cruentas guerras civiles, fueron militares.
También es cierto que en los últimos cuarenta años de democracia ha faltado voluntad didáctica que separara a la sociedad de las actitudes militaristas. Cierto que la Constitución, que se aprobó como un paquete que contenía muchas cuestiones poco deseables que no fueron objeto de votación independiente, no ha ayudado mucho a que se produjera un cambio de mentalidad. La elección de reforma en lugar de ruptura ha dejado en muchos elementos de la sociedad cierto regusto de continuismo del que, salvo las últimas barbaridades de Vox que asegura que Franco fue el impulsor de la democracia en España, ha flotado en las relaciones políticas en España durante todo este tiempo.
El malhadado artículo 8, sito en un lugar preferente como es el título preliminar de la Constitución que recoge las afirmaciones y declaraciones sobre las que se levanta el edificio del resto, señala que las Fuerzas Armadas “…tienen como misión … defender su integridad territorial (la de España) y el ordenamiento constitucional”. De poco o casi nada sirve a los efectos de la didáctica de la desaparición de las estructuras militares del ordenamiento y el pensamiento de la sociedad civil y de la ejemplarización de dicha desaparición, que en el artículo 97 se atribuya al Gobierno la dirección de “… la Administración civil y militar y la defensa del Estado”. El mando supremo de las fuerzas armadas (en virtud del artículo 62.h) está en manos del rey. Y hay que recurrir a un alambicado procedimiento sobre el necesario refrendo de sus actos por parte del Gobierno para concluir que se trata de un mando simbólico. Habría sido infinitamente mejor que se expresara de esa forma sin ambages y que el mando supremo militar hubiera recaído en el Gobierno, como el mando sobre el resto de la Administración. Por más que hay partidos que parecen tener muchas más tentaciones militaristas que la mayoría de los propios militares.
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Y quizá está en la consideración del papel que el Ejército debe jugar en una sociedad moderna. ¿Se trata de un elemento al margen, ajeno y colateral del Estado (a veces incluso por encima del propio Estado a decir de algunos) o por el contrario es una parte más de la Administración con unas consideraciones especiales en casos concretos como los que se producen en una guerra o en situaciones similares? Somos muchos los que propugnamos que el militar es un ciudadano de uniforme, con los mismos derechos y obligaciones que cualquier otro, con la salvedad de que lo específico de su trabajo hace que en las situaciones legalmente previstas esos derechos se vean suspendidos en lo que entren en conflicto (y sólo en eso) con la necesaria disciplina militar para cumplir con la obligación de defender al país de invasiones o ataques de otras fuerzas militares.
Así debería haberse recogido en la Constitución, o al menos haberse fijado en la legislación dictada en estos últimos cuarenta años al respecto. Las encuestas realizadas con motivo de la exhumación de Franco son muy esclarecedoras. La gente joven no conoce la historia o simplemente no le interesa, (lo que me causa una profunda tristeza, pero eso es otro debate) y entre los mayores nacidos antes de los años 50 hay un 8% que piensa que Franco lo hizo todo bien, y un 44% que opina que hizo cosas buenas. Cierto que las encuestas son imprecisas. Nadie es completamente malo para todo el mundo. Nadie hace todo mal y fuera de toda lógica para todas las personas. El balance objetivo entre lo bueno y lo malo es lo importante. Y siempre que se cuente con una información rigurosa, lo que desde luego falta en los estudios de la España franquista en los que abundan aquellos que mienten descaradamente o disfrazan la verdad otorgándole al dictador logros muy anteriores a su mandato.
Urge por tanto una revisión del papel de los militares en nuestra sociedad, otorgándoles los mismos derechos que a cualquier otro ciudadano e imponiéndole las mismas obligaciones y deberes. Es imprescindible que de la Constitución se eliminen las referencias que parecen poner al margen de la misma a las FAS otorgándoles un papel arbitral del que deben carecer, sometiéndolas, como parte de la Administración del Estado, al poder político y enseñando en las academias militares que el servicio a la patria no supone el servicio a esa España etérea que parece estar vacía de españoles con la que sueñan muchos políticos y los nostálgicos del franquismo. España no es sino la unión de todos sus ciudadanos, de toda procedencia, raza e ideología. Una nación es más fuerte cuanto más se la creen sus habitantes. Todos sus habitantes. Y ese creer en tu país no se impone por la fuerza. Ni por la disciplina militar.
La exhumación de los restos de Francisco Franco, que se ha celebrado (pocas veces mejor dicho) el día en que escribo este comentario, con todo lo que la ha rodeado, vuelve a traer a la cabeza una cuestión presente en nuestra historia desde hace más de doscientos años. ¿Por qué ese empeño de algunos militares en intervenir en cuestiones que son meramente civiles? ¿Por qué han intervenido con tanta presencia y frecuencia en los asuntos puramente civiles y políticos en la historia de nuestro país? ¿Y por qué una parte importante de la sociedad ve con normalidad, incluso diría que con agrado, la intervención militar en asuntos meramente civiles y políticos?