Oliver Wainwright es un joven arquitecto británico, prolífico escritor y crítico en cuestiones de arquitectura y urbanismo. El pasado 14 de octubre escribió en The Guardian un interesante artículo que merece la pena poner al alcance de los lectores españoles.
Conviene recordar que la UNESCO estableció en 1972 la figura de "patrimonio de la Humanidad", de tipo cultural o natural, atribuible a aquellos lugares que, por diversas razones, constituyen un "valor universal excepcional".
Así, en España nos enorgullecemos de poseer casi medio centenar de tales sitios, solo rebasados en número por Italia y China. Desde el Palmeral de Elche a la arquitectura urbana de Ávila, Alcalá o Baeza, por citar solo pocos. Hay otros de renombre mundial, como la Gran Muralla china, el Taj Mahal indio, el Machu Pichu peruano o la Acrópolis ateniense.
Sin embargo, para Wainwright, el lugar donde fue hecha la fotografía adjunta, merecería también los honores de ser patrimonio mundial de la humanidad. Veamos las razones que aduce.
Es el campo de refugiados palestinos de Dheisheh, próximo a Belén, y de él trata una exposición que acaba de inaugurarse en Londres con el propósito de transformar la idea habitual de "patrimonio de la humanidad".
El citado campo se organizó en 1949 para albergar a unos tres mil palestinos expulsados de sus hogares por las milicias judías durante la guerra árabe-israelí. Desde entonces ha ido creciendo hasta alojar a unas quince mil personas. En sus comienzos era un campamento de estructura militar establecido por la Agencia de la ONU para los refugiados (UNRWA) en territorio jordano, pero cuando se vio que el conflicto no tendría solución inmediata, la ONU inició la construcción de alojamientos familiares, a razón de un metro cuadrado por persona y un cuarto de baño para cada quince viviendas. Al paso de los años, se añadieron espacios habitacionales de modo irregular según las necesidades de cada familia. Surgieron comercios, escuelas, mezquitas y hasta un centro comunitario, todo ello en menos de medio kilómetro cuadrado.
Su aspecto desordenado e incompleto tiene una buena razón: este campo es el resultado de vivir en un "limbo perpetuo", en palabras de Wainwright, con la esperanza de regresar algún día a los hogares perdidos, es decir, algo así como una "temporalidad permanente". En él, las familias se agrupan según los pueblos de procedencia, en algunos casos muy cercanos aunque separados de ellos por el enorme muro israelí de seguridad.
Los refugiados creen que si hacen del campo su hogar ponen en peligro su derecho al retorno. Intentan mejorar sus condiciones de vida, pero sin admitir que están en su hogar (definitivo). Se piensa mal de los que embellecen demasiado sus alojamientos. Pero la realidad es muy distinta. En los setenta años transcurridos, sus pueblos de origen se han transformado: algunos se ha convertido en parques nacionales israelíes, con espacios recreativos donde estaban las viviendas palestinas; otros son polígonos industriales, pero la mayoría han sido arbolados. "La vegetación sirve para ocultar los crímenes", comentaba un exiliado. Este es, desgraciadamente, el "patrimonio del exilio", un vivir en temporalidad permanente.
Pero ¿se dan las condiciones que exige la UNESCO para declararlo patrimonio de la humanidad? Tomando al pie de la letra lo que pide la Organización, el valor universal de un patrimonio mundial depende de su capacidad para "desbordar los límites nacionales". Los organizadores de la exposición londinense se preguntan: ¿Cómo puede quedar registrado oficialmente el patrimonio de lo que es una cultura del exilio? Los sitios patrimonio mundial de la humanidad solo pueden ser elegidos por los Estados: ¿cómo se puede valorar el patrimonio de los pueblos sin Estado?
La imposibilidad del objetivo propuesto lo hace más entrañable, pues nunca llegará a materializarse ante la UNESCO: Dheisheh es un lugar extraterritorial, arrancado de un Estado soberano (Jordania) y hogar de un pueblo sin Estado, por lo que nadie podrá cursar la petición.
En un mundo con más de 80 millones de personas desplazadas, parece de justicia que la "cultura del exilio" ocupe un lugar importante en las inquietudes de la humanidad. Aunque solo sea porque en esas circunstancias no cabe pensar en democracia: la urgencia es sobrevivir. De ahí que en un foro como este, donde se discute sobre Milicia y Democracia, no sea superfluo sacar a la luz las penurias de los refugiados palestinos de Dheisheh.
_____________Alberto Piris es general de Artillería y Estado Mayor en situación de reserva. Desde hace más de cuatro décadas colabora en diversos medios de comunicación nacionales e internacionales. Se ha dedicado especialmente a cuestiones de defensa y política internacional.
Oliver Wainwright es un joven arquitecto británico, prolífico escritor y crítico en cuestiones de arquitectura y urbanismo. El pasado 14 de octubre escribió en The Guardian un interesante artículo que merece la pena poner al alcance de los lectores españoles.