Alemania: la Unión gana, la ultraderecha crece

Tal como las encuestas preveían, la Unión de cristianodemócratas (CDU) y socialcristianos bávaros (CSU) ha ganado las elecciones al Bundestag, la cámara legislativa que deberá elegir al nuevo canciller alemán y respaldar a su gobierno, aunque con unos resultados por debajo de lo esperado. La participación ha alcanzado un histórico 83%, 6,6 puntos más que la precedente, un claro indicio de que la población alemana está muy preocupada ante la situación interna, europea, y mundial.

La Unión ha obtenido un 28,5% de los votos emitidos, 4,3 puntos más que en las elecciones anteriores, aunque es el segundo resultado más bajo de su historia. Tal vez ha cedido votos a los ultraderechistas de Alternativa para Alemania (AfD), quizá por su política pasada de apertura a los refugiados, que intentó compensar aprobando medidas restrictivas con los extremistas. Su líder, Friedrich Merz, será el próximo canciller, pero tendrá que buscar el apoyo de otros partidos para su gobierno, como es tradición en Alemania, donde solo ha habido un gobierno de un único partido en 1961.

El gran perdedor, sin sorpresas, es el partido socialdemócrata, SPD, del canciller Olaf Scholz, que ha bajado más de nueve puntos, del 25,7% al 16,5%, cayendo al tercer puesto con el peor resultado de su historia. El gobierno tripartito –junto a los liberales y los verdes– se encontró, tres meses después de su toma de posesión, con el inicio de la guerra en Ucrania, que afectó a Alemania más que a ningún otro país, aparte de a los protagonistas. La ruptura con Moscú dañó gravemente la economía del país, porque bloqueó sus exportaciones a Rusia, y porque tuvo que prescindir del gas barato ruso, lo que supuso un aumento en la factura de este combustible, el más importante por el fin de la energía nuclear, de más de un 70%, con una fuerte repercusión en la industria. El PIB entró en recesión en 2023 con tres décimas negativas y en 2024 con dos. Tuvo además un gran impacto en la inflación, que es la peor pesadilla de los alemanes.

Los ciudadanos notaron esta situación en su nivel de vida, y creció la incertidumbre, que los alemanes odian especialmente, lo que ha contribuido a la recesión, por la retracción del consumo, y finalmente ha sido la principal causa del descalabro electoral del SPD. Pero no la única. La población alemana se ha sensibilizado ante el problema de la migración y el asilo, no solo por la campaña de la ultraderecha –a la que también ha contribuido la Unión–, sino por el efecto de los numerosos atentados cometidos por inmigrantes. La percepción generalizada es que el gobierno de Scholz no había hecho lo suficiente para enfrentar este problema. A ello se ha unido el temor a que la guerra en Ucrania escale, y la descomposición de la coalición por discrepancias presupuestarias, que forzó al canciller a convocar elecciones anticipadas.

El mayor éxito, también anunciado, ha sido el de la ultraderechista AfD, que casi duplica su porcentaje, del 10,4% al 20,4% y se convierte, en su cuarta participación en unas elecciones federales, en el segundo partido más votado. Se ha beneficiado de las subidas de precios y las dificultades económicas que han afectado principalmente a los länder del este y a los trabajadores menos cualificados, pero, sobre todo, del recelo ante la inmigración y el asilo a la que antes nos hemos referido, un asunto que ellos prometían resolver drásticamente con la remigración, es decir, echándolos a todos. Y también de la influencia de la ola de pensamiento extremista que recorre Europa, palpable en las últimas elecciones al Parlamento europeo y reforzada con la reelección de Donald Trump como presidente de EEUU, que, amplificada por las redes sociales, ha atraído a muchos jóvenes y trabajadores con bajos salarios.

De todas formas, AfD no va a entrar en el gobierno federal, porque Merz ha dicho ya que va a respetar el “cordón sanitario” que ha funcionado hasta ahora en Alemania y no va a pactar con ellos. Los demócratas alemanes están cada vez más sensibilizados ante el ascenso de un partido extremista que se ha ido radicalizando más a medida que crecían sus expectativas electorales y con la salida de sus miembros más moderados, y que trae recuerdos terribles en el país que sufrió el nazismo. Ahora, intentará aprovechar su posición de principal partido de la oposición para incrementar su apoyo, si la economía no mejora lo suficiente. Pero también es posible que con este impactante éxito haya llegado a su techo, si el nuevo gobierno toma medidas para controlar la migración y asilo, lo que es muy probable, y —sobre todo— si la economía alemana remonta, algo que sucederá seguramente con el final de la guerra en Ucrania, porque Alemania será uno de los países más activos en su reconstrucción, que conllevará sin duda una sensible reactivación económica en toda Europa. 

En este escenario, la gran coalición Unión-SPD tendría una mayoría suficiente, aunque no holgada, y será sin duda la opción que prosperará

Sin AfD, las opciones que le quedan al nuevo canciller para armar una mayoría parlamentaria suficiente son pocas, y en todas ellas tiene que entrar necesariamente el SPD. Merz ha declarado que quiere conseguirla con rapidez, ya que ni la situación interna, ni la europea y mundial, permiten muchas dilaciones. La izquierda de Die Linke ha obtenido un muy buen resultado subiendo del 4,9% al 8,7%, pero la Unión jamás pactará con ellos, antes lo haría con AfD. Los Verdes son los que menos han perdido de la coalición, del 14,7% al 11,6%, pero están enfrentados con la CSU. Los liberales, castigados tal vez por hacer caer la coalición o porque la economía del gobierno saliente estaba en sus manos, no llegan al 5% y quedan fuera del Bundestag, y la rojiparda BSW se queda por ahora con el 4,97%, a tres centésimas de entrar en él.

En este escenario, la gran coalición Unión-SPD tendría una mayoría suficiente, aunque no holgada —12 escaños—, y será sin duda la opción que prosperará. Solo si finalmente BSW entrara en el Bundestag –apenas le faltan unos miles de votos– ese acuerdo no bastaría y habría que ir a un tripartito con los verdes, que conformaría un gobierno más problemático y mucho menos estable. En Alemania solo ha habido tripartitos en las dos primeras legislaturas desde la creación de la República Federal, 1950-1958 y en la última, que como hemos visto no ha acabado muy bien.

La gran coalición puede funcionar, como lo hizo, con algunos problemas pero aceptablemente, en 2005, 2013 y 2017. Por supuesto, existen diferencias entre los socios. La más importante sobre la futura política de migración y asilo, que la Unión quiere endurecer por la presión del ascenso de AfD. Como siempre, el mayor peligro de la ultraderecha no es tanto su resultado –aunque en este caso es muy bueno– sino cómo contamina la política de la derecha democrática, que tiende a inclinarse hacia sus planteamientos para no perder demasiados votos, y la Unión cae en esa trampa.

También las cuestiones económicas y presupuestarias pueden ser un problema. Habrá que ver si la coalición mantiene el zeitenwende que Scholz puso en marcha al principio de la guerra en Ucrania, en favor de un rearme alemán, que ahora sintoniza con las exigencias de Trump pero minora otras partidas presupuestarias de carácter social y la inversión en transición ecológica, y cómo se aborda en tiempos de recesión la limitación del déficit impuesta por el Tribunal Constitucional, porque una política de austeridad excesiva podría causar descontento en la población y favorecer a AfD.

Merz no va a poder evitar hacer frente a la situación política europea e internacional, que las primeras medidas de la segunda presidencia de Trump han puesto patas arriba. Los aranceles que ya ha impuesto el presidente de EEUU, y los que anuncia, van a afectar mucho a la industria alemana, en particular a la de automoción, y su radical giro sobre la guerra en Ucrania y las relaciones con Rusia afectan muy directamente a Alemania, a la que se niega –como a toda Europa– cualquier participación en el final de una guerra que ella ha contribuido en gran manera a mantener. Alemania se vería favorecida por la paz en Ucrania, y más aún si pudiera reanudar –a medio plazo– las relaciones con Rusia, pero ese camino no es nada fácil, y para Berlín una paz injusta y débil, impuesta por Washington, puede ser una fuente de inestabilidad en el futuro.

La Unión Europea está expectante, porque Alemania sigue siendo su primera potencia económica y su miembro más poblado. Las decisiones que tome el nuevo gobierno alemán, tanto en política exterior como en la regulación de la emigración y el asilo, o en política económica, van a repercutir de forma muy importante en el resto de sus socios. Si opta por retraerse para ocuparse de solucionar sus problemas internos y renuncia a su liderazgo europeo, como ha hecho en parte Scholz, la Unión no tendrá fuerza suficiente para enfrentarse al matonismo de Trump y marcar su propia agenda.

Pero también cabe la posibilidad de que el ascenso de AfD y la hostilidad de la administración Trump, que se ha permitido apoyar descaradamente a la extrema derecha, e incluso criticar duramente por boca del vicepresidente Vance en Múnich –y en plena campaña electoral– a la democracia alemana y europea, empujen a Merz hacia una posición más europeísta y proactiva, y a asumir un liderazgo de la Unión que Alemania, ocupada en la reunificación, en la cuestión migratoria y en el relanzamiento de su economía, no ha ejercido desde la época de Willy Brandt, o de Helmut Kohl.

Esperemos que este último sea el camino que adopte el gobierno que salga de estas elecciones, porque la Unión Europea necesita a Alemania, tanto como Alemania necesita a Europa, en especial en estos tiempos difíciles en los que la potencia mundial en la que siempre han confiado los europeos les da la espalda, y en los que la extrema derecha cabalga sin freno a lomos de la desinformación y la xenofobia.     

________________________

José Enrique de Ayala es analista de la Fundación Alternativas.

Más sobre este tema
stats