El apocalipsis y el redescubrimiento de la ciudadanía

Israel Sanmartín

La Edad Media fue una época pensada a partir del apocalipsis. Las lluvias de piedras, las tormentas, las inundaciones y las catástrofes naturales eran recursos habituales para anunciar la inminencia del fin del mundo. Ante esto, el sistema cristiano medieval insuflaba un sentido vital a cada miembro de la comunidad proporcionándole una “salvación”. Hoy en día, las sociedades contemporáneas han encontrado en la ciencia y en la domesticación de la naturaleza sus verdaderas creencias. Los científicos nos recuerdan a diario que vamos a evitar el apocalipsis si seguimos sus dictados, y el sistema capitalista reduce nuestras vidas a un mero sentido estadístico. De alguna forma, la desaparición física queda estancada en una contabilidad numérica para validar argumentarios políticos. En cualquier caso, podemos constatar que la Edad Media y el mundo contemporáneo han resuelto de forma diferente cómo debemos entender el apocalipsis. Este fin está vinculado, en una época o en otra, a un “régimen de verdad” y a un “régimen emocional” determinados.

Detengámonos en el caso contemporáneo. No hay ninguna duda de que el apocalipsis valenciano ha supuesto la ruptura del espacio público. La interrupción del funcionamiento de los servicios como consecuencia de una catástrofe natural ha traído la aparición del pillaje, del desorden, de la destrucción y de la muerte. La gente pide ayuda desde las ventanas de sus casas y se quejan de su abandono. Mientras, los políticos juguetean al tenis enviándose pelotas los unos a los otros y los periodistas tratan de informar con pocas terminales en la zona afectada. Pese a todo, algunos youtubers y reporteros se pudieron filtrar hasta el centro de la catástrofe para abrirnos una ventana a la realidad más allá de gabinetes y “empalabramientos”. El viernes por la mañana únicamente la televisión española se preocupó de informar, de forma excelente, sobre lo que estaba pasando.

Como en la Edad Media, todos vuelven a ser parte de una comunidad que se ayuda, se autoorganiza y que busca un sentido para llorar cada muerte. Y como una sociedad contemporánea, los ciudadanos han entendido el sentido de lo estatal y de lo público

Y el ejército y las fuerzas estatales de seguridad se han convertido en la única esperanza para los afectados. ¿Es esta una explicación suficiente para describir lo que está pasando? No del todo. Veamos por qué. La desaparición del espacio público en las zonas afectadas ha provocado que saltara por los aires el “régimen de verdad” al que estamos sometidos. Es decir, ya estamos libres de las informaciones periodísticas y políticas basadas en los “relatos” y en las “postverdades”, que están totalmente desconectadas de cualquier conexión con la “verdad”. Así mismo, el “régimen emocional” que sufrimos también se ha ido al infierno.

Generalmente somos receptores de emociones polarizadas que nos impulsan únicamente a “sentir” y no a “pensar”. De tal forma, la “postverdad” y el regateo a la razón han desaparecido abrazados al espacio público y a la comunidad política normativa. Y ahí han surgido la “verdad” y la “razón” como nuevos regímenes de verdad y emocional. La “verdad” es el apocalipsis y la destrucción y la “razón” es la ayuda al que lo necesita. Esto ha permitido aflorar el surgimiento de una nueva gramática de comunidad, asociada a la vecindad y a la búsqueda de lo que nos une. El “común” ha encontrado los hilos invisibles que los identifican como humanos. Como en la Edad Media, todos vuelven a ser parte de una comunidad que se ayuda, se autoorganiza y que busca un sentido para llorar cada muerte. Y como una sociedad contemporánea, los ciudadanos han entendido el sentido de lo estatal y de lo público, y han recuperado la “verdad” con mayúscula.

Lástima que todo haya sido a partir de una catástrofe humana irreparable.

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Israel Sanmartín es profesor de Historia en la Universidad de Santiago de Compostela y es editor y autor junto a Francisco Peña de Expecting the End of the World in Medieval Europe: An Interdisciplinary Study, Routldege, 2024.

La Edad Media fue una época pensada a partir del apocalipsis. Las lluvias de piedras, las tormentas, las inundaciones y las catástrofes naturales eran recursos habituales para anunciar la inminencia del fin del mundo. Ante esto, el sistema cristiano medieval insuflaba un sentido vital a cada miembro de la comunidad proporcionándole una “salvación”. Hoy en día, las sociedades contemporáneas han encontrado en la ciencia y en la domesticación de la naturaleza sus verdaderas creencias. Los científicos nos recuerdan a diario que vamos a evitar el apocalipsis si seguimos sus dictados, y el sistema capitalista reduce nuestras vidas a un mero sentido estadístico. De alguna forma, la desaparición física queda estancada en una contabilidad numérica para validar argumentarios políticos. En cualquier caso, podemos constatar que la Edad Media y el mundo contemporáneo han resuelto de forma diferente cómo debemos entender el apocalipsis. Este fin está vinculado, en una época o en otra, a un “régimen de verdad” y a un “régimen emocional” determinados.

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