Plaza Pública
El bando del alcalde Soler
Alcalde y pecados de la carne
Por gentileza del escritor Miguel Dalmau (1957), autor entre otras obras de El reloj de Hitler, comparto el documento que ilustra este artículo y debería servir, como tantos otros que los historiadores e investigadores aportan sobre nuestro pasado contemporáneo, para reconocer y no olvidar nunca la España de la que procedemos, aunque el documento esté fechado en este caso después de nuestra ensalzada Transición (1 de marzo de 1987).
Habida cuenta el desconocimiento que por lo general se tiene de lo que la dictadura franquista representó en la vida cotidiana de un país que quedó destrozado por una crudelísima guerra de tres años, a la que siguió un régimen de persecución y muerte que entre el llamado Día de la Victoria (1 de abril de 1939) y 1946 acabó con la vida de 50.000 republicanos (según el libro sobre la dictadura coordinado por el historiador Julián Casanova), informaciones como la suministrada por Dalmau puede que muevan a risa a las jóvenes generaciones.
En este caso, sobre todo, porque a los datos sobre las importantes sanciones que comportaba en 1987 sobrepasarse en las pasiones carnales, se añade el ocultamiento de la terminología cabal propia de cada circunstancia delictiva y la peculiar descripción de la que el bando del alcalde Vicente Soler hace uso para identificarla. Complementa el documento lo que el primer edil de la localidad balear de Sa Pobla hace saber a modo de gracioso glosario-acertijo en el que se aclara qué es “aquello” y “aquella”.
El sexo no tenía nombre en la España de Franco porque la iglesia nacional-católica no solo lo subsumió entre los pecados de la carne, sino que puso todo su empeño en condenar la libertad natural más íntima de la persona. Podrá extrañar hasta el punto de mover a hilaridad a las jóvenes generaciones —tan distantes de esa larga noche—, pero aquella imposición hizo aún más lóbrego, inquisitorial y oscuro aquel régimen, del que todavía hoy hay medio centenar de rancios descendientes aparentemente reciclados como demócratas en el Parlamento de la nación.
Se trata de los mismos que después de renegar no hace mucho del homenaje en el Congreso al pintor Juan Genovés (el de El Abrazo, símbolo de la reconciliación transicional), hicieron lo propio con el acto conmemorativo en recuerdo de Manuel Azaña con motivo del octogésimo aniversario de su muerte en el exilio.
Un solo fragmento de uno de sus más brillantes discursos bastaría para que don Manuel mereciera hoy y siempre ese homenaje, dejando aparte su valiosa obra literaria: “Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón”.
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Hoy hemos vuelto a saber que con estas últimas palabras no se identificó la ultraderecha española de ayer como tampoco se identifica la de ahora. No nos riamos por eso, por favor, aunque el bando que comentamos sea una página más del Celtiberia Show del escritor y cronista parlamentario Luis Carandell, muchos años después del auge testimonial que tuvo este libro como espejo intrahistórico de la dictadura. Carandell sin duda le habría dado prioridad resaltada al bando del alcalde Soler.
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Félix Población es periodista y escritor.Félix Población