Recuerdo hace ya un tiempo, cuando era director general de transición ecológica en el gobierno valenciano, que le decía a una compañera del gobierno poco amiga de los desarrollos renovables “estos movimientos de rechazo a las renovables los va a acabar capitalizando la extrema derecha”. Tampoco era necesaria una gran inteligencia para intuirlo, de hecho, la oposición a la energía eólica en el mundo era defendida sobre todo por los partidos de derecha radical. Con la energía solar, más reciente, todavía no teníamos tantas evidencias, pero no hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que iba a pasar lo mismo.
Saltemos a esta primavera de 2024. A principios de mayo, el gobierno de Giorgia Meloni prohibió la instalación de fotovoltaica en suelo agrícola, lo que supone una prohibición masiva de instalación en la inmensa mayoría del territorio italiano, en el país con el precio mayorista eléctrico más alto de Europa. El ministro de agricultura llamó a esto “sentido común”.
Unos días después, el gobernador de Florida, el republicano Ron DeSantis, al que algunos ubican a la derecha de Donald Trump, firmó el proyecto de ley que prohíbe la eólica marina en las costas de Florida. El gobernador declaró estar rechazando “la agenda de los fanáticos verdes radicales” y recuperando “la cordura”.
Estos dos casos son solo los más recientes, pero no tienen ustedes más que ver cuál fue la política del partido PiS en Polonia contra las turbinas eólicas, la propaganda anti-renovable de Le Pen en Francia o de la ultraderechista AfD en Alemania, la dialéctica de Trump contra la eólica o incluso las intenciones del todavía primer ministro británico Rishi Sunak de limitar la fotovoltaica en tierras agrícolas al estilo italiano. En todo el mundo es el populismo de derechas quien se opone al desarrollo renovable y quien levanta banderas agraristas o “paisajistas”.
El rechazo a la instalación de las renovables no es solo algo propio de la derecha radical, es cierto, pero que es la derecha radical quien acaba capitalizando electoral y políticamente todo este rechazo es algo que ya ni cotiza. Electoralmente, no hay ni un solo partido que no pertenezca a esa familia política que haya sacados réditos de este rechazo, más allá de ámbitos estrictamente locales. Quizá el mejor ejemplo de esto es lo que pasó en las últimas elecciones generales en la provincia de Teruel, donde el partido Teruel Existe, opositor acérrimo de los desarrollos renovables en aquella provincia, perdió su escaño coincidiendo con el único aumento de votos de VOX en toda España.
Existen organizaciones y plataformas de sensibilidad izquierdista que se oponen al desarrollo renovable, pero sus manifestaciones no pasan de reunir a pocos cientos de personas, con nula implicación de las zonas urbanas donde las realizan más allá de los miembros de algunas organizaciones que acuden para intentar capitalizar políticamente la cuestión. Pero es imposible que lo consigan. Seamos claros, es inaceptable e indefendible oponerse a los desarrollos renovables a la vez que hablas sobre la emergencia climática. Es una contradicción que nadie que entienda mínimamente el problema puede asumir. La única manera de oponerse de forma general a los desarrollos renovables es despreocuparse o incluso negar el cambio climático. Por eso los negacionistas capitalizan todo este descontento, porque esa contradicción no existe para ellos y su discurso es coherente y creíble.
Las organizaciones de izquierdas que juegan a impugnar el desarrollo renovable bajo el “renovables sí, pero no así” son, en muchas ocasiones, quienes han preparado la tostada para que se la coma la derecha radical. Esta derecha, sin contradicciones respecto al cambio climático, arraigada de forma clara con el ruralismo conservador, será la beneficiaria clara de este conflicto y así lo están entendiendo en todo el mundo y también en España, donde comienzan a aparecer activas organizaciones ruralistas conservadoras.
La única manera de oponerse de forma general a los desarrollos renovables es despreocuparse o incluso negar el cambio climático. Por eso los negacionistas capitalizan todo este descontento, porque esa contradicción no existe para ellos y su discurso es coherente y creíble
El posicionamiento frente al desarrollo renovable se ha convertido en un muy buen predictor de disfunciones políticas. En la izquierda, es síntoma de chamanismo e infantilismo político. En la derecha, de populismo y ultraconservadurismo. La incapacidad de aceptar la contradicción, por un lado, y el deseo de capitalizar el miedo y el rechazo al cambio, por el otro, son síntomas de incapacidad política y muestran desgana para enfrentar conflictos que son consustanciales a las épocas de cambio.
Siempre he pensado que el ecologismo perdió una oportunidad irrepetible hace una década para convertirse en una fuerza política relevante. Ante el inminente boom de las energías renovables y de la agenda climática, podía haber capitalizado tantas décadas de lucha por las energías renovables y el clima y haberse presentado como la fuerza que supo ver el futuro. En vez de eso, muchos se sintieron incómodos al ver que las grandes compañías comenzaban a hacer lo que ellos siempre les habían dicho que hicieran, y decidieron abandonar el fuerte y la bandera por ese “miedo a la victoria” tan humano y, a la vez, tan implacable.
Me temo que de esos polvos vienen estos lodos. Muchos siguen jugando a aprendices de brujo y le están haciendo el trabajo a la derecha radical. Son los pagafantas que nunca van a convencer a quienes desean agradar. En cambio, el populismo y el ultraconservadurismo son vistos como fuerzas fiables para frenar las renovables y las políticas climáticas. Con su “sentido común” y su “cordura”, palabras que suelen ocultar desprecio por las evidencias y la ciencia, apelan a una emocionalidad profunda y arraigada, y aprovechan los sentimientos de agravio acumulado por los cambios socioeconómicos de las últimas décadas.
Está pasando en todo el mundo. Está pasando aquí. El desarrollo renovable como parte central de la “agenda verde” es, de hecho, es uno de los clivajes políticos que está exprimiendo la derecha radical en esta reciente campaña para las elecciones europeas. Esta es la realidad de nuestra época y hay que estar muy ciego o embebido de uno mismo para no verlo.
* Pedro Fresco es exdirector general de Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana.
Recuerdo hace ya un tiempo, cuando era director general de transición ecológica en el gobierno valenciano, que le decía a una compañera del gobierno poco amiga de los desarrollos renovables “estos movimientos de rechazo a las renovables los va a acabar capitalizando la extrema derecha”. Tampoco era necesaria una gran inteligencia para intuirlo, de hecho, la oposición a la energía eólica en el mundo era defendida sobre todo por los partidos de derecha radical. Con la energía solar, más reciente, todavía no teníamos tantas evidencias, pero no hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que iba a pasar lo mismo.