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La cerveza de Ayuso

La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, pronuncia un discurso durante la presentación de la exposición organizada por el Ejecutivo bajo el título "Antonio López en Sol", en la sede del Gobierno madrileño.

Javier Franzé

Dirán que es una ayusada más o que “con Ayuso nunca se sabe”. E incluso que “hace peronismo”, porque “convoca a las emociones”. La subestimación del contrincante y la propia superioridad moral pueden expresarse de infinitas maneras. Pero el problema es comprender, que no tiene nada que ver con aprobar, la racionalidad de ese discurso.

No vale imputar el contenido del discurso en cuestión a la irracionalidad, ni a la insuficiente inteligencia del enunciador o de los votantes. Salvo, eso sí, que se renuncie al análisis. El primer paso para la comprensión es despersonalizar. Lo que es necesario explicar no es la personalidad de Ayuso, sino cómo ese discurso interpela y constituye subjetividades. Por qué funciona socialmente, más allá de juicios de valor.socialmente

Georges Sorel fue el primer lector laico de Marx. Por eso, justamente, pudo captar lo que el marxismo tenía de creencia. Según Sorel, “el mito de la huelga general” era lo más importante del marxismo, no su ilusión positivista de haber entendido las leyes del desenvolvimiento de la sociedad. Para Sorel, los mitos son el corazón de la política porque muestran las posibilidades para la acción y, así, interpelan a un determinado grupo social constituyéndolo como actor político. Lo decisivo de esa interpelación es que ese grupo vea aquello de lo que es capaz, su fuerza como colectivo, independientemente de que pueda alcanzar sus metas. Por eso es una confianza y una invitación a buscar sus objetivos. Ésa es su racionalidad.

Cuando Ayuso afirma que no hay nada más madrileño que volver del trabajo y tomarte una cerveza con los tuyos en un bar, quizá está llamando a los de Madrid a entenderse a sí mismos en términos de aquello que son capaces de hacer, incluso olvidando lo que sufren. La imagen de la cerveza en el bar condensa y celebra muchas capacidades subjetivas: trabajo, resiliencia, amistad, familia, compañerismo, riesgo, pertenencia, disfrute. Aunque a la izquierda y al progresismo les cause rechazo moral, tal vez se trate de una forma de empoderamiento. Se dirá que individualista hasta el darwinismo, en tanto pone el ocio por encima del cuidado de los demás y la economía por sobre la salud pública. Desde luego. Pero ésa es otra discusión, clave, pero diferente: la de qué valores se quieren para la vida comunitaria. No obstante, esta otra discusión comienza por la comprensión de esa interpelación. Una hipótesis posible es que ésta sea una forma de empoderamiento a través de la cual, indirectamente, se busque legitimar la propia política en términos populares.

¿Por qué? Porque tal vez esa forma de retratar a aquellos a los que les habla contrasta con la de la izquierda y el progresismo, que muy a menudo representa a los sectores populares y a las llamadas minorías como seres carentes, más bien víctimas que protagonistas poderosos, e incapaces sin ayuda externa de tomar las riendas de la vida colectiva para construir lo nuevo. Seres a proteger, más que a liberar y seguirseguir. Y cuando esa protección, en el contexto del neoliberalismo triunfante, aparece inevitablemente a los ojos de la mayoría como proveniente del Estado o de grupos dirigentes acomodados (los “pijo-progres”), deseosos de ejercer un paternalismo ideológico y material que nadie les ha pedido, el partido parece perdido de antemano.

En la línea de lo que señalaba Jorge Lago en su magnífico artículo Madrid sin futuro, si se acepta que la antropología neoliberal es hegemónica, habrá que comprender por qué. No para aceptarla resignadamente ni construir a partir de ella, sino para poder dialogar con esos valores que ha puesto en marcha, requisito de su resignificación. Desde mi perspectiva, tal vez un primer paso sea desvincular los derechos de la figura de la víctima. No porque no haya víctimas, ni opresión. No porque no haya verdugos, ni desigualdades que aplastan. Sino porque para terminar con la opresión y el autoritarismo lo primero es convocar a sujetos poderosos capaces de transformación política. Sólo los desvalidos necesitan una vanguardia, una intervención exterior.

Es muy probable que sea este poder indomable lo que Ayuso busca representar –también como mujer y desde un cargo inferior– en su pugna directa y solitaria contra el gobierno “social-comunista de los dos machos alfa”. Tal vez sea ese poder, esa capacidad de decisión lo que, en una circunstancia de extrema adversidad, se esté viendo en su figura y premiando en las urnas, más que su propia gestión de la crisis. El discurso de Ayuso estaría logrando de este modo resignificar la responsabilidad que le cabe como máxima autoridad de la Comunidad de Madrid, invirtiendo la carga de la prueba: su darwinismo no se debería a su insensibilidad, sino por el contrario estaría hecho a la medida del coraje característico del pueblo madrileño. Su política quedaría así legitimada de abajo arriba merced a su conocimiento y confianza en los madrileños.

Trump/Ayuso = Trampantojo (Hacer ver lo que no es)

Trump/Ayuso = Trampantojo (Hacer ver lo que no es)

Por otra parte, al decir “no es que yo sea insensible, sino que conozco y confío en los madrileños, capaces de esta hazaña”, el relato de Ayuso nos hace imaginar de inmediato el correspondiente discurso de la izquierda: “No es que nosotros seamos paternalistas, es que ellos (el pueblo, las minorías) no son capaces”. Ahí quizá esté todo el ayusismo: en que los madrileños devienen los grandes héroes, los grandes emprendedores, de la lucha contra el covid-19, como los proletarios de Sorel contra la opresión burguesa. Pero nunca como víctimas, ni quejándose de los verdugos, sino como alegres protagonistas de su destino heroico, dotados como están de su libertad poderosa.

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Javier Franzé es profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid.

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