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Debates democráticos a la carta

David Alvarado

Pasma la intensidad con la que sectores bien identificados en nuestro país abordan el devenir del régimen venezolano, mientras obvian debates democráticos mucho más cercanos, con un impacto directo sobre nuestra realidad y seguridad a múltiples niveles. Argelia es un actor importante para España, pero sus recientes comicios presidenciales, marcados por la represión y plagados de irregularidades, apenas sí han suscitado interés ni debate. Aliada de Rusia, Irán y Venezuela, la “nueva Argelia” de Tebún ha ahogado la contestación del Hirak y aprueba leyes liberticidas para hostigar y reprimir para mantener un status quo militar que amenaza incluso la estabilidad de sus vecinos del norte.

El grueso de los regímenes políticos del mundo no es ni rotundamente democrático ni absolutamente autoritario. Estos se sitúan en una vasta zona gris, siendo difícil su asimilación con alguna de las categorías tradicionalmente establecidas por la Ciencia Política. Por tanto, en el concierto mundial de naciones abundan los “regímenes híbridos”, en función de la presencia y peso de diferentes variables. Desde la caída del Muro de Berlín, la literatura especializada ha dado buena cuenta de pseudo democracias, democracias de fachada, delegativas, electorales, iliberales, defectivas, parciales, autoritarias o semi-democracias; pero también de autoritarismos competitivos, electorales, semiautoritarios, sultanismos electivos y regímenes autocráticos electorales. 

La etiqueta “dictadura” oculta un amplio abanico de posibilidades y resulta harto caricatural para aludir a complejas realidades. Allende la simplificación impuesta por el relato de ciertos partidos, el franco deterioro de la calidad democrática venezolana merece un debate de mayor calado que el promovido en España por sectores bien identificados. Sin negar el interés que suscita este tipo de ejercicios, la atención no debería limitarse a realidades elegidas de forma harto interesada. Nuestras élites y medios de comunicación convendrían en atender con igual celo el devenir de regímenes mucho más cercanos, cuyas evoluciones son fuente objetiva de inquietud por el impacto a nivel geopolítico, económico, de seguridad, social y demográfico, entre otros.

Frente a las once horas que puede durar el vuelo entre Madrid y Caracas, apenas 45 minutos separan a Alicante del aeropuerto Ahmed Ben Bella de Orán, cuyo barrio de Sidi El Ouari conserva los vestigios de los españoles orígenes de la urbe, al igual que el dialecto árabe local, impregnado de hispanismos. Ni la geografía, ni la historia, ni acuciantes realidades y desafíos comunes han redundado en un digno interés por su escrutinio presidencial. Apenas algunas informaciones, crónicas y fútiles análisis en contados soportes. ¿No nos inquieta la suerte de Argelia? ¿Hace Exteriores gestiones para liberar a cientos de activistas encarcelados? ¿Concederá el gobierno de Sánchez asilo a los opositores Karim Tabbou y Fethi Ghares? ¿Se contemplan presiones para poner fin al hostigamiento de los ciudadanos molestos al poder en liza? 

Argelia es un actor importante para España, siendo clave en la política de seguridad y en la gestión de los flujos migratorios provenientes de África. Hasta el cambio de posición del gobierno español sobre el Sáhara Occidental, la cooperación con Argel ha permitido mantener en cifras bajas la inmigración irregular procedente de sus costas. Tras la quiebra de la relación, Argelia dejó de aceptar las devoluciones de inmigrantes irregulares desde España, produciéndose una reconfiguración de las rutas de la migración subsahariana. España no ha sido un destino importante para la migración argelina, que prefiere asentarse en Francia, aunque sí ha habido un aumento de las llegadas irregulares de argelinos a las costas españolas por encima de los marroquíes.

Enmienda a la totalidad del pueblo argelino

Sin mentar el rol de los hidrocarburos y otros motivos acuciantes, la sola cuestión migratoria –devenida central en el relato de nuestros políticos– debería hacer de Argelia un objeto de atención privilegiado, objetivamente muy por encima de Venezuela. Para júbilo de sus dirigentes, su mascarada electoral argelina ha pasado desapercibida en España y en Europa, apresurándose las cancillerías para felicitar al vencedor, como Macron, que transmitió sus “mejores deseos de éxito” al vencedor. Sin condenas internacionales, la Autoridad Nacional Independiente de Elecciones (ANIE) proclamó la victoria del presidente saliente, Abdelmayid Tebún, con un 94,65% de votos. Nadie en España ni Bruselas puso en tela de juicio lo irreal del casi 50% de participación que sancionó la ANIE, cuando un rápido cálculo sobre las cifras vertidas da cuenta de apenas un 23%, sin incluir votos blancos y nulos, ni tomar en consideración regiones, como Cabilia, que no alcanzaron ni dos dígitos.

El candidato del Ejército Nacional Popular, el cuasi octogenario Tebún, pretendía una reelección que hiciese olvidar su victoria de diciembre de 2019, cuando el escrutinio fue boicoteado por una gran la mayoría de la población, siendo elegido en la primera vuelta con tan solo un 58,13% de sufragios. Estas elecciones eran la ocasión para Tebún de evidenciar un incremento de su popularidad, que no se produjo, por mucho que la agencia oficial y el canal público de televisión, la APA y la ENTV respectivamente, multiplicasen los mensajes de felicitación al vencedor para distraer la opinión pública del revés sufrido. 

De unos 24 millones de argelinos llamados a las urnas, 19 millones no votaron. La semana de las elecciones, la prensa daba buena cuenta de la llegada a España de 800 harraga (“quemar”, textualmente, como se denomina a aquellos que carbonizan sus documentos de identidad al llegar irregularmente a Europa) en precarias embarcaciones desde las costas argelinas. Parece que muchos prefieren jugarse la vida a votar, dando buena cuenta la abstención del descrédito del régimen y el mediocre balance de Tebún, quien no aportó mejoras, resultando un jefe de Estado aún más frágil e impopular. 

En el reino de Tebún y su mentor, el general-mayor Chengriha, los precios seguirán subiendo, la improvisación será la norma, al igual que los grandilocuentes anuncios, los precarios subsidios para mantener una maltrecha paz social y en modo alguno cesará la represión. El boicot se presenta como una enmienda a la totalidad del régimen por parte del pueblo. Una victoria del espíritu del Hirak (“movimiento”, literalmente) sobre una “República Democrática y Popular de Argelia” erigida por un ejército refractario al cambio y a la apertura. Un rechazo sin aspavientos de una mascarada electoral que refrenda la profunda ruptura que existe entre el pueblo y la casta militar, política y económica que mantiene subyugado al país de mayor extensión del continente africano tras la partición de Sudán, con ingentes recursos y potencialidades.

Pasma la intensidad con la que sectores bien identificados en nuestro país abordan el devenir del régimen venezolano, mientras obvian debates democráticos mucho más cercanos

Asfixiar el Hirak, sin contrapoderes

El Hirak, que masiva y pacíficamente invadía viernes tras viernes las principales capitales argelinas exigiendo la marcha de Buteflika, primero, y ulteriormente un cambio de régimen sobre los principios de democracia y libertad, empezó a ser objeto de persecución a partir del verano de 2019. Las autoridades se apoyan en un arsenal jurídico, reforzado en 2021, que asimila al “terrorismo” y al “sabotaje”, cualquier llamamiento a “cambiar el sistema de gobernanza por medios no convencionales”. “Una definición tan difusa que da pie a los medios de seguridad a un amplio margen de maniobra para el arresto de los contestatarios”, lamentaba en noviembre de 2023 la informadora especial de Naciones Unidas sobre la situación de los defensores de los derechos del hombre en Argelia, Mary Lawlor. Un arsenal jurídico que, para alimentar el clima de terror, consiente que los imputados permanezcan en detención provisoria antes de un juicio, que puede tardar meses. 

“Ofensas al presidente de la República”, “publicación de falsas informaciones”, “afectación del orden público”, “atenta contra la unidad nacional”, “ofensas a la moral del ejército”, “apología del terrorismo”, “propagación del discurso de odio”, “incitación a tumultos no violentos”, los cargos son múltiples y variados al encuentro de quienes molestan al régimen, que pueden ser condenados a meses o años de prisión. Las redes sociales también están bajo estrecha vigilancia. Un post en Facebook durante la campaña publicado por Yacine Mekireche le valió su interpelación, el 6 de agosto, al igual que le había ocurrido en abril, cuando este rendía homenaje a Masinisa Guermah, joven de 18 años muerto a manos de la Gendarmería en Tizi Uzú durante la primavera bereber de 2001. 

“Zaki” Hanache, activista argelino refugiado en Canadá, enumera a quien suscribe estas líneas incontables interpelaciones, interrogatorios en comisaria y arrestos con fines intimidatorios durante la campaña. Antiguos militantes de la Liga Argelina para la Defensa de los Derechos Humanos (LADDH), disuelta en enero de 2023 por decisión judicial tras 38 años de existencia, en las cárceles argelinas hay más de 225 prisioneros de opinión, si bien el número pudiera ser sustancialmente mayor, ya que las familias tienen miedo de comunicar los arrestos por miedo a mayores represalias. Domesticados rotativos críticos y de gran difusión como El Watan, El Khabar y Liberté, los medios de comunicación, las redes sociales y la calle, cuyo rol fue decisivo en el auge del Hirak, han sido neutralizados. En ausencia de contrapoderes, campa a sus anchas Tebún, la cabeza visible del régimen militar.

A su disposición Ejército, Gobierno, Parlamento y cuerpos constituidos, el sindicato oficial (UGTA), el otrora partido único, Frente de Liberación Nacional, y una pléyade de organizaciones satélite, las patronales, cofradías religiosas y organizaciones de la “familia revolucionaria”. Aun así, se conformó una imponente máquina de campaña a cuyo frente se situó el titular de Interior, Brahim Merad, en una maniobra no irregular a ojos de la instancia electoral. Además, hasta trece candidaturas fueron descalificadas por la comisión de los comicios, desestimando la Corte Constitucional recursos posteriores. Por supuesto, los medios de comunicación públicos se pusieron al servicio de Tebún, que protagonizó un único acto de campaña en Constantina a sabiendas de que competía solo.

La nueva Argelia

Las escenas de millones de argelinos desfilando pacíficamente reclamando democracia resultan extemporáneas en la Argelia de 2024. El Hirak logró trastocar los planes del régimen, evitando una cuarta reelección de Buteflika, nacido en 1937 e incapacitado tras un accidente cerebrovascular, y la adopción de una nueva carta otorgada que, bajo cubierta de liberalismo, ha facultado una restauración autoritaria. La revisión constitucional parapeta al régimen de derivas análogas al Hirak, proclamando que el ejército tiene la misión de “preservar los intereses vitales y estratégicos del país” (artículo 30.4), limitando los derechos y libertades fundamentales al “respeto de las constantes nacionales” (artículo 34.2) y legitima la intromisión castrense en la vida política. 

Se desata entonces una lógica represiva sobre las libertades individuales, de prensa (detención del director de Maghreb Émergent, Ihsane El Kadi, condenado a siete años de prisión, a modo de ejemplo), de asociación (disolución judicial de la LADDH), de consciencia (cierre de hasta 42 iglesias solo en 2023) y persecución y hostigamiento de todo tipo de organizaciones políticas en nombre de la seguridad del Estado (como ocurre con el Movimiento por la Autonomía de la Cabilia de Ferhat Meheni), quedando los partidos políticos marginalizados de facto, a todos los niveles. 

Íntima aliada de Rusia, Irán y Venezuela, esta “nueva Argelia” de Tebún, que se marcaba como objetivo la “ruptura con el antiguo régimen”, apenas ha logrado renovar el personal político de primera línea. Los protagonistas en tiempos pretéritos están muertos, en prisión o huidos en el extranjero, a imagen de Abdeslam Buchuareb, ex ministro de Industria que, condenado en Argelia a 100 años de cárcel por corrupción, reside en Francia. Pero la arquitectura del poder sigue siendo la misma que en tiempos de Buteflika, cuando gobernaba con apoyo del Estado-mayor del ejército y los todopoderosos servicios de inteligencia. “Estado civil y no militar”, proclamaba el Hirak a sabiendas de la realidad de un régimen impermeable al cambio, cuya realidad y devenir no suscita debate alguno entre sus vecinos al norte, tan ocupados en ordenar países mucho más lejanos.

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David Alvarado es Doctor en Ciencia Política, profesor universitario, periodista y consultor.

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