En los últimos años se ha incrementado significativamente el nivel de alejamiento y desconfianza ciudadana en los políticos de nuestro país, y ello debido entre otras cosas a los muy numerosos ejemplos de falsedades e incumplimientos sociales, económicos y electorales por parte de miembros y representantes de unos y otros partidos, y aunque obviamente no se puede generalizar, lo cierto es que son incontables los muy poco edificantes casos que han minado claramente la credibilidad de nuestra clase política.
Aparte de la reciente y clamorosa falta de diálogo y coordinación entre fuerzas políticas e institucionales ante la situación catastrófica de Valencia, vamos a mencionar algunos otros ejemplos negativos, como son los numerosos escándalos de corrupción que han involucrado a políticos de diversos partidos, desde sobornos hasta malversación de recursos públicos. Por otra parte, son igualmente numerosos los incumplimientos de promesas electorales en los distintos tipos y niveles de escrutinios, lo cual genera un permanente sentimiento de frustración y desconfianza por parte de los ciudadanos. Además, hay muchos casos en los que se manipula la información, ya sea a través de una falsa propaganda o de la ocultación de datos relevantes, lo cual infringe claramente el derecho a saber y a la verdad de la ciudadanía. También son comunes los cambios de opinión por parte de muchos representantes políticos, que modifican descaradamente sus posturas sobre un tema en un periodo a veces muy corto. Y son numerosos asimismo, por otra parte, los conflictos de intereses, ya que a menudo se toman decisiones políticas y nombramientos que no benefician al interés general sino a los propios partidos o a intereses personales o de grupos cercanos a los políticos de turno.
Todos los ejemplos anteriores, entre otros muchos, vienen generando una profunda desconfianza ciudadana en los políticos y en las instituciones democráticas, lo cual propicia un cierto hastío social y un aumento del abstencionismo electoral que supone un debilitamiento de la democracia representativa. Además, se viene acrecentando en los últimos tiempos la polarización política y una desafección hacia los partidos tradicionales (que se lo han ganado), lo que viene a favorecer el surgimiento de posturas cada vez más extremistas y radicales que no favorecen la búsqueda de los necesarios espacios comunes de tolerancia y de moderación, cuestiones ambas que brillan por su ausencia en el actual contexto político y social.
Una de las soluciones a los anteriores problemas que a menudo se propone desde la ciudadanía sería una renovación a fondo de la actual clase política, y que vinieran otros políticos más alineados con los principios de meritocracia, de tolerancia y de capacidad de diálogo, aunque esto no deja de ser hoy por hoy una verdadera carta a los reyes magos.
No es nuestra intención concluir aquí este artículo con un corolario de frustración o de fatalismo político, sino que vamos a tratar al menos de hacer algunas propuestas centradas en uno de los tres principios mencionados, el del diálogo, que vendría muy bien que ejercieran nuestros representantes para avanzar hacia una política basada en la voluntad y los deseos de los ciudadanos, que se lo vienen demandando desde hace mucho tiempo y a quienes hasta el momento no han hecho sino ningunear descaradamente, practicando muy al contrario la política del enfrentamiento y el insulto de una forma permanente y bochornosa.
Los partidos políticos deberían adoptar una serie de estrategias que promuevan la comunicación con los adversarios políticos, así como un sistema de análisis y adopción de concesiones recíprocas
No nos cabe duda que el diálogo político constituye un pilar fundamental en la construcción de consensos y la resolución de conflictos, y los partidos políticos deberían adoptar una serie de estrategias que promuevan la comunicación con los adversarios políticos, así como un sistema de análisis y adopción de concesiones recíprocas, lo cual parece que queda muy lejos de las prácticas actuales de nuestros representantes, quienes deberían además fomentar la comunicación abierta, la comprensión mutua y la búsqueda de soluciones creativas que pudieran generar acuerdos duraderos y espacios de consenso con las restantes fuerzas políticas.
Sería necesario, por otra parte, que trataran de asumir como elementos básicos de diálogo tanto una mínima dosis de flexibilidad para adaptarse a nuevas circunstancias y explorar opciones alternativas, así como dotarse de una buena dosis de paciencia, inexistentes ambas en los políticos actuales, que no parecen en absoluto estar abiertos a nuevas ideas y a aprender de experiencias pasadas, tanto las positivas como las negativas.
Aunque la multiplicidad actual de partidos y formaciones políticas hace más difícil sin duda el diálogo y las negociaciones conjuntas, siempre pensamos que una buena base de partida, tanto a un nivel de ejemplarización, como a un nivel práctico por el número de representantes, sería partir de un diálogo efectivo al menos entre las dos formaciones políticas mayoritarias en España (PSOE y PP), lo cual, en caso de llegar a algún tipo de consenso, significaría una alineación de la clase política con la ciudadanía y una sociedad así mayoritariamente representada. Aunque en muy pocas ocasiones, estos dos partidos han sido capaces de llegar a diversos acuerdos legislativos (eliminación en la Constitución del término disminuido, apoyo a los enfermos de ELA, nombramiento de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, etc.).
Precisamente en estos momentos y en esta línea de consenso un buen ejemplo e inmediato de diálogo y acuerdo mayoritario sería la fijación consensuada de un protocolo claro, integral y participativo para prevenir y mitigar las futuras catástrofes naturales en nuestro país, como la reciente dana en el Levante español. Este tipo de acuerdos mayoritarios de partida serían además un acicate para la consideración y adhesión de otras fuerzas minoritarias a los acuerdos sociales o de interés general que se pudieran alcanzar con dicho diálogo.
En todo caso, para lograr avances en este terreno y tipo de diálogo sería necesario que aumentase claramente el nivel de tolerancia de nuestros representantes en cuanto a los postulados políticos, sociales o económicos, actuando de esta forma con integridad, transparencia y en consonancia con la voluntad mayoritaria de los ciudadanos. Soñemos un poco y esperemos que nuestros políticos evolucionen y ello pueda ser posible en algún momento.
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Jesús Lizcano Álvarez es catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid, Académico de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, cofundador y expresidente de Transparencia Internacional España y director de la revista Encuentros Multidisciplinares.
En los últimos años se ha incrementado significativamente el nivel de alejamiento y desconfianza ciudadana en los políticos de nuestro país, y ello debido entre otras cosas a los muy numerosos ejemplos de falsedades e incumplimientos sociales, económicos y electorales por parte de miembros y representantes de unos y otros partidos, y aunque obviamente no se puede generalizar, lo cierto es que son incontables los muy poco edificantes casos que han minado claramente la credibilidad de nuestra clase política.