El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Qué nos dice 'Perfect Days', de Wim Wenders
Perfect Days, de Win Wenders (2023), es una de las películas más políticas que se han realizado en los últimos años. Mucha gente está dando una lectura en clave puramente personal e intimista a esta obra de arte que nos ha regalado Wim Wenders, quien, a sus casi 80 años de edad, hace una exhibición de frescura como probablemente nunca lo haya hecho antes en su extensa filmografía. Sin embargo, creo que la interpretación de este film es mucho más compleja, y es precisamente por ello mismo por lo que te deja sin palabras cuando la ves. ¿Cómo es posible que se haga tan corta una película en la que, escena tras escena, durante más de dos horas, se muestra de manera rutinaria a un tipo de unos 60 años, quizá más, que se dedica con devoción mariana a limpiar urinarios? Es posible, porque apela a nuestros sentimientos más íntimos y los conecta con el sentido de lo político.
Wenders ha dicho, en alguna de las entrevistas que le han hecho en relación con Perfect Days, que la película “es la reflexión más próxima que haya hecho nunca sobre la idea de paz”. La idea de paz, interior, sin duda alguna, pero también la idea de paz exterior, y ya sabemos que todo lo exterior es político. Hirayama, el protagonista de nuestra película, el limpiador de urinarios, no solamente representa a una persona que, a pesar de las muchas batallas, frustraciones, desencantos y vivencias que, intuimos, ha librado en la vida, está en paz, definitivamente, consigo mismo. Además de ello, Hirayama es, bajo mi punto de vista, una metáfora de lo que podría ser, de lo que debería ser mejor dicho, un mundo en paz, un mundo en donde la violencia hubiera quedado extirpada de manera definitiva. Es una proyección de la idea kantiana de la paz perpetua, universal; Hirayama fija, por tanto, un estándar moral en cuyo espejo deberíamos examinarnos para poder reconducir hacia parámetros mucho más razonables el mundo en el que vivimos, y el mundo de la política, también.
¿Por qué no hablamos más de lo que es la felicidad, y del sentido político de la felicidad, como hace Wenders en su película? ¿Y qué es lo que da felicidad? ¿Es la felicidad un concepto puramente individual?
Es cierto: como han dicho muchos otros antes que yo, lo personal y lo político no pueden disociarse tan sencillamente. No se puede construir un mundo en paz sin seres que no estén en paz consigo mismos. Por eso deberíamos de intentar volcar en el terreno de lo político una reflexión mucho más profunda sobre la felicidad de las personas, sobre nuestra felicidad interior. Bután es conocido por ser uno de los primeros países del mundo que ha creado un “Ministerio de la Felicidad”, mientras que en otros países occidentales se está insistiendo, desde hace ya algún tiempo, en emplear métricas diferentes, que tengan mucho más que ver con el bienestar social y personal, para evaluar el progreso, incluso en términos económicos. La reflexión que estamos empezando a hacer en nuestro propio país sobre la salud psicológica de las personas va, creo, en la misma dirección. ¿Por qué no hablamos más de lo que es la felicidad, y del sentido político de la felicidad, como hace Wenders en su película? ¿Y qué es lo que da felicidad? ¿Es la felicidad un concepto puramente individual? Podría parecer que sí: cuando Hirayama lee por la noche a Faulkner, antes de caer rendido y ponerse a soñar, los espectadores podemos a su vez caer en la tentación de que nos está dando una recomendación para intentar ser más felices, y de paso conciliar mejor el sueño; de la misma forma, cuando nuestro protagonista celebra, cada día que abre la puerta de su casa, la maravilla de estar vivo, observar el cielo, oler el aire tibio que le acaricia suavemente en la cara, o escuchar, en soledad, las casetes de músicos imperecederos, parece que nos está ofreciendo, Wenders, una película de autoayuda. Nada más lejos de la realidad. En el fondo, las acciones de Hirayama no empiezan y terminan en sí mismo, sino que son toda una declaración de cómo estar en el mundo, de cómo ser en el mundo, de cómo estar bien para que el resto del mundo esté bien también. Es ejemplarizante, en ese sentido, el comportamiento de nuestro protagonista, con lo que sus acciones tienen una finalidad que es personal pero que también está relacionada con el sentido de lo político.
Wenders ha señalado, en otras entrevistas, que una de las ideas que le han inspirado para hacer la película es la de “servicio” y “bien común”. Es una película, por tanto, que reclama atención sobre lo importantes que son los servidores públicos en nuestras sociedades. Pero en lugar de ponerse en la piel de un profesor, o de un médico, o de un policía, Wenders emplea un ejemplo extremo, y probablemente poco tratado en la historia del cine (no conozco otra película en la que el protagonista principal sea un limpiador de urinarios, y disfrute con el servicio que presta a los ciudadanos a través de su trabajo) para hacernos ver la importancia que tiene lo público en nuestras sociedades, en el mundo en el que vivimos. El sentido de servicio y de bien común es una idea, por tanto, matriz en la película, en la que se rescata el concepto de placer, incluso estético, a la hora de desarrollar el trabajo que como servidores públicos, servidores del bien común, nos haya tocado hacer a cada uno de nosotros en cada momento. A Wenders le arreciarán, sin duda alguna, críticas por hacer poesía de algo que parece tan procaz a primera vista, incluso le amonestarán por panfletario. Pero creo que esas censuras se equivocan, porque la película intenta realizar una reivindicación moderna y actual de lo que hacen muchas personas todos los días en muchos países de manera callada, silenciosa, sin que se note. Wenders homenajea, con esa película, a esa mayoría silenciosa, que se levanta todos los días de madrugada y, de manera rutinaria, hace exactamente lo mismo que hizo ayer y anteayer. La rutina tiene un sentido democrático en la película.
Me gusta Perfect Days. Y me gusta porque abre un abanico de posibilidades interpretativas que van en la dirección de conectar lo interior con lo exterior, lo íntimo con lo social, lo personal con lo político. Y está bien también que alguien, de vez en cuando, nos recuerde que lo que tenemos es mucho, mucho más de lo que pueda parecer a primera vista.
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Antonio Estella es catedrático Jean Monnet "ad personam" de Gobernanza Económica Global y Europea en la Universidad Carlos III de Madrid.
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