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Un 90% de condenas y un 0,001% de denuncias falsas: 20 años de la ley que puso nombre a la violencia machista

La emancipación es el camino

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La expresión más conocida (por cruda) de la violencia machista es sin duda la violencia física que, aún en demasiadas ocasiones, se salda con el asesinato de mujeres. Sin embargo, en días como hoy las feministas solemos percibir que el discurso público sobre el machismo sigue marchamado con la idea de que la violencia contra las mujeres es solo la más evidente, son sucesos desgraciados como tantos otros o incluso que es un contador anual de muertes poco menos que inevitables. En realidad, la violencia contra las mujeres es, probablemente, una de las fallas estructurales más hondas que aún conservan todas las sociedades democráticas.

La violencia de género es una amenaza para todas las mujeres del mundo. Según Luis Bonino, consiste en imponer conductas a las mujeres hasta conseguir que hagan lo que no desean hacer, y alcanza su máxima efectividad cuando consigue que estas duden de sus propias percepciones e incluso que no les resulte peligrosa. Añado que la violencia machista, profundamente política, es disciplinante: agrede para dominar a quien recibe la violencia pero también es instructiva para otras mujeres.

En 2004, cuando se elaboró la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, se optó por centrar el trabajo en las relaciones de pareja, dado que los expertos y expertas de ramas como la medicina forense, la atención primaria o la psicología acusaban este ámbito como el de mayor vulnerabilidad para las mujeres. En la exposición de motivos del texto se alude a la necesidad de sacar esta violencia del ámbito privado; de abandonar la intimidad como pretexto para justificar esta violencia fruto de la desigualdad. Es interesante recordar que, siendo estas reflexiones tan cabales, ha sido la ley más recurrida al Tribunal Constitucional de la historia de la democracia en España; cabe reflexionar sobre por qué los avances en igualdad generan tantas reacciones de confrontación, desagrado u hostilidad por parte de las instituciones que ostentan tradicionalmente poder.

La violencia más visibilizada y evidente es consecuencia de todo un sistema político, el patriarcado, que sigue menoscabando la vida de las mujeres. Además, sabemos que este sistema se afina a medida que, gracias al feminismo, la igualdad avanza

Si bien es cierto que esta ley no recoge la infinidad de violencia que sufrimos las mujeres, sí incentivó un profundo debate social y político que tuvo como resultado años más tarde el Pacto de Estado contra la violencia de género, donde el abordaje de la violencia machista es más amplio y además recomienda tratar todas las formas de violencia machista. Como señaló Celia Amorós, es imprescindible impugnar la realidad que pretende normalizar el machismo. La violencia más visibilizada y evidente es consecuencia de todo un sistema político, el patriarcado, que sigue menoscabando la vida de las mujeres de muchas formas distintas. Además, sabemos que este sistema se sofistica y afina a medida que, gracias al feminismo, la igualdad avanza.

Pues bien, las preguntas incómodas son importantes para seguir avanzando. Es fundamental que entendamos, por ejemplo, que la violencia política que sufren las mujeres a través del hostigamiento o el acoso impide que se les reconozca como sujetos políticos. Igualmente, necesitamos que los hombres impugnen la masculinidad tradicional, que actúen en relación con la sobrerrepresentación de sus figuras en el ámbito público y también que se comprometan política y personalmente con su paternidad o los cuidados como prioridad ética. Es urgente que entendamos que la representatividad de las mujeres en política —lo que se ha mal llamado cuotas— es un medio provisional, no un fin. Es indispensable que el poder se ordene de manera verdaderamente equitativa en todas las esferas de la vida para que las mujeres dejemos de sufrir violencia.

La violencia machista es la consecuencia de un sistema político que aún hoy impide que las mujeres sean plenamente libres. En consecuencia, se aplaca acabando con la desautorización social, económica y cultural que aún hoy padecemos las mujeres. Si el horizonte es la igualdad y la libertad, la emancipación es el camino.

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Andrea Fernández es secretaria de Igualdad del PSOE y diputada por León.

La expresión más conocida (por cruda) de la violencia machista es sin duda la violencia física que, aún en demasiadas ocasiones, se salda con el asesinato de mujeres. Sin embargo, en días como hoy las feministas solemos percibir que el discurso público sobre el machismo sigue marchamado con la idea de que la violencia contra las mujeres es solo la más evidente, son sucesos desgraciados como tantos otros o incluso que es un contador anual de muertes poco menos que inevitables. En realidad, la violencia contra las mujeres es, probablemente, una de las fallas estructurales más hondas que aún conservan todas las sociedades democráticas.

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