Estanqueidad vs reciprocidad

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Santiago Ipiña

Es una obviedad hacer notar que en la naturaleza humana coexisten diferentes características, aspectos o compartimentos, que tienen la propiedad de no ser estancos al interactuar entre sí. Una de tales características es, como ya Aristóteles afirmó (véase aquí), que estamos hablando de un animal político y social. Otra puede ser su estructura anatómico-fisiológica, en evidente relación con la anterior sin más que observar la diferente conducta social de una persona antes y después de un desorden psíquico –no necesariamente patológico– o, al contrario, la incidencia sobre la estructura psíquica de una persona con o sin un entorno social tiránico o absolutista.

Da la impresión de que dicho flujo de interacciones no es sino la traducción al ámbito humano de lo que puede observarse en la Naturaleza –no por casualidad, el ser humano forma parte de ella–. En efecto, el lector atento enseguida aprecia que los seres naturales, vivos o inertes, se desarrollan en el interior de una sutil y compleja red de interrelaciones que hace pensar que, por ejemplo, hasta la más simple bacteria evoluciona en un sentido u otro dependiendo del entorno en el que se desarrolla (quien así lo desee puede consultar en, por ejemplo, Wikipedia el apasionante mundo de estos seres unicelulares).

Entre los compartimentos de la naturaleza humana más evocadores seguramente cabe citar al denominado abstracto. Me refiero al conjunto de actividades que pueden calificarse de artísticas tales como la literatura, o la pintura, o la música; pero también a las actividades probablemente mal llamadas racionales, situadas tal vez en otro lugar (no es difícil oír que diametralmente opuesto) del universo abstracto y que desempeñan un papel importante en la ciencia, la tecnología, la filosofía o la matemática. Es curioso observar en todo caso que ni siquiera en dicho espacio de la abstracción puede apreciarse estanqueidad entre sus componentes. Así, resulta dudoso que un escritor (por ejemplo, Miguel de Cervantes) cuando escribe su obra (por ejemplo, D. Quijote de la Mancha) no emplee aspectos racionales de la naturaleza que le es propia, y también es dudoso que un científico (por ejemplo, Isaac Newton) al descubrir al resto de sus congéneres, por ejemplo, su Ley de Gravitación Universal no utilice otro aspecto de su personanlidad que el correspondiente a su raciocinio.

En este contexto de perpetuas relaciones de dependencia entre los componentes del ser vivo así como entre seres vivos y/o seres inertes, llama la atención la tendencia a compartimentalizar conceptos, como si éstos fueran impermeables o no interactuaran entre sí. Siendo cierto que una primera aproximación al análisis de un fenómeno es la clasificación de los diversos agentes de los que se compone, ello no puede significar que las clases resultantes de la clasificación carezcan de relaciones mutuas, o sean estancas. Entre otras porque, precisamente, el análisis de las relaciones entre clases puede ofrecer la razón por la que existen dichas clases.

Claramente, hasta donde se sabe de momento, no se ha visto a un rinoceronte pintar algo parecido a la Mona Lisa, o a un hormiguero asemejar la compleja estructura del más básico y contemporáneo inmueble de viviendas dotado de servicios mínimos como electricidad o agua. También es cierto que jamás se ha visto a un chimpancé expresar el más mínimo estupor o interés por la siguiente expresión denominada identidad de Euler, en donde e = 2.718281..., i = √−1 y π = 3.141592...,

eiπ + 1 = 0.

Como una consecuencia, parecería como si estas observaciones permitieran clasificar, sin ulteriores matices, a los animales entre aquellos que son racionales, es decir, los humanos, y esos otros de naturaleza irracional — no estoy seguro de si, o no, estoy ironizando al señalar que los anteriores números e y π se llaman irracionales — Sin embargo, dicha partición, compuesta por dos clases estancas sensu strictu, tiene algún efecto nocivo si no se matiza. Así, se acepta que los animales no humanos son de calidad inferior y subestimarlos tiene pocas o ninguna consecuencia. Paralelamente, se suele ignorar el fundamental papel e importancia de dichos animales irracionales en nuestra propia existencia y conservación como especie. Por no citar que una partición así elaborada también desdeña el transporte de unidades de información entre animales — y plantas — por muy simple que su fenotipo nos parezca, al tiempo que ignora el empleo de herramientas para trabajos tan esenciales –permítaseme el sarcasmo– como rascarse una parte del cuerpo de difícil acceso (como ocurre, por ejemplo, entre los frailecillos, Fratercula arctica).

Darwin (1859) explicó en su obra Sobre el Origen de las Especies que dichas especies evolucionan respetando las reglas de la denominada selección natural, que contrariamente a lo que a veces se oye no es la ley del más fuerte –que se lo pregunten a los dinosaurios– sino la del mejor adaptado a las circunstancias cambiantes del medio ambiente. Quizás parezca sorprendente dada su posición en una mal interpretada –en términos de superioridad e inferioridad– jerarquía evolutiva, y sin embargo que estén entre nosotros desde casi el origen de la vida hace que pocos duden en afirmar que las bacterias serán los seres vivos que sobrevivan a un cataclismo planetario.

Así que me parece poco probable que el buen conocedor de las interrelaciones entre especies animales y vegetales niegue el cambio climático. Así como que dicho buen conocedor de la no estanqueidad entre los compartimentos de la naturaleza humana niegue la evidente dependencia entre sexos y consecuente relación paritaria entre ellos. O sea defensor de una estructura social basada en la existencia de clases económicas cuya interacción no pase por la cooperación — vs confrontación — entre ellas. Sin duda puede objetarse que la estructura social de la humanidad se basa en la hostilidad entre dichas clases sociales, al menos como se sabe ha ocurrido desde el Neolítico tardío (N. Faulkner, 2013). Sin embargo, también puede contra-objetarse que los resultados hasta el momento observados en la mayor parte del planeta no son para sentirse orgullosos y, de otra parte, conviene recordar que "la historia de la humanidad apenas supone un pequeño parpadeo en la historia geológica de la Tierra" (véase por ejemplo aquí) de forma que, con independencia de consideraciones éticas sobre la existencia de tales clases sociales confrontadas, no puede darse por verificada la eficacia emprírica de tal sistema. En este sentido, un ejemplo como el finlandés aporta una visión alternativa al modelo social al que estamos habituados en las sociedades occidentales.

La hipótesis según la cual existe escasa interacción entre los compartimentos abstracto y social de la naturaleza humana quizás permite comprender su distinto desarrollo evolutivo. ¿Es preciso enumerar los numerosos ejemplos de obras maestras pertenecientes al espacio abstracto, tanto en su componente artistica como en la racional y que simbolizan el grado de sutilidad, agudeza, ingeniosidad y/o perspicacia alcanzado en este compartimento? Permítaseme solo citar algunos pocos de sus autores: Platón, Euclides, Homero, Da Vinci, Galilei, Copernico, Shakespeare, Cervantes, Miguel Ángel, Voltaire, Newton, Bach, M. Curie, Einstein, Cantor, Tesla, H. Keller, R. Franklin, Riemann, Kant, Frege, Lovelock, Gauss, Darwin, Pascal, Dostoyevsky, van Gogh, Schopenauer, Tolstoy, Goethe.

Es una obviedad hacer notar que en la naturaleza humana coexisten diferentes características, aspectos o compartimentos, que tienen la propiedad de no ser estancos al interactuar entre sí. Una de tales características es, como ya Aristóteles afirmó (véase aquí), que estamos hablando de un animal político y social. Otra puede ser su estructura anatómico-fisiológica, en evidente relación con la anterior sin más que observar la diferente conducta social de una persona antes y después de un desorden psíquico –no necesariamente patológico– o, al contrario, la incidencia sobre la estructura psíquica de una persona con o sin un entorno social tiránico o absolutista.

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