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Plaza Pública

Lo que el “feminismo liberal” esconde

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, comparece en una rueda de prensa en la sede del Gobierno regional este martes.

Pilar Laura Mateo

 

“La mentira gana bazas, pero la verdad gana el juego”. Sócrates

Pasó este 8 de marzo sin grandes manifestaciones porque la pandemia ha obligado a actuar con cautela y a respetar las normas de sanidad. No obstante, que nadie piense que el movimiento feminista ha perdido fuerza, las necesidades y reivindicaciones de las mujeres siguen ahí, su urgencia y fundamento lo han convertido en la corriente de pensamiento más viva de la actualidad y que más se ha extendido por todo el mundo, especialmente desde la aparición del Me too. España no es una excepción. Tanto es así que algunas dirigentes políticas como Inés Arrimadas y, en su momento Isabel Díaz Ayuso, (ahora, la presidenta de la Comunidad de Madrid actúa como antifeminista), se apresuraron a declarar que ellas también son feministas, pero “feministas liberales”.

Sobre este repentino descubrimiento del feminismo liberal por las citadas dirigentes, que dejó al personal algo perplejo, quisiera matizar algunas cosas. La primera es que, efectivamente, el feminismo liberal existe, nació en los años 50 del pasado siglo con el objetivo de promover los derechos de las mujeres en virtud de las leyes democráticas. Pero desde entonces ha llovido mucho, y hoy, el “feminismo liberal” en el que estas lideresas se sitúan es una prolongación del pensamiento neoliberal que nos invade. De hecho, esta teoría defiende la capacidad individual de las mujeres para conseguir la igualdad a través de sus propias acciones y decisiones, lo cual estaría muy bien si, a la vez, no desestimaran la importancia que tienen las estructuras sociales capitalistas y la ideología patriarcal en generar la desigualdad, violencia y desventajas que las féminas padecen en todas las sociedades. Su credo sería algo así como “si una quiere, puede”, y “la que vale, llega, y la que no llega es que no vale” y la base teórica en la que esas opiniones se asientan son los conceptos del mérito y de la libre elección.

A primera vista, el principio del mérito (dar a cada quien lo que merece) parece una manera justa de distribuir ventajas y desventajas en una sociedad. Ahora bien, para que eso funcione es indispensable que haya una igualdad de partida porque si ese proceso meritocrático se realiza sin tener en cuenta la distancia social de partida que existe entre las personas, el principio del mérito solo nos servirá de coartada para consolidar la desigualdad. ¿Y eso por qué? Pues porque la idea meritocrática en abstracto, sin más consideraciones, choca frontalmente con el principio de igualdad de oportunidades. Sin el principio de igualdad de oportunidades, cuyo objetivo es reequilibrar con medidas apropiadas las circunstancias socioeconómicas y personales adversas en las que muchas personas nacen y viven (en el caso de las mujeres es obvio), para que esas circunstancias adversas no sean la causa de un resultado negativo, lo del mérito es papel mojado.

La prueba es que las pocas mujeres que han conseguido llegar a puestos de poder suelen decir que han tenido que trabajar y demostrar su valía el doble que sus compañeros varones y desarrollar una competencia feroz para lograrlo, lo cual no parece casar bien con el mérito como único rasero. Pero, además, dejando aparte la injusticia de que se nos exija el doble para llegar a lo mismo, ¿quién puede permitirse la exhaustiva formación y larga competencia necesarias para llegar a altos puestos sino la que tenga las espaldas cubiertas por su clase social? ¿Qué pasa con las mujeres de las clases más desfavorecidas? ¿Dónde está el principio del mérito para ellas? Si el relato del mérito hace aguas por todas partes en la sociedad general, a las mujeres hace mucho que no nos sirve para nada. Todo lo contrario, para el feminismo, el punto de partida es la situación vital, las demandas y las necesidades de la inmensa mayoría de mujeres, no la situación de un grupo de mujeres ejecutivas que quieren llegar más alto. Por supuesto que no todas las mujeres aspiramos a ser altas ejecutivas, de hecho, tenemos identidades étnicas, raciales, sexuales y de clase, diferentes, pero el feminismo debe representarnos a todas e incluirnos a todas, a las lesbianas, a las transexuales, a las heterosexuales, a las blancas, a las negras, pues todas tenemos derecho a un puesto de trabajo digno y a desarrollar nuestro potencial sin que las circunstancias sociales, sean cuales sean, nos lo impidan. Es, por eso, que el principio del mérito formulado desde una perspectiva neoliberal no es sino la consolidación social de las jerarquías y los privilegios, es decir del statu quo.

La segunda clave del feminismo liberal es el principio de la libre elección. Con él, todo está resuelto pues queda librado al ámbito de la libertad individual o decisión personal. Con este falso razonamiento no solo se vuelve a ignorar cómo nuestras circunstancias particulares, las estructuras ideológicas y materiales de la sociedad y la educación-socialización que hemos recibido, condicionan nuestra subjetividad, ideología y por supuesto, nuestras elecciones, sino que nos introduce en una especie de burbuja acrítica que nos impide percibir la desigualdad de que adolecen las sociedades formalmente igualitarias.

La libre elección es la artimaña estética con la que se justifica e invisibiliza la desigualdad entre las personas y la jerarquización de los roles genéricos. Así, si una madre tiene que ocuparse obligatoriamente de sus tres hijos y de la casa a tiempo completo renunciando a un empleo remunerado que le permitiría obtener, entre otras cosas, una independencia económica y, más tarde, una pensión de jubilación, es porque ella lo elige libremente. O todas esas trabajadoras que realizan trabajos domésticos y de sostenimiento de la vida, explotadas y mal pagadas, lo hacen porque vivir esa situación les encanta. O esa madre “de alquiler”, con todo el esfuerzo fisiológico que requiere un embarazo y luego dar a luz y, después, lidiar con todo lo que acarrea psicológicamente el desprenderse del bebé que se ha gestado en su vientre, lo hace porque lo deseaba. Más aún, si una mujer decide ejercer la prostitución para sobrevivir, la suya también es una libre elección, eso solo es un trabajo más que se paga como los demás, así que esa mujer lo hace porque quiere, le gusta y le da la gana.

Este apelar contantemente a una elección individual y a la libertad personal, negando las condiciones de cada cual y, a veces, culpabilizando a esa persona de no ser una exitosa emprendedora, resulta obsceno y además una gran escuela de desigualdad que hay quien quiere hacer pasar por feminismo. Como si en esta sociedad clasista, sexista, y patriarcal donde el tiempo, el trabajo y el cuerpo femenino es vendido y comprado como una mercancía más, todas las mujeres pudieran elegir realmente en libertad más allá de comprar una falda o un pantalón. La prueba de esto es que son las mujeres racializadas, vulnerables y migrantes de países pobres, las que recurren veinte veces más a estos trabajos en comparación con las mujeres que hemos crecido en países con mayor igualdad sexual.

La crisis que hoy azota a nuestro mundo tendría que ser un poderoso acicate para que todas y todos defendiéramos los valores que garantizan los derechos humanos. Eso significa asumir, entre otras cosas, que la igualdad de las mujeres debería ser un eje transversal en la organización de todas las acciones políticas y una bandera de toda la sociedad. Si no queremos que esta crisis castigue a millones de mujeres en todo el mundo más de lo que lo está haciendo ya, hay que poner las medidas adecuadas y hacer las políticas sociales necesarias para evitarlo. Ojalá esas defensoras del feminismo liberal que presumen de haber trabajado mucho y de no deberle nada a nadie, cayeran en la cuenta que sí hay alguien a quien deben una parte importante de su éxito: se lo deben a miles de mujeres feministas que las precedieron y lucharon denodadamente para que ellas tuvieran derechos. Las feministas no-liberales sabemos que esos planteamientos individualistas y complacientes no nos llevan a ninguna parte porque, como sugiere el poema de Ana Pérez Cañamares que transcribo a continuación, lo más preciado del feminismo es la sororidad.

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Pilar Laura Mateo es escritora y socia de infoLibre. Su última novela publicada es Toda esa luz, Edit. Mira.

Hay una fila de mujeres detrás de mí

y miro la nuca de la mujer que me antecede.

No estamos haciendo la cola del pan.

No vamos a coger un tren hacia alguna parte.

No estamos calladas, aunque no hablemos.

No olvidamos, aunque miremos al frente.

No somos un desfile ni una procesión.

No asentimos, no negamos, no lloramos.

No ahora, cuando tenemos una edad

para ser nuestras madres por fin.

¿A quién le importan las mujeres prostituidas?

¿A quién le importan las mujeres prostituidas?

Ahora estamos celebrando que hay

una mujer delante y otra detrás.

(Ana Pérez Cañamares)

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