Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Los fracasos de Putin
Numerosas localizaciones residenciales e instalaciones eléctricas en toda Ucrania están siendo periódicamente bombardeadas por misiles rusos de dudosa precisión, indiscriminados lanzamisiles múltiples, y nubes de drones iraníes, causando gran sufrimiento y muchas víctimas civiles. Mientras, la ONU declara casi 7.000 muertos civiles en Ucrania, una cifra poco realista, por una guerra que dura ya diez meses. ¿Es todo esto ya solo rutina genocida? ¿No hay nada nuevo al respecto que permita alguna esperanza? A mi modo de ver, hay algunas novedades que no han sido suficientemente consideradas. Se encuentran en las recientes declaraciones de Putin, donde han aparecido afirmaciones y silencios de cierto interés.
Las últimas entrevistas y ruedas de prensa del dictador ruso muestran algunos cambios. Se mantienen los mismos mantras vacíos, como que en Ucrania hubo un golpe de estado organizado por Occidente, o que Ucrania amenazaba la seguridad de Rusia. Sin embargo, hay otros temas que comienzan a desaparecer de su lenguaje, como ocurre con la supuesta desnazificación y desmilitarización a las que habría que someter a Ucrania.
Solo el ministro Lavrov insiste ya en la supuesta desnazificación, claramente de cara al consumo interno, ya que en el exterior tal insistencia es risible. Pobres soldados rusos, a quienes se les había manipulado con la creencia en el nazismo ucraniano, que no salen de su asombro al ver con sus propios ojos que no hay tal, como se demuestra en las numerosas llamadas a sus familias donde se quejan del engaño. En realidad hay más neonazis en el grupo mercenario Wagner de Prigozhin, el matarife amigo de Putin, que en toda Ucrania. Al dictador le sale el tiro por la culata, primer fracaso.
En cuanto a la desmilitarización, solo el portavoz Peskov se atreve ya a mencionarla, lo cual resulta particularmente ridículo ante la situación sobre el terreno, donde Ucrania mantiene un frente de mil kilómetros sin que haya avances rusos significativos, y ha sometido ya a Rusia a varias derrotas sonadas. Tras seis meses de ataques Putin no ha logrado tomar Bajmut. Por el contrario, Ucrania avanza en el norte, en la provincia de Lugansk, y provoca bajas rusas masivas en los territorios ocupados del Donbás. Sin mencionar los exitosos ataques ucranianos en Crimea y en bases estratégicas en el interior profundo de Rusia. Es decir, nunca las fuerzas armadas de Ucrania han sido más fuertes ni han estado mejor entrenadas y dotadas. De nuevo, Putin logra justo lo contrario de lo que pretendía, segundo fracaso.
Además, si de lo que se trataba era de contener la expansión de la OTAN, las cosas no le van mejor. Con la incorporación de Suecia y Finlandia, la más que probable de Ucrania en un futuro a medio plazo (aplaudida por Kissinger, en un vuelco radical de opinión), y quizá la de algunos otros países, como Georgia y Moldavia, puede decirse que Putin está provocando lo peor para sus intenciones originales. Tercer fracaso, este especialmente sonado.
Por si fuera poco, una de las excusas principales de Putin para invadir Ucrania, la defensa de idioma ruso, que por cierto nunca estuvo allí en peligro, se ha vuelto contra él. En primer lugar porque la pequeña parte del Donbás ocupada en 2014 fue masivamente abandonada por todo el que pudo. La mayoría de ellos para instalarse en Kiev, donde se han venido esforzando en hablar ucraniano en lugar de ruso. En segundo lugar porque, tras la invasión de febrero de 2022, y en vista de las prácticas genocidas del ocupante, muchos ucranianos que hablaban sobre todo ruso, pero que no se expresaban con fluidez en ucraniano, han jurado no volver a hablar el idioma de Putin. Un ejemplo notorio es el presidente Zelensky, que ha mejorado mucho su ucraniano en los últimos meses. Nunca se había hablado menos ruso en Ucrania. Una vez más, las cosas le salen a Putin al revés. Cuarto fracaso.
Otro de los objetivos de Putin con la invasión, este nunca abiertamente reconocido, era lograr la división de Occidente. Según sus planes, ni la ayuda militar a Ucrania sería grande, ni continuada en el tiempo, ni se lograría la unidad de los países de la Unión Europea y de la OTAN en esa ayuda. Estamos viviendo todo lo contrario. Incluso ahora se van a enviar tanques de última tecnología a defender Ucrania, procedentes de EEUU y de casi toda Europa, incluyendo el Reino Unido. Quinto fracaso, este de dimensiones ya colosales.
Por cierto que, a raíz del envío de tanques a Ucrania están ya empezando a aparecer las voces “exquisitas” que hablan de “escalada” peligrosa, y llaman a no “arrinconar” a Putin, sino a “negociar” la paz. Parecía ya un tema superado desde la primavera del pasado año, pero no, esas voces no descansan. Curiosamente, tales proclamas vienen a coincidir con las quejas de Putin y su entorno. Parecen no ver que la verdadera escalada es la del propio Putin, que ha movilizado a cientos de miles de soldados, y recurrido a excarcelar a decenas de miles de criminales para que maten aún a más ucranianos. Sin contar con el recurso sistemático de bombardear ciudades, matando civiles y destruyendo bloques de viviendas e infraestructuras sin interés militar. En cuanto a no arrinconar a Putin, es el pueblo ucraniano el que está siendo arrinconado: unos doce millones buscaron refugio en Europa y hay no menos de seis millones de refugiados internos. ¿Qué negociación se defiende entonces ante alguien que no se detiene ante nada? Solo cabe la precedida por una presión militar sostenida cada vez más fuerte, combinando más sanciones con más y más armas. Putin solo entiende el lenguaje de la fuerza.
Finalmente, el dictador ha recurrido a varios chantajes, a cual más inhumano. Primero el chantaje del grano, dificultando las exportaciones ucranianas y provocando hambre en muchos países. Segundo, el chantaje del gas, pensando que al tener a Europa prácticamente en sus manos nadie se atrevería a contradecirle: cederían y callarían ante la nueva invasión, como hicieron con la de Crimea y el Donbás en 2014. Por último el chantaje nuclear, ocupando la enorme central de Zaporiya y practicando ahí sus juegos de guerra para amedrentar a Occidente con ello. Todos esos chantajes han fracasado: la presión internacional le ha obligado a permitir la exportación de decenas de millones de toneladas de grano ucraniano al mundo; el reajuste del gas en Europa le ha dejado sin su arma favorita, al tiempo que hunde cada vez más la economía de Rusia, y los organismos internacionales le han forzado a permitir las inspecciones y los controles en las centrales nucleares. Tres nuevos fracasos.
Pero volvamos a las declaraciones recientes de Putin. Algo relativamente nuevo es su insistencia en la supuesta “pureza” del mundo ruso, esa entidad producto solo de su imaginación, frente al “materialismo” de Occidente. Nos dice ahora el dictador que en Rusia se mantienen los valores espirituales, mientras Occidente se encharca en lo material, como es la acumulación de riqueza y la falta de solidaridad entre los pueblos. No deja de sorprender tal aseveración, que contrasta frontalmente con la realidad. El régimen ruso es claramente una oligarquía mafiosa, presidida por el mayor oligarca de todos, donde unos pocos se han hecho con prácticamente toda la inmensa riqueza del país, a cambio de cerrar los ojos en la esfera política, y eludir toda crítica al poder, que les da su protección. Claro que esa protección no deja de ser selectiva, como lo demuestran las frecuentes muertes misteriosas de ciertos oligarcas en los últimos años, ya más de veinte.
La historia de los últimos decenios en Rusia ha resultado espléndidamente contada en el impactante libro de John Sweeney aparecido el último verano, y que todo interesado en entender a Putin debería sin duda conocer antes de opinar sobre el tema (Killer in the Kremlin, Penguin). Ahí se ve la deriva del poder de Putin hacia una dictadura cada vez más profunda y perversa, y los terroríficos medios a los que el dictador ha venido recurriendo sistemáticamente. Asimismo, los estudios publicados por Marie Mendras (CNRS, Francia) nos muestran cómo Putin ha declarado la guerra también a Rusia, su propio pueblo, desde donde han huido no menos de ocho millones de personas desde 2011, sin contar los cientos de miles que han escapado a causa de la movilización.
Recordemos que en diciembre de aquel año tuvo lugar el gran pucherazo en las elecciones legislativas, que sacó a la calle a 150.000 manifestantes en Moscú, cogiendo por sorpresa a Putin, que desde entonces no ha hecho más que profundizar en la represión en todos los frentes, segando de raíz lo poco que subsistía en materia de democracia y libertades. Y el drama no es solo ese, sino que quienes han escapado representan la mayor riqueza intelectual del país, donde solo queda la población más ignorante y peor preparada, más propensa por tanto a caer en las garras de la televisión pública, donde se habla de un país inexistente en la realidad, y se cuentan las mayores mentiras sobre la guerra de Ucrania. Término este, “guerra”, que por cierto Putin ha utilizado ya por primera vez, frente al oficial de “operación militar especial”. Curiosamente, un concejal de San Petersburgo, la ciudad natal del dictador, ha presentado una denuncia en los juzgados, acusando a Putin de vulnerar su propia ley, según la cual quien hable de guerra debe ir a la cárcel.
Otra manifestación relativamente nueva del régimen de Putin, en la misma línea ideológica de defensa del “mundo ruso”, está siendo su insistencia en la lucha contra los derechos LGTBI, ahora incluso con apoyo visual. Desde Navidad circula en ciertos medios un vídeo, de la misma productora del ya famoso donde se pinta a los europeos volviendo al carro y los caballos. En la nueva entrega se ve a un niño triste, a cuyo lado aparece una foto con sus dos papás, y una estantería de libros sobre el tema LGTBI. El niño escribe una carta a Papá Noel pidiéndole una mamá. Papá Noel atiende su petición y vemos cómo en la foto uno de los papás desaparece y se ve reemplazado por una sonriente mamá. Lo más curioso es que, en un brevísimo momento del final del vídeo, se vislumbra el rostro del benefactor Papá Noel: ¡el mismo Putin!
En vez de reconocer sus múltiples fracasos, amenaza con grandes represalias y más muertes. En lugar de replegarse y admitir su impotencia en el campo de batalla, lanza veladas amenazas de destrucción de Occidente, ante el que además se hace la víctima
Muchos se quejan ahora del Putin que deberían ya haber conocido hace años, un personaje que en buena medida es una construcción occidental. Cría cuervos y te sacarán los ojos. No quieren recordar cómo Bush padre le invitó a su rancho tras la terrible segunda guerra de Chechenia, donde arrasó ciudades y masacró a sus habitantes por decenas de miles. Pero como Bush dijo, había mirado directamente a los ojos de Putin, para descubrir a un hombre de fiar, lleno de buenas intenciones. Ahí podríamos también recordar la contemporización de Sarkozy ante el hábil dictador. Sin olvidar la amistad mostrada por Merkel, la máxima responsable de que Europa cayera en las garras del chantaje ruso con el gas. Merkel era un producto de la Alemania comunista, donde se educó, de modo que hablaba a menudo con Putin en ruso. Merkel fue la arquitecta de los acuerdos de Minsk, dando a Putin la potestad de su incumplimiento, que después este achacó hipócritamente a Ucrania. Y ahora declara Merkel que ya sabía que tales acuerdos eran papel mojado, pero que al menos daban tiempo a Ucrania a prepararse para una nueva invasión: ¡podía haberlo dicho antes!
Incluso el presidente Biden cayó no hace mucho en el error de declarar que Putin es un actor racional. Como si fuéramos nosotros quienes no le “comprendemos” bien. Por el contrario, lo que estamos viendo es que el comportamiento de Putin es plenamente irracional. La racionalidad es la capacidad de adecuar medios a fines: es racional un ser que recurre a los medios adecuados para lograr un fin determinado, al tiempo que corrige los posibles errores, volviendo a reajustar medios y fines. Putin está haciendo todo lo contrario.
Se ha equivocado en todos sus pronósticos sobre la guerra de Ucrania, fallando en todos sus objetivos, pero se niega a reconocerlo. En algún momento tendrá que hacerlo. En lugar de corregir sus criminales métodos, profundiza en ellos. En vez de reconocer sus múltiples fracasos, amenaza con grandes represalias y más muertes. En lugar de replegarse y admitir su impotencia en el campo de batalla, lanza veladas amenazas de destrucción de Occidente, ante el que además se hace la víctima. Admirable “racionalidad” que solo defiende la supervivencia política del dictador, el gran falsario de nuestros tiempos.
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Francisco Rodríguez Consuegra es catedrático retirado de Lógica y Filosofía de la Ciencia.
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