Hablemos también de Occidente
Creo que es importante dejar claro que no es mi intención quejarme de que los medios de comunicación estén hablando demasiado de la guerra de Ucrania. Ese no es mi objetivo, aunque soy consciente de que cualquier comentario que se desvíe una pizca corre el peligro de ser rápidamente tildado de quintacolumnismo. Una palabra que siempre encuentro muy peligrosa por ser sinónima de McCarthismo y que cuando prolifera demuestra una vez más que hay ciertos derechos e ideales liberales que nunca hay que dar por hechos. No hay más que ver la naturalidad con la que se ha justificado el cierre de medios de comunicación en Europa, por mucho que haya que tener cuidado con la propaganda burda de medios estatales en países autoritarios.
La guerra de Vladímir Putin es lo suficientemente grave como para dedicarle todas las portadas y titulares que estamos viendo a diario. Sin embargo, resulta obligatorio preguntarnos por qué somos incapaces de hablar de otras guerras o crisis humanitarias que están pasando desapercibidas para nuestros medios de comunicación. La pregunta es todavía más dura si reconocemos que nuestros Gobiernos participan directamente en estos crímenes.
Creo que esta pregunta tiene todavía más importancia cuando muchos analistas piensan (creo que erróneamente) que no queda más remedio que volver a un mundo dividido básicamente en dos mitades. El de las democracias y el de las dictaduras. Los buenos contra los malos.
Aunque es un mal chiste pensar que aquí seamos los buenos, tampoco creo que este discurso parta de algo falso. Es indudable que China y Rusia son dos auténticas tiranías, pero este discurso es muy peligroso porque nos hace caer pronto en la pesadilla de la guerra fría. Todavía más peligroso si reconocemos que todas las crisis de ahora requieren de respuestas globales.
Incluso dando por válido que esto trata de una nueva lucha entre democracias frente a tiranías, es absurdo que la Unión Europea se muestre tan decidida a abrazar a los Estados Unidos debido a que no deja de ser una posibilidad que en unos años este país deje de ser una democracia por los planes golpistas de un Partido Republicano sin ningún tipo de aprecio por la democracia. A esta conclusión se llega no solamente leyendo medios independientes, sino también medios elitistas y corporativos como el Financial Times, el Washington Post o el New York Times, por poner tres ejemplos rápidos.
Aunque tengamos dudas de la resistencia de la democracia estadounidense, no debemos dejar de preguntarnos por qué somos incapaces de dedicar el tiempo que merece para hablar de los crímenes de los Gobiernos occidentales. Esta pregunta es todavía más urgente, ya que tenemos una mayor capacidad para influir en las decisiones de nuestros gobernantes y evitar que crímenes espantosos tengan lugar.
Una forma de prevenir un crimen espantoso es dedicar atención a lo que está sucediendo en Afganistán. Sobre este punto debemos recordar que Naciones Unidas acaba de pedir más de 5.000 millones de dólares (nunca antes se había pedido tanto para un país) para el año 2022, lo cual es un buen indicador del nivel de catástrofe. Para entender lo que está pasando no sólo debemos entender el último fracaso de los países occidentales después de la invasión del 2001, sino además repasar la gestión desastrosa de los últimos tiempos de Trump y los primeros meses de Joe Biden.
Como sabemos, la llegada de los talibanes fue una auténtica tragedia para las mujeres y para el propio pueblo de Afganistán. Sin embargo, lo peor para el país llegaría después por el empeño de los Estados Unidos en imponer sanciones muy duras al país.
En vez de intentar aliviar y hacer lo posible para mejorar la traumática situación humanitaria, la administración Biden decidió congelar 7 mil millones de dólares de reservas afganas. Las presiones condujeron a que Biden cediera recientemente, aunque clavando otra puñalada a Afganistán. Es cierto que descongeló la mitad de esos fondos, pero la otra mitad Biden simplemente ha decidido robarla para dársela a las víctimas del 11 de septiembre. Una decisión repugnante que las propias víctimas han rechazado.
En Europa podríamos seguir con lo que Estados Unidos hace mal, pero el problema es que desde aquí hacemos cosas igualmente horribles o peores
No hacía falta leer el New York Times para saber que esta decisión indignaría a la población de Afganistán, sumida en la miseria y a la espera de una catástrofe económica todavía mayor. Tampoco para intuir que las sanciones estadounidenses apenas castigan a los talibanes, pero “tienen un efecto devastador en millones de personas comunes y corrientes”. Es muy difícil de justificar este robo de EEUU mientras que el hambre está llevando a las situaciones más desesperadas que uno podría imaginar. En este sentido, conviene recordar las informaciones espeluznantes desveladas por el medio Al Jazeera acerca de afganos que estaban vendiendo sus riñones para que sus familias pudieran sobrevivir. Seguramente no podamos forzar a que Estados Unidos deje de cometer estos crímenes, pero es cierto que la Unión Europea podría aumentar el envío de ayuda humanitaria y presionar a Biden para que deje de asfixiar a Afganistán.
Si se habla poco de estos crímenes y de este intento de genocidio, menos se habla de lo que está ocurriendo en Yemen cuando se cumple el séptimo año del inicio de la guerra. En Europa podríamos seguir con lo que Estados Unidos hace mal, pero el problema es que desde aquí hacemos cosas igualmente horribles o peores.
Hay datos que son imposibles de asimilar. Según el último informe para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 377 mil personas han muerto en la guerra de Yemen. Han pasado siete años y continúan las mismas tácticas medievales de Arabia Saudí y Emiratos Árabes: se sigue utilizando el hambre como método de guerra y se continúa bombardeando indiscriminadamente a la población civil. Sin embargo, los medios siguen sin hablar de ello por mucho que los datos sean escandalosos. Solo en el mes de enero la coalición saudí-emiratí realizó más de 1.400 ataques aéreos.
En España tampoco nos quedamos atrás. Seguimos vendiendo inmensas cantidades de armamento, buques de guerra, además de tener pocos escrúpulos en firmar acuerdos en política antiterrorista con los mismos países que utilizan el antiterrorismo para practicar el terrorismo. Tanto el viaje de la ex ministra Arancha González Laya en 2021 como el de Pedro Sánchez en 2022 a Emiratos Árabes apenas se comentó a pesar de que Juan Carlos sigue exiliado y tiene trato con traficantes. Tampoco que la Supercopa de España se celebrara en Arabia Saudí, el mismo país que ha aprovechado las atrocidades de Putin para ejecutar a 81 personas. El cinismo de Occidente no puede ser mayor. Tal como resumió el medio estadounidense Democracy Now!, “Arabia Saudita ejecuta a 81 personas mientras Occidente le pide que aumente la producción de petróleo”.
No contentos con esto, pretendemos justificar una nueva carrera armamentística hacia el desastre para luchar con esas “fuerzas del mal” a las que se refería Borrell hace unas semanas. Es bastante curiosa la inercia autodestructiva en la que estamos sumidos y la nula capacidad de tomar decisiones mínimamente inteligentes. Sobre todo cuando la comunidad científica ha dejado muy claro lo que va a ocurrir. Por ejemplo, si nos negamos a tomarnos en serio la crisis climática, aparte de que a finales de siglo resulte difícil pensar que el experimento humano continúe, a corto plazo tendrá el efecto de que aumentará todavía más el número de personas refugiadas y hará cada vez más difícil encontrar respuestas globales, especialmente porque la Unión Europea decidió hace años que prefería dejar morir a miles de migrantes ahogados en el mar en lo que es una de las historias más aterradoras e indignantes del siglo XXI.
La única buena noticia de todo esto es que las soluciones siguen estando ahí y son perfectamente viables. Solo hace falta voluntad política, pero para ello es urgente que hablemos de nuestras atrocidades y de nuestros crímenes, además de lo que podemos hacer para evitarlos. También del Apartheid y del pueblo palestino, de la vergonzosa política migratoria y del racismo, de las trágicas consecuencias que siguen experimentando muchos países por el imperialismo europeo y de todos los horrores de los que no he hablado, pero que siguen estando ahí. En definitiva, asumir que esto es una condición necesaria para que las cosas cambien.
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Isa Ferrero es autor de 'El Futuro del Liberalismo. Hacia un nuevo consenso socialdemócrata'.