La historia no las puede olvidar

Òscar Banegas

Carmen Barrero, Martina Barroso, Blanca Brisac, Pilar Bueno, Julia Conesa, Adelina García, Elena Gil, Virtudes González, Ana López, Joaquina López, Dionisia Manzanero, Victoria Muñoz y Luisa Rodríguez. Recordamos a las Trece Rosas, vilmente asesinadas tal día como hoy hace ochenta y cinco años por los franquistas. Tenían entre 18 y 29 años. ¿Su delito? Algunas pocas pertenecían a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU); otras, ni eso. Simplemente eran unas vitales activistas de izquierdas que, una vez acabada la guerra, resultaban incómodas para el régimen, y por eso la madrugada del 5 de agosto de 1939 fueron fusiladas en la tapia del cementerio de La Almudena, a 500 m de la prisión de Las Ventas, acusadas falsamente por un tribunal militar de haber participado en el atentado contra un comandante de la Guardia Civil y de adhesión a la rebelión.

Quien quiera saber más sobre la captura, el encarcelamiento y la ejecución de estas inocentes chavalas, le recomiendo la lectura del libro del periodista Carlos López Fonseca, Trece rosas rojas (2004), en el cual se basa la película Las 13 rosas (2007), dirigida por el cineasta Emilio Martínez Lázaro, que obtuvo cuatro premios Goya y fue la preseleccionada por la Academia del Cine Español como posible candidata a los premios Oscar de aquel año, a pesar de que finalmente nos representó El orfanato de Juan Antonio Bayona. Tanto el ensayo como el largometraje son de lo más interesante y tienen un extraordinario valor historiográfico.

No solo tenemos que recordar y no olvidar a las Trece Rosas sino a todas las mujeres asesinadas por el odio fascista, como por ejemplo, Aurora Picornell, alias la Pasionaria mallorquina, y las hermanas Pascual, de Capdepera, que fueron acribilladas el 5 de enero de 1937 por la sinrazón ultraderechista. Hablamos de las muchachas comunistas cuya foto rompió el presidente del Parlamento de las Islas Baleares el pasado mes de junio en una manifestación de agresividad, furia y hostilidad impropia de un representante público que tiene que guardar la compostura y respetar a las instituciones, y por eso los familiares de estas tres jóvenes ratificaron el pasado 18 de julio la denuncia contra este impresentable por delito de odio.

¿Qué habrían dicho Feijóo o Abascal si la foto hubiera sido de víctimas de ETA y la hubiera despedazado un parlamentario de Sumar, ERC o EH Bildu? Las Rojas del Molinar eran un grupo de cinco mujeres (Aurora Picornell, Belarmina González, Catalina Flaquer y sus hijas Antònia y Maria Pascual, sastra, cosedora, espartera, bordadora y modista, respectivamente) que vivían en este barrio de Palma y que fueron fusiladas por un pelotón falangista en el cementerio de Son Coletes de Manacor. Las cinco pagaron con la muerte su defensa acérrima por la libertad y su lucha antifascista.

Es la historia de millones de personas, hombres y mujeres, que los regímenes dictatoriales dejaron sin voz porque no les interesaban las cosas que decían y hacían. Perpetuemos la memoria. Que su nombre no se borre nunca

La literatura, entre otras muchas finalidades, también nos ayuda a mantener viva la historia pasada y no omitirla. Este verano he leído dos libros publicados a comienzo de este año que giran alrededor de la temática que nos ocupa y que me han gustado mucho, y por eso querría también recomendarlos. Por un lado, Donde se queman los hombres, de Carmen Clara Balmaseda, una novela negra que entrelaza la España franquista con la recién estrenada democracia a través de la investigación de un crimen sin resolver ocurrido diez años antes. La homofobia, los celos y los secretos familiares la convierten en una lectura absorbente desde la primera página. Por otro lado, El barracón de las mujeres, de Fermina Cañaveras, es una obra que narra la dura realidad de las mujeres españolas obligadas a prostituirse en el campo de concentración de Ravensbrück, cerca de Berlín, durante la Alemania nazi de la Segunda Guerra Mundial. Dos textos de denuncia social que nos aportan una profunda reflexión sobre la justicia, la culpa y la necesidad de redención.

El pasado 11 de julio, el entonces bipartito aprobó la nueva Ley de concordia en la Comunidad Valenciana, y lo hizo pocas horas antes de que Vox abandonara el Gobierno autonómico por no querer acoger en la península a unas decenas de los migrantes que hay amontonados y apretujados en los centros de menores de las Islas Canarias. Al finalizar la votación, los diputados del PSOE levantaron carteles con el lema «Verdad, justicia y reparación», mientras que los de Compromís mostraron libros relacionados con la memoria democrática.

Seiscientos kilómetros hacia el oeste, en Mérida, la presidenta de la Junta de Extremadura, María Guardiola, ha paralizado allí el trámite de aprobación de la Ley de concordia después de la salida de Vox del Parlamento extremeño. Dice Carlos Mazón que su compañera de partido tiene autonomía para hacer lo que quiera. ¡Acabáramos! ¿Por qué no hace él también marcha atrás y deroga esta vergonzosa normativa que se retrotrae a 1931? Es falso, como dice el Molt Honorable, que incluya el derecho de todos los afectados por violencia política, porque la norma suprimida del 2017 ya protegía a todas las víctimas.

Estos fanáticos nostálgicos del Generalísimo, aquel dictador que entraba a las iglesias bajo palio y que creó un régimen a su medida por la gracia del Altísimo, quieren que olvidemos todo lo que pasó entre 1936 y 1975, pero esto es y será imposible. Desde Vox aseguran que las leyes de memoria democrática establecen quién fueron los buenos y los malos durante la contienda bélica. No, tampoco es verdad, pero los hechos históricos son los que son: los primeros fueron los mártires del conflicto como las Trece Rosas, la sastra palmesana o la espartera y la modista gabellinas del retrato roto por Gabriel Le Senne que, sorprendentemente, ni dimitió ni cesó en el cargo, y los segundos fueron los crueles asesinos, algunos de los cuales son antepasados de los actuales dirigentes de los partidos azul y verde.

Porque se ha producido un borrado absoluto de la trayectoria de las mujeres durante la Guerra Civil y el nazismo que hay que conocer es por lo que redacto estas líneas como personal recuerdo y humilde homenaje a todas ellas. Un buen ejemplo de ello es la eliminación de la placa con los versos de Miguel Hernández en el memorial de las Trece Rosas del cementerio de La Almudena que en una ostentación de radicalismo eliminó el Ayuntamiento de Madrid, presidido por el mequetrefe Almeida, en febrero del 2020.

Las personas que consiguieron sobrevivir a aquellos trágicos años son las verdaderas depositarias de la historia, porque solo ellas conocieron el horror, un terror que no podemos pasar por alto. El mundo entero tiene que saber qué hacían con las mujeres en las prisiones femeninas, las injusticias de los juicios sumarísimos sin defensa, las aberraciones cometidas en los campos de concentración alemanes como esclavas sexuales y tantísimas otras atrocidades. Ellas lucharon firmemente por la libertad. No es el caso particular de trece chicas obreras de Madrid o de cinco comunistas de Palma, sino de millones de personas, hombres y mujeres, que los regímenes dictatoriales dejaron sin voz porque no les interesaban las cosas que decían y hacían. Perpetuemos la memoria. Que su nombre no se borre nunca. La historia no las puede olvidar.

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