Los mejores libros de (mi) 2018

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José María Goicoechea

Lo que me gusta de las listas de los mejores libros del año, que nos asaltan en estos días, es la sensación de frustración, porque es una frustración que tiene una relativamente sencilla solución. Me frustra no haber leído todo lo que ahí se muestra y me frustra no haber leído lo suficiente para saber si esas clasificaciones merecen la pena, son justas o están simplemente dictadas por intereses empresariales y comerciales. Pero como he dicho, esa frustración tiene remedio porque los libros de 2018 se pueden, y se deben, seguir leyendo en 2019, en 2020, en 2035…

Por ahora, se me ocurren tres grupos en los que dividir los libros que conforman mi lista de los mejores del año; subjetiva, incompleta, arbitraria, ya que me baso únicamente en lo (poco) que he leído de todo lo publicado en este tiempo. Por un lado, está la literatura hecha en España durante este año y, por otro, la que ha venido desde América Latina; y luego, los libros traducidos, que solo son de 2018 para nosotros.

Moscas,Moscas de Agustín Pery (Pepitas de Calabaza), y Salvaje Oeste, de Juan Tallón (Espasa), son dos novelas que plantan ante nuestros ojos las inmundicias políticas, empresariales y sociales de la España contemporánea. Pery embarra, siguiendo las directrices del género negro, a sus personajes en la corrupción mallorquina, la corrupción en una sociedad cerrada en la que no hay nadie ni nada limpio. En unas pocas páginas propina al lector un bofetón de los que deja los cinco dedos marcados en la cara, mientras que Tallón se toma su tiempo en un relato más largo, que abarca más tiempo y que nos muestra una imagen pasada por su particular espejo de un país en el que se están tejiendo los mimbres del gran cesto de las prácticas corruptas generalizadas; parecen los años del gobierno de Aznar, pueden ser, con leves cambios, los años de otros gobiernos.

En varios medios y suplementos culturales ha aparecido Ordesa, de Manuel Vilas (Alfaguara), como libro destacado y estoy muy de acuerdo. Ordesa es una descarnada muestra de literatura memorialística, un strip-tease vital impactante, un ajuste de cuentas a diestro y siniestro y un texto cautivador. De la misma generación que Vilas es Agustín Fernández Mallo, un escritor interesante en todo lo que hace y que este año ha publicado ensayo y novela, pero solo he leído la novela, Trilogía de la guerra (Seix Barral), y estoy convencido de que está entre el ramillete de cosas buenas de estos doce meses: porque es original aunque contiene los elementos que hacen que la literatura de Fernández Mallo tenga una poderosa voz personal, porque nos traslada a un lugar (a tres lugares, pues en tres partes se divide el libro) no habitual en las historias que nos rodean.

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De México, como una ráfaga de ametralladora llegan los relatos de Julián Herbert que conforman Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino (Literatura Mondadori): divertidos, apabullantes, muy mexicanos. Y entre la Cuba actual y la España medieval, transcurre La transparencia del tiempo (Tusquets), del habanero Leonardo Padura y su investigador, y protagonista ya de varias novelas, el ex policía Mario Conde. Las sucesivas entregas de las peripecias de este Conde van radiografiando la vida, la evolución (a menudo involución), la transformación de Cuba y lo cuenta, como en este caso, un poco antes de que lo leamos en los periódicos o lo veamos en los informativos de la televisión. Así va narrando Padura la historia de su país en forma de novela.

Coinciden en hablar de exilio y de familia, y coinciden en haber sido publicadas hace años pero traducidas por primera vez al español ahora, Ellos y Extraña para mí. Francine du Plessix nació en Europa y emigró a Nueva York con su madre y su padrastro, quienes ya habían abandonado la Rusia soviética para instalarse en París. Como en el caso de Ordesa, en Ellos (Errata Naturae & Periférica) hay un ajuste de cuentas monumental mezclado con una buena dosis de admiración por las fuertes personalidades de esos padres quienes encarnan una época fundamental de la historia de Europa, con sus tragedias, sus frivolidades, su civilización, sus contradicciones. La madre de Francine, Tatiana Yákovleva tuvo un romance con Maiakovski, tuvo una hija con un diplomático francés de rancios antecedentes familiares y triunfó creando sombreros en el Nueva York de los años cincuenta. El padrastro, Alexander Liberman, ruso-judío de buena cuna, dirigió Condé Nast en una época dorada. La otra cara de ese periplo la muestra Extraña para mí (Báltica), de Eva Hoffman: siendo adolescente, abandona con su familia, y a regañadientes, su Cracovia natal para iniciar una nueva vida en Canadá, estudiar luego en Estados Unidos y ganarse allí después la vida escribiendo. Entre memoria y ensayo, Extraña para mí (Lost in Translation, en su edición original de 1989) cuenta la adaptación a un “nuevo mundo”, en todos los sentidos de la expresión, a través del enfrentamiento a una lengua nueva, que hace que cambien y se transformen sensaciones, sentimientos, ideas, actitudes y reacciones.

Y para terminar, un poco de poesía, con el más reciente libro de Andrés Trapiello, Y (Pre-Textos), y también su libro sobre El Rastro (Destino), una crónica, unas memorias, un ensayo sobre el célebre mercado madrileño. Habrá que leer más libros aparecidos en 2018, pero lo haremos más adelante y ya no entrarán sino en nuestras listas personales de lo mejor, sin fechas ni caducidades.

Lo que me gusta de las listas de los mejores libros del año, que nos asaltan en estos días, es la sensación de frustración, porque es una frustración que tiene una relativamente sencilla solución. Me frustra no haber leído todo lo que ahí se muestra y me frustra no haber leído lo suficiente para saber si esas clasificaciones merecen la pena, son justas o están simplemente dictadas por intereses empresariales y comerciales. Pero como he dicho, esa frustración tiene remedio porque los libros de 2018 se pueden, y se deben, seguir leyendo en 2019, en 2020, en 2035…

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