Morad y el barrio

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Mohammed Azahaf

Tras la polémica sentencia de una jueza en la que decretaba que el conocido rapero Morad era condenado a un destierro obligado bajo amenaza de ser detenido y llevado a la cárcel si pisaba de nuevo el barrio del que siempre ha formado parte, se ha activado una bomba social. Con independencia de lo que dictaminen los tribunales, los grandes perdedores de esta historia son todos los niños y niñas de esa zona que saben, a partir de ahora, que no importan, que una jueza les puede quitar algo suyo y que pueden ser desterrados del único sitio en el que se sienten seguros y al que pertenecen. Paradójicamente, el gueto en el que previamente ya les habían encerrado.

En el barrio todo el mundo sabe quién es quién. Es ese sitio al que cuando vuelves después de haber estado todo el día fuera, sientes que ya estás en casa. El barrio es ese lugar en el que, aunque tal y como lo describía en una entrevista una chica que conoce a Morad, diciendo que el “barrio siempre ha sido una mierda”, uno lo quiere y lo protege porque forma parte de su identidad, porque la mayoría de las cosas que uno aprende de niño es gracias a las vivencias de esas calles donde jugaba, se escondía y uno se descubre a sí mismo. 

Ahora, con lo que se ha hecho a Morad expulsándolo de su barrio, se da un aviso a esos niños y jóvenes (incluido Morad), que viven de cerca el exilio continuamente en sus mentes. Su condición de hijos de inmigrantes por la cual sufren su falta de pertenencia a ningún sitio ya que en España se les sigue viendo como inmigrantes y en sus países de origen como “hijos del extranjero”, provoca que busquen a sus iguales para poder forjar una identidad marcada por el hecho de que sus padres un día decidieron emigrar y llevarlos o hacerles nacer, sin que ellos lo pidieran, en un país nuevo. 

Condenar al exilio a un joven que, guste o no, es referente de miles de jóvenes de nuestro país, delata la visión que se tiene de ese joven como algo ajeno a nuestra sociedad, confirmando así lo que muchos de esos niños y niñas sienten y viven cada día

Mauricio Pilatowsky analizó el exilio material que sufrió Hannah Arendt y lo difícil que fue para ella separarlo de sus ejes de pensamiento; en su caso específico, algo que plasmó basado en sus vivencias. Esta pensadora elaboró, a través de su desgarradora experiencia y su travesía por los distintos lugares y momentos que recorrió en su situación de exiliada, y con el contexto que marcó su condición judía como paria, dos temas centrales en su vida: la libertad para la condición humana y las distintas formas en las que los judíos podían regresar al mundo después de haber sido segregados.

Parece mentira que, tras la experiencia vivida en otros momentos de la historia, no estemos siendo conscientes del riesgo que acarrea en pleno Siglo XXI decretar medidas como el exilio para paliar e intentar solucionar problemas sociales.

Condenar al exilio a un joven que, en estos momentos, guste o no, es referente de miles de jóvenes de nuestro país, delata la visión que se tiene de ese joven como algo ajeno a nuestra sociedad, confirmando así lo que muchos de esos niños y niñas sienten y viven cada día. 

España siempre ha sido una tierra de acogida, amable e integradora, pero en los últimos años la falta de políticas sociales claras para atender la diversidad provocada por los flujos migratorios está provocando un efecto negativo y que perpetúa la segregación y la estratificación social.

El barrio es lo único y lo último que les queda a miles de jóvenes como refugio. Si a partir de ahora se ataca también ese espacio, que lleva años siendo desatendido con el desmantelamiento constante de espacios de encuentro como pistas deportivas, centros culturales y de ocio, el riesgo de conflicto social aumentará y las consecuencias serán difíciles de medir.

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Mohammed Azahaf es mediador intercutural.

Tras la polémica sentencia de una jueza en la que decretaba que el conocido rapero Morad era condenado a un destierro obligado bajo amenaza de ser detenido y llevado a la cárcel si pisaba de nuevo el barrio del que siempre ha formado parte, se ha activado una bomba social. Con independencia de lo que dictaminen los tribunales, los grandes perdedores de esta historia son todos los niños y niñas de esa zona que saben, a partir de ahora, que no importan, que una jueza les puede quitar algo suyo y que pueden ser desterrados del único sitio en el que se sienten seguros y al que pertenecen. Paradójicamente, el gueto en el que previamente ya les habían encerrado.

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