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Se cuenta que algunos años después de la muerte de Antonio Machado en Collioure, el músico Pau Casals visitó el cementerio de la localidad francesa en donde fue enterrado el poeta. Antes, Casals se había ofrecido al Comité de Amigos de Antonio Machado para correr con los gastos de la tumba en donde yacen ahora los restos mortales del autor de Campos de Castilla, pues en principio fue inhumado en el panteón de la propietaria del hotel en el que falleció. La propuesta de Casals fue desestimada por preferir el citado comité que ese sepulcro se hiciera por suscripción popular. Después de esa segunda inhumación en el verano de 1958 y de que José Machado se opusiera a la intención del ministro franquista Fernando María Castiella de trasladar a España los restos de don Antonio, Pau Casals fue a Collioure y en la soledad del cementerio tocó su conmovedor Cant dels ocells.
Que yo sepa, nunca nadie ha tratado de recrear en imágenes y sonido la emoción de aquel encuentro personal del músico catalán con la tumba del poeta sevillano, en donde nunca faltan ni faltarán las flores ni los versos, y cuyo testimonio al otro lado de la frontera pirenaica será siempre el espejo en donde debe reflejarse la cultura desterrada por la barbarie, una barbarie que muy poco después de la muerte de don Antonio se iba a desatar sobre Europa.
La cita de aquel solitario recital viene a colación porque, entre los muchos exiliados que cruzaron los Pirineos en aquella trágica y desesperada diáspora, estaba un músico del que desconocemos el nombre pero sí sabemos lo que expresa su rostro, por más que trate de amagar un gesto residual de fortaleza en medio de aquella debacle de esperanza. La imagen nos ha llegado a través de la cámara de Robert Capa, como tantas otras de inolvidable y elocuente valor intrahistórico.
No hay canas en el cabello oscuro de ese anónimo chelista de la Orquesta Filarmónica de Barcelona, según se nos dice como único dato de su identidad, pero en su fisonomía afligida asoman los quebrantos del destierro: una boca que parece algo desdentada, marcadas ojeras y una expresión condolida en la mirada que quizá esconda la muerte o separación de algún ser querido, o puede que su propia salud maltrecha. Su equipaje habrá sido tan escueto como el del poeta, al que la muerte halló "casi desnudo como los hijos de la mar", pero entre sus manos permanece la herramienta clave de su vida y trabajo —puede que también de su sobrevivencia—, ese violoncelo que se asoma a la imagen con el que quizá haya acompañado el llanto, la penuria y también el aliento de seguir peleando por la vida de tantos compañeros del campo de concentración de Bram.
En ese mismo campo de la pequeña localidad francesa, por el que pasaron más de 16.ooo republicanos españoles, estuvo el fotógrafo valenciano Agustí Centelles, que logró salir con un permiso para recoger uva en Carcasone. Llevó consigo una maleta en la que iban depositadas las imágenes que mostraban las condiciones de hacinamiento, falta de salubridad y carencia de agua del campo, sobre todo durante las primeras semanas de un crudo invierno. Una exposición de fotografías de Centelles nos mostró hace años aquella penosa desventura.
Desconocemos hasta ahora el nombre del músico de Bram, así como lo que fue de su vida y del destino final que tuvo su violoncelo de exiliado, pero si la música de Casals ante el sepulcro de Antonio Machado abrazaba la memoria del poeta en la soledad del cementerio de Collioure con la intensidad evocadora que imaginamos, pensar en el músico de Bram haciendo lo propio en aquel campo de refugiados nos mueve a creer —por encima de cuantas muertes, enfermedades, dolor y hambre se dieron allí— que algo pudo hacer esa música en pro de la vida para que de aquel y otros campos del hambre y la miseria salieran algunos hombres capaces de luchar otra vez contra el fascismo y liberar París años después.
Les faltó liberar España, pero lo intentaron. Lo que ocurrió es que los dejaron solos, precisamente aquellos que en lugar de gratitud les dieron la espalda. A estos españoles del éxodo y del llanto no se les puede comparar con otros porque fueron únicos, en su desgracia y en su honor.
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Félix Población es periodista y escritor.
Se cuenta que algunos años después de la muerte de Antonio Machado en Collioure, el músico Pau Casals visitó el cementerio de la localidad francesa en donde fue enterrado el poeta. Antes, Casals se había ofrecido al Comité de Amigos de Antonio Machado para correr con los gastos de la tumba en donde yacen ahora los restos mortales del autor de Campos de Castilla, pues en principio fue inhumado en el panteón de la propietaria del hotel en el que falleció. La propuesta de Casals fue desestimada por preferir el citado comité que ese sepulcro se hiciera por suscripción popular. Después de esa segunda inhumación en el verano de 1958 y de que José Machado se opusiera a la intención del ministro franquista Fernando María Castiella de trasladar a España los restos de don Antonio, Pau Casals fue a Collioure y en la soledad del cementerio tocó su conmovedor Cant dels ocells.
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