El odio en un grupo se contagia
Urge entender de dónde proceden o se derivan actos de enorme crueldad como el que se produjo la mañana del 4 de junio de 2021 en La Coruña: un macabro asesinato cometido por un grupo de jóvenes, algunos de ellos menores de edad. No es suficiente con la indignación, porque la única forma de resolver actos como este es abordarlos y entenderlos para evitar que vuelvan a repetirse.
Ahora conocemos ya detalles a raíz del juicio: Samuel Luiz, un joven de 24 años, brasileño, homosexual, auxiliar de farmacia y trabajador de una residencia para personas mayores, fue atacado en el Paseo Marítimo de la Playa de Riazor por un grupo de siete jóvenes. La paliza fue tan virulenta, que el joven falleció de un traumatismo craneoencefálico.
En el momento que esto sucedió se celebraba la semana del Orgullo LGTBI. El Observatorio Contra La Homofobia y la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales alerta de que, en los últimos meses, no sólo ha habido numerosos ataques de fobia contra estos colectivos en diferentes lugares del Estado, sino que también se realizaron con mayor agresividad y violencia. Los motivos de esta violencia son múltiples y varían de un país a otro, pero todos ellos se refieren a un patrón común: la retórica del odio.
La indignación no nos llevará a entender esa barbarie. Pero es evidente que, precisamente, fue su condición sexual lo que motivó que un grupo de jóvenes se abalanzara sobre Samuel al grito de "maricón de mierda". ¿De dónde sale este odio feroz que la misma Fiscal del caso ha calificado como la barbarie propia de “una jauría humana”?
Carolin Emcke, prestigiosa periodista, escritora y filósofa alemana, publicó en 2016 Contra el odio, un libro donde defiende la pluralidad de pensamiento, la tolerancia y la libertad. Emcke dice lo siguiente: “Es necesario activar lo que escapa a quienes odian: la observación atenta, la diferenciación constante y el cuestionamiento de uno mismo”.
El discurso del odio (...) siempre acaba teniendo repercusiones. Siempre se traduce, en un momento u otro, en violencia física
El discurso del odio es a menudo utilizado hasta por parte de políticos, cargos electos, líderes de opinión y, me atrevería a decir, también por parte de los medios de comunicación. Pero ese discurso siempre acaba teniendo repercusiones. Siempre se traduce, en un momento u otro, en violencia física.
Y es un hecho: la educación se ha convertido en un campo de batalla, ya que los avances en educación sexual se ven cuestionados a un nivel fundamental en países como Hungría, Serbia, Rusia, Italia y el Reino Unido. Se señala también una larga lista de países europeos en los que "aumentan" los delitos de odio contra las personas LGBTI: Francia, Hungría, Alemania, Montenegro, Islandia, Rumania, España, Turquía, Suiza y Rusia.
Las personas trans, por ejemplo, son un blanco fácil para los políticos de derechas. Lo son porque sigue prevaleciendo la incomprensión sobre cuáles son sus realidades. A lo largo de los años, a medida que los derechos de las personas trans se han ido abriendo paso en las leyes, el debate se ha vuelto más encarnizado y la oposición más ruidosa, diluyendo la dimensión humana de las cuestiones en juego. Poniendo en peligro la salud física y mental de las personas trans. Ha sido muy difícil mantener debates civilizados en torno a leyes muy necesarias que realmente protejan a las personas, porque en medio de todo esto se está deshumanizando a la gente.
España y Finlandia son algunos de los países europeos que han aprobado recientemente leyes progresistas para reforzar los derechos de las personas trans, un refuerzo que sólo ha llegado tras un duro debate. Este debate es el que va a permitirnos en políticas públicas, educación, servicios sociales o medios de comunicación que se defina y se combata dicho odio.
Pero existe otro elemento: el odio en un grupo se contagia. Debido a que, en un espacio cada vez más polarizado, se impone un pensamiento que solo permite dudar de las opiniones ajenas, nunca de las propias.
En este caso fueron siete jóvenes, algunos menores de edad. Quiero pensar que no todos los jóvenes que formaron parte de esa cacería, en caso de estar solos, hubieran actuado así. ¿Es el grupo, la masa, la que decide por uno? Es muy difícil ser valiente y diferir del grupo que te acoge, que te llama amigo. Ya que formas parte de él, vives como él y te debes a él…
A Hannah Arendt, cuando acudió al juicio de Eichman –la fuente a partir de la que escribió La banalidad del mal–, le causó una enorme sorpresa encontrar un Eichman que no era un monstruo. Un individuo que se sentía un hombre “normal”, que hizo simplemente lo que había que hacer en aquel momento.
Quiero pensar que no todos los jóvenes que formaron parte de esa cacería, en caso de estar solos, hubieran actuado así. ¿Es el grupo, la masa, la que decide por uno?
Sin embargo, estos jóvenes que mataron a Samuel Luiz sí fueron unos monstruos, pero hace falta que, para entender que lo fueron, no se acabe normalizando la monstruosidad o que todavía seamos capaces de distinguirla. Guillermo Altares, en su libro Los silencios de la libertad: cómo Europa perdió y ganó su democracia, explica cómo la Alemania del Tercer Reich fue posible por la connivencia de la población, por el silencio cómplice y por la sociedad espectadora, como la definió la historiadora Mary Fulbrook. Sin esas circunstancias no hubiera sido posible el Holocausto.
El nuestro es el trabajo de no permitir que la crueldad derivada del odio irracional se convierta en algo normalizado. Que después de muchas acciones similares acabemos por trivializarlas.
Por todo esto ya hay que estar alerta, porque a Samuel intentaron ayudarle mientras le estaban moliendo a golpes, pero pudo hacerse factible porque aquella jauría lo impidió. Intervinieron en vano dos jóvenes gambianos, que no solo se dejaron llevar por el más elemental sentido de auxilio y se atrevieron a actuar en medio de la vorágine, sino que ni en el juicio ni en las redes sociales hubo hacia ellos un mínimo agradecimiento. Al contrario, su actitud fue cuestionada por no ser desinteresada. El mismo abogado defensor preguntó a los jóvenes gambianos si no habían actuado así para conseguir un permiso de residencia. Lo mismo que las redes sociales han discutido y cuestionado.
¿Estamos desconociendo a la buena gente, si esta forma parte de un colectivo distinto al nuestro? ¿Están creciendo entre nosotros el racismo y la xenofobia? ¿Estamos en riesgo de normalizar el odio? Espero que no hayamos llegado a este punto. Sí estamos a tiempo de poder evitar que crezca este odio.
Son necesarias más políticas públicas que ahonden en la tolerancia, la convivencia y el pensamiento libre. Aun así, todos somos responsables de consentir el desprecio y la denigración. Como demócratas debemos tener el valor de enfrentarnos al odio, levantando un dique propio para contenerlo.
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Blanca Cercas Mena es historiadora y diputada del PSC por Girona en el Congreso.
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