Cuando las familias se reúnen a la mesa para decidir si hacen obras y reforman la casa, su iniciativa obedece a dos motivos: o la casa está mal, es incómoda, o lo hacen por capricho. En el primer caso, sin ahorros, se ven obligados a endeudarse de nuevo, y en el segundo, sus ahorros les permiten darse ese nuevo capricho. Lo mismo pasa con los espacios públicos, abiertos o cerrados, que los ciudadanos tenemos a nuestra disposición en las ciudades.
El Ayuntamiento de Madrid ha decidido reformar, reurbanizar la plaza de Olavide y su entorno, sin que se cumplan del todo estos dos requisitos: la plaza de Olavide no estaba mal, por lo menos en su almendra central, y no era una exigencia solicitada por los vecinos —la opinión generalizada— como lo exigimos hace veinticinco años. Responde más bien a un capricho del Ayuntamiento, un hito en esta legislatura para nuestro alcalde, José Luis Martínez-Almeida, no porque le sobre el dinero para llevar a cabo la reurbanización, sino porque usa fondos que España ha conseguido de Europa.
El caso es que a la Plaza de Olavide se la ha tratado desde antiguo a martillazos. En pocos espacios públicos de ciudades importantes con una extensión, utilidad y necesidad de ocio y recreo para sus vecinos, como lo es Olavide para el barrio de Chamberí madrileño, se han sucedido tan a menudo las intervenciones por los Ayuntamientos de turno, y no sin que las mismas hayan sido objeto de crítica y debate.
Cuando observo a cientos de jóvenes atraídos por sus terrazas, tomándose cervezas o aperol, me pregunto si alguno sabrá que en la plaza, a la que no miran, al fin y al cabo son cuneros, cuyo único objetivo es servirse de los esfuerzos que hicieron los vecinos para reordenarla y disfrutarla, hubo un mercado original de planta octogonal, en consonancia con las calles que la circundan, que abastecía al barrio y que su voladura con explosivos, la primera de Madrid, supuso un debate y crítica intensos. De eso hace ahora 49 años. De los dos o tres bares con terraza que fueron testigos entonces de esa voladura se ha pasado a doce. Comenzaba a mandar el coche, se construyó el aparcamiento subterráneo y a la plaza se la dio un lavado de cara mínimo con la plantación de algunos árboles, sin ningún atractivo ni uso vecinal.
Pasados los noventa, los vecinos tomaron conciencia de la importancia de este espacio, reclamaron su reurbanización, se atendió, fracasó el primer intento por inútil, y consiguieron de la Junta Municipal que convocara un concurso de ideas. Con la colaboración y el proyecto del arquitecto y profesor de la Escuela Superior, José Martínez Sarandeses, y la firma de 2.000 vecinos, ganaron el concurso, sin que se ejecutara como se había diseñado. Pero todas las reformas posteriores se han basado en las ideas proyectadas por Pepe, como le llamaban sus amigos y colaboradores.
La plaza de Pablo de Olavide madrileña conforma un espacio urbano en la que se ejerce una actividad cultural muy singular, pero imprescindible en todas las ciudades: el derecho al ocio, la diversión y el descanso de los ciudadanos. Conforme avanza el día, y van disminuyendo las ocupaciones de las tareas, regladas y sustantivas, de los niños en las escuelas, de los adolescentes en los institutos, de los jóvenes en la universidad o en las empresas, la plaza cobra importancia y ocupación.
En las mañanas soleadas del otoño, primavera y verano, los que han cumplido en la vida con todos sus deberes, disfrutan en ella del derecho al descanso y la tranquilidad, viendo pasar el tiempo. Apenas apagadas las mustias farolas, transitan por ella los niños de la mano de sus padres, en patinetes, en bici o arrastrando sus mochilas, en dirección a sus colegios, algunos saltando más que los perros; éstos son los primeros que, sin amanecer, andan sueltos y con sus ladridos hacen de molesto despertador a los vecinos, cuando todavía no se han repuesto durante la noche del vocerío de los jóvenes en la terrazas y de los ruidos de la recogida de sillas y mesas de esas terrazas, pasada ya la media noche.
Las sucesivas crisis, un empleo no suficientemente remunerado y un menú preparado en casa, más sabroso y barato, obligan también a algunos jóvenes a engullir su almuerzo aposentados en la plaza. El jolgorio llega con la salida del cole de los más pequeños que en oleadas llenan las áreas infantiles y amenizan la plaza de chiquilladas. Durante esas horas vespertinas las pelotas y balones vuelan, se aparcan las mochilas y los patinetes y se escogen los péndulos de los juegos y columpios. También llegan los jóvenes de los barrios más lejanos que, atraídos por la popularidad de la plaza, han logrado que donde había tres bares tradicionales, todos los locales estén destinados a la hostelería, y donde había doscientas sillas, ahora haya más de mil.
Vivimos tiempos de transformaciones de las ciudades a escala planetaria. Después de décadas en las que las calles y las vías principales se ampliaron para la utilización del coche, se levantaron puentes elevados entre los edificios y las viviendas para que los coches circularan con más libertad, se redujeron los espacios verdes, y el aire se hizo irrespirable, ahora las ciudades compiten y se miran unas a otras para hacerlas más vivibles, más saludables, más peatonales. ¿Ocurrirá eso en Olavide y sus alrededores?
De momento, nuestras calles ( Raimundo Lulio, Sta Feliciana, Jordán, Gonzalo de Córdoba, ( liberada) Palafox, Trafalgar y Juan de Austria) están ocupadas: todas a la vez levantadas, inundadas de los materiales de obra o con casetas de los obreros para asearse y cambiarse; las excavadoras, las retroexcavadoras, los martillos hidráulicos, los volquetes y otras máquinas operan sin cesar desde primeras horas de la mañana o se almacenan por la noche. Los espacios para caminar son provisionales y mínimos y se ha reducido el espacio para acceder a algunas viviendas, por cuyo espacio transitan ahora las mamás con sus carritos de bebé, los mayores con sus sillas de ruedas, los dueños de los perros con sus mascotas, los raiders con sus bicicletas, los niños y adolescentes con sus patinetes.
El derecho a la ciudad, que pertenece a todos sus vecinos, en Olavide tiene esa especificidad manifestada. Las necesidades individuales y sociales no encuentran en Olavide arte, teatro, música, el intercambio de conocimiento sobre las últimas tendencias de la moda, sino las actividades lúdicas que para los niños después del cole significa despejar la mente y gastar energías e incluso derrocharlas.
Las relaciones sociales en la plaza de Olavide no las crea el urbanismo, pero sí puede allanar el camino para su difusión o contribuir a destruirlas por intereses espurios. Hoy por hoy la plaza de Olavide es un espacio de esparcimiento vecinal clásico. Es el polo de atracción de los vecinos nacidos en o descendientes de habitantes ya mayores, hasta hace unas docenas de años extrarradio de Madrid, y hoy su corazón; donde los intereses urbanísticos y especulativos no se han desarrollado con fuerza, aunque lo pretenden. Las ofertas de compras de viviendas o de supuestas valoraciones por encima del mercado son continuas. Sin una gran oferta hotelera y poco rentable, se ven maletas con frecuencia arrastradas por sus calles debido al incremento de pisos turísticos.
Las relaciones sociales en la plaza de Olavide no las crea el urbanismo, pero sí puede allanar el camino para su difusión o contribuir a destruirlas por intereses espurios
El dilema al que nos veremos abocados a comprobar pronto es si el Ayuntamiento y la Junta Municipal hacen determinadas actuaciones porque valoran el interés colectivo y vecinal y quieren hacer barrio o lo hacen por su poder en interés privado. Me imagino la plaza de Pablo de Olavide y su entorno reurbanizados con el objetivo de humanizar el barrio, de convocarle a una mayor solidaridad y atención para con los niños y los mayores, y no es esto lo que se hace con el Instituto Homeopático y el Hospital de San José. Me imagino a estos enclaves urbanizados (por supuesto en gris) de nuevo para ofrecer al barrio más posibilidades de pasearle y disfrutar de un aire más limpio y con menos ruidos, porque en ocasiones aceras ya estrechas se reducen al mínimo y en otras( hablo de la ciudad en general ) se colocan al pie de calle, en las que el ruido del tráfico y de los humos de los coches las hacen inviables. Me imagino y sueño con un Madrid más limpio. Repetiré hasta cansarme que los alcorques son los ceniceros oficiales de Madrid, en los que hay depositadas miles de colillas. Dos casos: En la acera de la sala B de la calle Trafalgar en Madrid permanecen cientos de colillas y latas esparcidas por el suelo, en un espectáculo lamentable, todos los fines de semana y en la calle de Arenal, igualmente los alcorques están repletos. Proteger, pues, la salud de sus vecinos cuando la salud mental se percibe como uno de los males de nuestro tiempo es el mandato que le hemos dado alcalde, Sr. Martínez-Almeida. De otros aspectos de la reforma de Olavide los vecinos opinarán a su debido tiempo.
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Felipe Domingo Casas es socio de infoLibre.
Cuando las familias se reúnen a la mesa para decidir si hacen obras y reforman la casa, su iniciativa obedece a dos motivos: o la casa está mal, es incómoda, o lo hacen por capricho. En el primer caso, sin ahorros, se ven obligados a endeudarse de nuevo, y en el segundo, sus ahorros les permiten darse ese nuevo capricho. Lo mismo pasa con los espacios públicos, abiertos o cerrados, que los ciudadanos tenemos a nuestra disposición en las ciudades.