Las elecciones al Parlamento Europeo dejan un sabor agridulce. Los partidos europeístas han conseguido mantener el tirón, pero el fantasma de la ultraderecha vuelve a recorrer una Europa que ya no se reconoce a sí misma. Es cierto que en los resultados, populares, socialistas y liberales superan el 55% de los escaños, y las declaraciones de Ursula von der Leyen tendiendo la mano a estos partidos, verdadera ancla de la Unión, son un rayo de esperanza en una noche en la que todos y todas temblamos cuando se anunció el resultado en Francia, donde la ultraderechista Agrupación Nacional de Marine Le Pen obtenía una contundente victoria frente al actual presidente, Emmanuel Macron.
Está por ver si se constituye un verdadero muro de contención contra los que, de una forma o de otra, quieren acabar con Europa, o con lo más esencial de ella, o si, por el contrario, todo queda en un canto de sirena. El grupo parlamentario Identidad y Democracia, donde milita la formación de Le Pen, tiene como objetivo dinamitar la Unión; esa es la gran amenaza.
Y de una manera más disimulada, pero con idéntico resultado, maniobran los partidos del grupo Conservadores y Reformistas, donde se agrupan Vox y Hermanos de Italia, defendiendo una reforma profunda de la UE que devuelva las competencias a los Estados miembros. En la práctica supondría la liquidación de las instituciones europeas.
En definitiva, unos y otros, les chers collègues de Le Pen, ponen los pelos de punta al más pintado. Los Hermanos de Italia de Meloni han obtenido un amplio respaldo; en Austria, el Partido de la Libertad ha ganado las elecciones; en Hungría, Viktor Orbán ha vuelto a vencer; y en Bélgica, la ultraderecha también ha conseguido un buen resultado. Tampoco hay que olvidar a Alemania, donde el crecimiento de la ultraderecha ha hecho que la segunda fuerza más votada haya sido Alternativa para Alemania. Aunque se oculten bajo nombres tan prosaicos, con referencias a reformas y democracia, en realidad es la ultraderecha de siempre: misógina, machista, xenófoba, homófoba y negacionista.
Cambiar 180 grados las políticas de la Unión no es fácil y, por suerte, también populares, socialdemócratas y liberales siguen teniendo una holgada mayoría; pero lo que sí puede hacer la ultraderecha es influir en las políticas de los Estados miembros y, desde esos mismos gabinetes, alterar las normativas comunitarias. Lo vemos con claridad meridiana en países como España, donde la alianza entre PP y VOX ha supuesto una radicalización inaudita en un partido que ha gobernado y pretende gobernar nuestro país.
Es más necesario que nunca volver a tomar conciencia de la política y alejarse del griterío. Es hora de proteger lo que hemos construido: políticas medioambientales, políticas de igualdad. Todo eso por lo que un día nos sentimos orgullosos de formar parte de la casa común que es Europa
Muchas veces es difícil distinguir el original de la copia. Esta extraña pareja que forman los dos partidos tiene consecuencias concretas en la vida de los ciudadanos y ciudadanas, y se pueden resumir en proliferación de discursos antifeministas, negación de la violencia machista o recortes a las políticas específicas de igualdad y lucha contra la violencia de género. También en eliminación en algunos casos de organismos, recursos y programas dedicados a fomentar la igualdad entre hombres y mujeres, desprotección del medio ambiente y persecución de los migrantes.
Vox tiene discursos incendiarios contra la igualdad de género, contra la Agenda 2030 y las políticas de lucha contra el cambio climático, y contra el Pacto Verde europeo, que pide que se derogue. Contra todo lo que suponga proteger la naturaleza y no verla como un mero instrumento a su servicio. Son discursos absolutamente xenófobos que criminalizan a las personas migrantes, llegando a pedir que se “blinden” las fronteras.
En Francia, Marine Le Pen se opone frontalmente al multiculturalismo, aunque es mucho más tibia en otros temas que sabe que le pueden hacer perder votos. La ultraderecha europea es una amalgama de partidos, a veces con posiciones comunes, a veces no. Empeñados muchas veces en blanquearse, prefieren no entrar en temas que saben que son especialmente sensibles, pero no hay más que ver lo que hacen donde gobiernan.
En Italia, por ejemplo, el gobierno de Meloni en la práctica ha dificultado el ejercicio del derecho al aborto de las mujeres, y en los temas climáticos ha pasado del puro negacionismo a la pura ambigüedad. Donde no ha cambiado ni una coma del discurso es en los temas migratorios, donde propone poco menos que la persona migrante es el enemigo.
En Hungría, Orban promueve políticas de promoción de la familia tradicional, que al final del recorrido lo que hacen es perpetuar roles de género donde a las mujeres les queda poco más que ser madres y cuidadoras, porque las políticas para promover la incorporación de las mujeres al mercado laboral brillan por su ausencia, igual que lo hacen las políticas de coeducación o las medidas de conciliación y corresponsabilidad. En definitiva, que no nos engañen ni nos dejemos engañar.
Detrás de esos nombres tan rimbombantes, detrás de esa apropiación de términos como libertad o democracia, detrás de “no estoy en contra pero ya lo veremos”, detrás del no decir pero pensar, se esconde una política que Europa ya ha sufrido. Ya sabemos adónde nos llevaron las políticas radicales en Italia, Alemania y, sobre todo, en España con cuarenta años de oscurantismo y atraso. Sabemos a lo que nos llevó y, por desgracia, podemos tener una idea bastante aproximada de adónde nos llevará.
Es más necesario que nunca volver a tomar conciencia de la política y alejarse del griterío. Es hora de proteger lo que hemos construido: políticas medioambientales, políticas de igualdad. Todo eso por lo que un día nos sentimos orgullosos de formar parte de la casa común que es Europa.
Y como nota a pie de página, a los partidos de esa derecha tradicional que a veces tienen problemas de identidad y les cuesta saber cuánto a la derecha están de sí mismos, recordarles a Mateo 24-24: “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”. Así que no caigan ustedes en la tentación, ni se sumen al carro del populismo.
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Estefanía Suárez es experta en Sostenibilidad Ambiental y colaboradora de la Fundación Alternativas
Las elecciones al Parlamento Europeo dejan un sabor agridulce. Los partidos europeístas han conseguido mantener el tirón, pero el fantasma de la ultraderecha vuelve a recorrer una Europa que ya no se reconoce a sí misma. Es cierto que en los resultados, populares, socialistas y liberales superan el 55% de los escaños, y las declaraciones de Ursula von der Leyen tendiendo la mano a estos partidos, verdadera ancla de la Unión, son un rayo de esperanza en una noche en la que todos y todas temblamos cuando se anunció el resultado en Francia, donde la ultraderechista Agrupación Nacional de Marine Le Pen obtenía una contundente victoria frente al actual presidente, Emmanuel Macron.