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¿Qué nos pasa?: cinco reflexiones sobre 'La sociedad del cansancio', de Byung-Chul Han

Antonio Estella de Noriega

Byung-Chul Han se ha convertido en uno de los referentes más importantes de la filosofía contemporánea. Su libro La sociedad del cansancio (2016) ha vendido más de 100.000 ejemplares solamente en España y en Latinoamérica y ha sido traducido a una veintena de lenguas. La tesis fundamental del autor se puede resumir de la siguiente manera: ya no nos encontramos en una sociedad disciplinaria sino más bien en la sociedad del rendimiento. La sociedad del rendimiento está enferma de positividad: todos “podemos” ser la mejor versión de nosotros mismos y además en todos los campos, puesto que a lo que empuja la sociedad del rendimiento es hacia el hombre “multi-task”. Esta idea del perfeccionamiento humano nos agota: no podemos ser, a la vez, excelentes padres, excelentes trabajadores, excelentes amigos, excelentes ciudadanos, excelentes parejas y excelentes, sin más, en todos aquellos retos que nos ponemos por delante. La sociedad del rendimiento se denomina así precisamente porque nos plantea retos constantemente, supone de hecho un continuo y continuado planteamiento de retos para el ser humano. Por tanto, la sociedad del rendimiento, que genera una especie de cuerpo de empresarios “autónomos”, por así decirlo, de nosotros mismos, está agotada. Nadie está a la altura, como no podía ser de otra manera, y ese agotamiento nos conduce a la depresión.

  1. La primera consideración que podemos hacer de la lectura del libro de Han es de tipo general. La sociedad del cansancio establece un esquema amplio, unas lentes, podríamos decir, a través de las cuales podemos entender mejor, desde mi punto de vista, los males del alma que acechan al hombre contemporáneo. La lectura del libro de Han es doblemente interesante puesto que el autor conecta filosofía y sociología con economía: para Han, el resultado, la sociedad del cansancio, es una consecuencia, no la única, pero sí quizá la más importante, de la asunción sin más del sistema neo-capitalista. Para que el sistema capitalista pueda triunfar y salir adelante, todos nosotros tenemos que convertirnos en empresarios de nosotros mismos. Sin esa consideración ontológica, podríamos decir, la competencia no podría desplegar todo su dinamismo y sin ella el sistema económico se caería. La consideración del ser humano como empresario de sí mismo es la gasolina del sistema.
  2. Este esquema general explica enfermedades como el trastorno por déficit de atención (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) y el síndrome de desgaste ocupacional (SDO). Es imposible prestar atención a una sola cosa cuando tenemos múltiples objetivos constantes (TDAH); al ser empresarios de nosotros mismos, rebosamos narcisismo, y por tanto, estallamos de forma cada vez más recurrente y fácil ante la frustración (TLP); como abordamos todo como si no hubiera un mañana, el burnout laboral/personal/familiar/relacional está a la orden del día (SDO). Solamente una recuperación de la vita contemplativa, propone el autor, podría llegar a mitigar estos y muchos otros síndromes psicológicos que padece la sociedad actual.
  3. A partir de ahí, de las avenidas intelectuales y teóricas que abre el libro de Han, es importante no perder la perspectiva del contexto. En psicología, cada caso es cada caso. Si bien podemos hacer una aproximación a un caso concreto partiendo de un esquema general, que, como he dicho antes, puede ser en lo esencial valido e interesante, no conviene perder la perspectiva de que el contexto, la situación que viven las personas es, como diría Bernard Williams, completamente particular. Es fundamental entenderlo para dar respuestas mucho más certeras y eficaces a los problemas que tiene planteados cada persona específica. Más concretamente, la historia que ha vivido una persona, lo que podríamos llamar, con Heidegger, su caudal vital, es absolutamente fundamental para entender los problemas concretos que puedan tener las personas. Se parte de un esquema general, en el que estamos imbuidos en una sociedad ultra-exigente, pero podemos llegar a conclusiones en relación con las personas concretas que muchas veces pueden apartarse en gran medida de algunas de las recetas a las que llega Han en su libro.
  4. Concretamente, me plantea bastantes problemas la idea de la vita contemplativa. Como Han indica en su libro, ésta se contrapone a la de la vita activa. Pero a partir de ahí, el autor realiza una defensa casi cerrada de la primera. Necesitamos más contemplación y mucho menos acción; necesitamos más negatividad (en el sentido de saber decir que no) y mucho menos positividad (en el sentido de afirmar “Yes we (I) can”). Sin embargo, creo sinceramente que se trata de una propuesta muy radical. En realidad el problema está en otra parte: está en llegar a un equilibrio adecuado entre vita activa y vita contemplativa. No podemos ser todo acción, pero tampoco podemos ser todo contemplación. Y el secreto en una sociedad acelerada como la que vivimos, en una sociedad de rendimiento tanto en la esfera pública como en la esfera privada, es la de llegar a un punto de equilibrio entre acción y contemplación. Desgraciadamente, necesitamos de las dos. El problema es más complejo, por tanto.
  5. Me plantea objeciones, también, el canto al “cansancio” que hace Han. Han plantea en su libro que hay un cansancio bueno: por ejemplo, el cansancio que podemos experimentar después de haber subido una montaña, o el cansancio que podemos experimentar después de haber tenido una conversación profunda, extensa, con alguien a quien queremos y respetamos. Ese cansancio debería estar más presente, de acuerdo con la propuesta de Han, en nuestras sociedades. Deberíamos de practicarlo más y deberíamos aprender a acercarnos más a él. Me parece de nuevo una propuesta muy radical. El cansancio del bueno puede ser una fuente inagotable de satisfacciones, pero unido a la propuesta de la vita contemplativa puede conducir a algo que no se si es mejor o peor que la sociedad del cansancio, pero seguramente igual de problemático: a una sociedad pusilánime. En este sentido, tan negativo es el planteamiento de retos constantes para el ser humano, como el no planteamiento de ningún reto en absoluto. El ser humano necesita retarse y retar, siempre y cuando esos retos sean proporcionados, razonables, alcanzables, realizables. La extirpación del reto elimina completamente la vitalidad. Y vivir solamente a golpe de reto la ahoga.

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Antonio Estella de Noriega, profesor de la Universidad Carlos III.

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