Reforma fiscal y el virtuosismo parlamentario Pilar Velasco
Las personas mayores como cuidadoras
La nueva Estrategia Estatal para un nuevo modelo de cuidados en la comunidad incluye a las personas mayores como un colectivo más junto a la infancia, la juventud y la dependencia. Sus ejes, en el nuevo modelo, indican objetivos y líneas de actuación coherentes con los diagnósticos de los últimos años:
Eje 1: Prevención de dinámicas de institucionalización
Eje 2: Participación de las personas y concienciación social
Eje 3: Transformación de los modelos de cuidado y apoyo
Eje 4: Desarrollo de servicios para la transición hacia la vida en la comunidad
Eje 5: Condiciones habilitadoras para la desinstitucionalización
La orientación de las políticas públicas se basa en los derechos humanos y sociales, con especial atención a los grupos más vulnerables, y en el caso de las personas mayores es evidente la heterogeneidad de situaciones de vida que generan que las necesidades a atender (biológicas, emocionales o sociales) sean también muy heterogéneas. Necesitamos un análisis integral y complejo, que pueda abarcar las cuestiones medulares que afectan a las personas mayores, sobre la base de su trayectoria de vida, sin estandarizar recetas que olviden su origen de clase, su género, su nivel de estudios, su historia personal de participación en la vida de la comunidad.
Necesitamos un análisis integral y complejo, que pueda abarcar las cuestiones medulares que afectan a las personas mayores
Sobre el papel de los cuidados en el hogar, una parte está desarrollada desde la economía y la sociología de corte feminista, que han definido y aportado conceptos claves:
“El objetivo del espacio de producción mercantil capitalista es la obtención de beneficio; por el contrario, el objetivo del espacio del cuidado es el bienestar de las personas. Dos objetivos contrarios, absolutamente irreconciliables.”
“El debate pendiente —iniciado pero nunca acabado— es si el trabajo doméstico y de cuidados debe orientarse fundamentalmente a reproducir fuerza de trabajo o a socializar a personas que puedan realizar una “vida que valga la pena ser vivida”.
La reproducción de la fuerza de trabajo (o trabajo reproductivo) realizada por las mujeres en el hogar patriarcal ha sido contabilizada, incluida en el PIB y considerada en todos los análisis sobre la doble jornada o la economía de los cuidados. Es muy relevante, y no sólo desde el aspecto económico puro y duro, sino también por sus implicaciones humanas y sociales:
“La identificación de estos aspectos emocionales y relacionales del cuidado —que tienen que ver directamente con la calidad de vida de las personas y el bienestar humano— planteó cada vez más la necesidad de valorar esta actividad por sí misma, de reconocerla como el trabajo fundamental para que la vida continúe” (C. Carrasco, El cuidado como eje vertebrador de una nueva economía. Cuadernos de Relaciones Laborales. Vol. 31, Núm. 1. 39-56, 2013).
En este sentido, es imprescindible visibilizar la influencia, con distintos tonos y dimensiones, de la idealización o el romanticismo (amor, instinto, sacrificio deseado, etc.) de una obligación social que puede conllevar cargas y abandono de las propias necesidades, en función de las necesidades de cuidado de otras personas. La igualdad reclama medidas de conciliación y corresponsabilidad, políticas públicas o profesionalización digna de los cuidados. Existen análisis sobre el papel de la maternidad, desde la biología o las emociones, incluida la relación de la crianza con sus trabajos emocionales, el papel en la producción de sujetos, de la responsabilidad en los aprendizajes de las pautas de vida en comunidad o las normas sociales coercitivas.
¿Se consideran las tareas de cuidado que realizan las personas mayores hacia la infancia? ¿Se han contabilizado en el PIB? ¿Se tienen en cuenta las cargas físicas y emocionales que implican?
Parece tan natural como dependiente la tarea de cuidar a nietas y nietos, en algunos casos sin opciones, sin pensar en las dificultades en función de la edad de las personitas a cuidar, de las tareas a realizar, sin considerar las necesidades de las personas mayores ni sus capacidades físicas o emocionales. Hay situaciones blandas, en tareas o esfuerzos, pero también existen exigencias que sobrepasan las posibilidades reales de las personas mayores.
Por lo tanto, hay que valorar la aportación en términos de trabajo no remunerado, que implica dedicación con carga emocional, responsabilidades y abandono de las propias necesidades. Habrá situaciones puntuales que no tienen efectos negativos, por el tiempo de dedicación o la edad, los momentos o la periodicidad. Pero todo el mundo conoce el trabajo diario permanente de algunas personas mayores, solas o en pareja, que atienden a sus nietos o nietas, llevando o recogiendo del cole, dando de comer, acompañando a otras actividades, etc.
Más allá de los aspectos afectivos, es un trabajo no remunerado, que cumple una función social y económica, que evita la inversión en políticas públicas de cuidado de la infancia, complementa la economía familiar y aporta vivencias y aprendizajes al desarrollo infantil. La mayoría de las personas mayores se sienten gratificadas, pero hay casos complejos donde los efectos de los esfuerzos se notan y producen quejas más que justificadas. Por supuesto, mucho peor el cuidado de personas ancianas dependientes, que recae mayoritariamente sobre mujeres mayores.
Otras aportaciones de las personas mayores han sido muy reivindicadas cada vez que se habla de las pensiones como los únicos seguros o mejores ingresos de muchos hogares. El sostenimiento de la economía familiar, de la prevención de exclusión es una de las aportaciones más solidarias. Debería servir para poner en pausa las voces que no admiten la eficacia de nuestro modelo público de solidaridad y promueven el modelo individualista y privatizador. Si las pensiones son una garantía de ingresos, son sostenibles si el empleo es de calidad sin tanta precariedad o bajos salarios, contribuyen a la cohesión social. Además, las personas mayores siguen aportando a la economía y a la comunidad con el consumo, el voluntariado o el cuidado, por lo cual es imprescindible tener en cuenta su palabra y sus aportaciones.
No somos un “colectivo” homogéneo, ni los problemas son generacionales ni sólo demográficos, las políticas públicas tienen que asumir los cambios sociales y culturales, el alargamiento de la vida o la mayor actividad social, las diferentes trayectorias de vida, donde la visión de clase y de género es ineludible. Ni el edadismo es el mismo, las mujeres pobres sufren discriminaciones o desigualdades más graves que las diferencias de género que pueden sufrir las mujeres solventes. Las personas mayores con pocos recursos padecen exclusiones elevadas a la enésima potencia si no disponen del poder adquisitivo que la sociedad de consumo reclama.
Las personas mayores con pocos recursos padecen exclusiones elevadas a la enésima potencia si no disponen del poder adquisitivo que la sociedad de consumo reclama
La Silver Economy se ha instalado para siempre en nuestra sociedad y los mensajes publicitarios refuerzan algunos estereotipos y prejuicios hacia las personas mayores, en particular los relacionados con la continuidad de la familia tradicional o la vejez idealizada. Superar esos condicionantes es una tarea intensa para las entidades dedicadas a las personas mayores, inclusive recogiendo las medidas que se plantean partiendo de estudios o investigaciones.
Analizando a conciencia las situaciones discriminatorias y los discursos homogeneizadores, la medicalización en unos aspectos, las respuestas elitistas en otros, es imprescindible contar con la participación activa de las personas mayores para acertar con las medidas adecuadas para un envejecimiento activo integral, con la mirada puesta en el desarrollo humano y la justicia social.
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Estella Acosta Pérez es orientadora y profesora asociada de la UAM, jubilada.
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