Desde que comenzó, el procés ha sido tan determinante para la construcción de la agenda política catalana en su totalidad como para la agenda política de la derecha española. La relación de la derecha con Catalunya alumbró a Vox, a estrellas fugaces de la política como Cayetana Álvarez de Toledo o candidatos que parecían poder ganarlo todo como Rivera. Hoy en día es imposible concebir a la derecha española sin pasarla por el filtro catalán.
Extrapolar resultados electorales suele ser un deporte de riesgo, pero los últimos seis años nos enseñan que existe una relación palpable entre el resultado de los partidos de derechas en Catalunya y su desempeño más allá del Ebro. Barcelona corona y depone reyes y reinas en Madrid.
Rivera no habría sido la gran esperanza blanca de la reacción española si no hubiera adelantado en 2015 al PP y al PSC, ni le habrían entregado las llaves de la derecha las primeras elecciones generales de 2018 si en 2017 Arrimadas no hubiera conquistado las urnas de camino al Parlament. La borrachera de sorpasso de Rivera que produjo una de las mayores resacas electorales de la historia tenía en su origen el cava catalán.
La radicalización de la derecha española que trajo el procés y que cabalgó con tanto éxito e irresponsabilidad Rivera fue la condición necesaria para el despegue de Vox. Crearon un clima de reacción que cristalizó con la aplicación del 155 y el juicio y encarcelamiento por sedición a la plana mayor de políticos catalanes. ¿Y después? Después siguieron gobernando los partidos independentistas. Obviamente, esto supo a poco –a muy poco– a una parte de la derecha inflamada por tantos años de escalada retórica y judicial. Esa parte de la derecha abrazó a Vox. Primero lo hizo en Andalucía, luego siguió en Murcia o Madrid y ahora, por fin, lo han podido hacer en su razón de ser, en Catalunya.
Si el termómetro catalán no falla y se comporta como en los últimos años, algo que las encuestas parecen refrendar, los populares tienen un gran problema con Vox, que no es otra cosa que un gran problema con el propio PP. Porque, hoy, ¿quién es el PP?
En esta campaña electoral, Casado se ha implicado directamente: en precampaña ha visitado quince semanas consecutivas alguna de las provincias catalanas y terminó su periplo diciendo que “el 1-O no debió haber cargas”. Esto lo dice en un campaña en la que han tenido que rescatar a la hija predilecta de la reacción al procés, Cayetana Álvarez de Toledo, apartada de los círculos de poder de Madrid en el último cambio de estrategia, o en la que han invitado a las guest stars Almeida y Ayuso para que digan que con el tiempo que hace allí es imperdonable que la gente no esté contagiándose en los bares.
La época en la que las diferencias con la dirección del Partido Popular sólo se podían expresar en las urnas con la abstención pasó hace unos cuantos años. Ahora, si gobiernas con la agenda de Vox, los votos van a Vox: es la regla más simple de la política, que están empezando a comprender ahora, treinta años de historia y un par de mayorías absolutas después.
En Génova tienen que decidir qué quieren ser, si el partido de aquel Casado que puso contra las cuerdas a Abascal debatiendo la moción de censura a Sánchez, el partido que critica la actuación de la policía el 1-O, el que gobierna con la agenda de Vox en Madrid, Andalucía o Murcia, el que quiere abrir bares o el que quiere parar la actividad. Contestar esa pregunta va a costar votos, pero ya estamos viendo a dónde lleva no contestarla. Y que tome nota: si no la quiere contestar él, el dúo de Madrid tiene muy claro su camino.
Las elecciones de este domingo le han dado la vuelta a la famosa frase del Gatopardo: del “que todo cambie para que todo siga igual” hemos pasado al “que nada cambie para que nada siga igual”. Ni dentro de Catalunya, ni dentro del procés ni, por supuesto, dentro de la derecha española.
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Jesús Gil Molina es periodista y consultor especialista en comunicación política y asuntos públicos.
Desde que comenzó, el procés ha sido tan determinante para la construcción de la agenda política catalana en su totalidad como para la agenda política de la derecha española. La relación de la derecha con Catalunya alumbró a Vox, a estrellas fugaces de la política como Cayetana Álvarez de Toledo o candidatos que parecían poder ganarlo todo como Rivera. Hoy en día es imposible concebir a la derecha española sin pasarla por el filtro catalán.