Reflexiones en estado de alarma

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Irma Ferrer

Imposible evitar reflexionar sobre el estado de alarma provocado por el coronavirus y su incidencia en nuestro modo de vida. Invito a la reflexión, a dejarse llevar por la lucidez y la imaginación sin miedos ni prejuicios. No dudo que gran parte de la salida de esta situación está en la capacidad social de entender lo que ocurre y adelantar medidas que mitiguen sus efectos. No caigamos en el error de creer que esto no es más que una crisis puntual y que vamos a recuperar la vida de antes. Éste es el primer acto de una crisis muy grave que nos ofrece una oportunidad única de prepararnos para el nuevo orden socioeconómico mundial.

Quizás entender la profundidad de lo que acontece sea más fácil para quienes llevan años pendientes de la realidad del planeta sin edulcorantes ni algodones. Esta situación distópica estaba dentro de lo previsible, anunciada por sabios y colectivos ecologistas desde hace años en documentos, artículos, estudios... Precisamente por este tipo de anuncios apocalípticos gran parte de la población prefería no leer, no ver, limitándose a acusar a los alertadores de "pesimistas". En este momento los pesimistas son aquellos que no dan crédito y los que previeron esta situación son ahora visionarios. Superadas generaciones de incrédulos, seguidistas, conformistas, acomodaticios, incapaces e imbéciles varios, la historia de la humanidad siempre impone la lógica de los hechos.

La estulticia humana gira una y otra vez sobre la sinrazón, pero la realidad vuelve a imponerse poniendo en su lugar a quienes, a pesar de ser ridiculizados, advirtieron de que este sistema capitalista devorador del planeta iba a revertir en formas muy parecidas a la que nos azota.

No podemos dar por válidos los datos que están dando los organismos oficiales, nacionales o internacionales, sobre el número de contagiados por causa del coronavirus, sólo podemos afirmar que nos están ocultando la verdad para evitar alarmas, críticas, exigencia de responsabilidad y desgaste político. Es un goteo mortal diario... ¿Recuerdan cuando velábamos cinco muertos europeos con funerales solidarios y multidudinarios al tiempo que ninguneábamos a miles de muertos en el Mediterráneo? ¿Cuando pagar un seguro médico se vendía como una balsa de salvación ante el hundimiento de la sanidad pública? ¿Dónde están ahora esas pretenciosas distinciones y privilegios? ¿Dónde queda ahora la diferencia ante la muerte?

¿Recuerdan cuando los héroes eran los futbolistas, los ladrones con escaño, o los trileros de la política? ¿Cuando vivíamos con normalidad la certeza y la seguridad? ¿Incluso cuando nos vendían seguros de caídas o de pérdida de equipajes? ¿Recuerdan la publicidad de marcas de ropa, coches más rápidos o destinos exóticos? ¿Cuando la emergencia climática tenía que declararse? Llegamos a unos niveles de frivolidad indignos.

No podemos desaprovechar esta oportunidad para reflexionar sobre el cambio de valores. Aupamos a quienes privatizaron la sanidad, la educación, la energía, los servicios públicos de atención a mayores y dependientes... Sin pararnos a pensar en el valor de la salud, la educación, los cuidados, la luz, el agua y los servicios públicos. Y ahora, en tiempos de supervivencia, esa frivolidad nos hace jaque mate en forma de muerte pues jugamos en el tablero de la vida.

Tan acostumbrados estábamos a vivir bajo la dictadura de las cotizaciones, las plusvalías y las primas de riesgo que olvidamos que la muerte es lo único seguro en la vida. La naturaleza pone orden en el caos. La lógica del liberalismo nos empujó a creernos inmunes al amor, la amistad, el respeto, la convivencia, la valentía, el coraje, la solidaridad, el afecto o el conocimiento, pues son valores que no pueden someterse a las reglas de la especulación económica. ¿Recuerdan ridiculizar a quienes hablaban de sentimientos? ¿Hacer de menos a quien era pero no tenía? ¿Despreciar la edad, la vejez, la infancia o la enfermedad? Ahora que somos un poco viejos, un poco jóvenes, un poco niños y estamos todos un poco enfermos, ¿aprenderemos algo como sociedad?

La primera víctima de esta pandemia es el sistema económico del primer mundo. La burbuja capitalista estalló en los albores de 2020, el sector servicios no nos dará de comer, la globalización del mercado nos somete a la ley de la selva, la industria local está desarmada, el agua sigue en manos privadas y la soberanía alimentaria se limita a organizar ferias de tapas o botellones promocionados por las instituciones publicas. Los buenos tiempos no volverán tras el confinamiento.

Permítanme que sea realista. No obvio las muestras de solidaridad de la ciudadanía, no ignoro los ejemplos de sacrificio personal, profesional, familiar que la sociedad está demostrando, no niego el esfuerzo personal de una gran masa de la población, ni minusvaloro la emoción del aplauso diario al personal sanitario, a los cuidadores, a los limpiadores, educadores, a los transportistas, a los reponedores y a las cajeras. Sólo me pregunto cómo vamos a traducir este aplauso en medidas de reconocimiento real: ¿dejaremos de explotar los recursos del planeta como si éstos fueran ilimitados? ¿Entenderemos que los humanos estamos sometidos a las leyes de la naturaleza, pues somos parte de ella? ¿Pondremos en valor los cuidados? ¿Reconstruiremos un nuevo sistema socioeconómico poniendo en primer lugar la vida? ¿Respetaremos el valor del conocimiento? ¿Dotaremos de medios dignos a las personas por encima de la dictadura del endeudamiento? En definitiva, tras ver y sentir la muerte, ¿pondremos la vida en el centro?

De nuevo, no es en la sociedad donde radica la responsabilidad principal de hacer girar las tornas y cambiar el ritmo vital, económico, social y ambiental de la realidad. Son los responsables políticos y sus mandamases, los agentes económicos, los que deben rendirse ante la evidencia. Y no lo van a hacer, de ahí el pesimismo. Exprimirán la vaca hasta que no quede más que hueso y nos arrastrarán al suicidio colectivo. Tan convencidos están de que su inmunidad económica puede con la supervivencia que seguirán caminando hacia el abismo aun cuando el vacío asome a sus pies.

No estamos ante una encrucijada ideológica, estamos enfrentándonos a la posibidad real del exterminio. La respuesta, tanto de la izquierda como de la derecha, es anteponer los intereses económicos y políticos a la vida de las personas. La información es la mejor defensa, pero la política cortoplacista impone la opacidad. Nuestros representantes públicos mienten, falsean, acallan, cesan a los profesionales que están salvando vidas por no reconocer una evidencia: que nuestro servicio público de sanidad está infradotado. Protegen ciertas industrias (la construcción) frente a las medidas de aislamiento impuestas por ellos mismos. Priman la deuda pública sobre la supervivencia, otra vez Europa se equivoca. Otra vez izquierda y derecha mercadean y especulan con la vida.

Ya lo dice Harari en El País: "No hay ningún adulto en la habitación".

Reflexionemos ahora que nos sentimos todos más humanos, más vulnerables, más reales. Sería muy absurdo no aprender nada de esta terrible experiencia. Hagamos el esfuerzo de estar a la altura del héroe con bata blanca que se enfrenta a la muerte para salvar la vida del anónimo. No nos conformemos con la ovación, seamos dignos de su ejemplo.

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Irma Ferrer es abogada y activista contra la corrupción en Lanzarote.

Imposible evitar reflexionar sobre el estado de alarma provocado por el coronavirus y su incidencia en nuestro modo de vida. Invito a la reflexión, a dejarse llevar por la lucidez y la imaginación sin miedos ni prejuicios. No dudo que gran parte de la salida de esta situación está en la capacidad social de entender lo que ocurre y adelantar medidas que mitiguen sus efectos. No caigamos en el error de creer que esto no es más que una crisis puntual y que vamos a recuperar la vida de antes. Éste es el primer acto de una crisis muy grave que nos ofrece una oportunidad única de prepararnos para el nuevo orden socioeconómico mundial.

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